Eduardo Bonvallet

Bonvallet y los muertos de su felicidad

La historia grande de Eduardo Bonvallet, por la que será tan recordado, está ligada estrechamente a una era de la Selección Chilena, que comienza con las Eliminatorias –hoy Clasificatorias- a Francia ’98, y que termina con la obtención de la Copa América 2015. El epílogo es la muerte del comentarista, dos meses y medio después del logro, y ojalá la obtención de más títulos por parte de una generación de jugadores que se formó y desarrolló con el discurso de “ser campeón del mundo”, instalado por “Bonva” y siempre en boca de Gary Medel, Arturo Vidal y Alexis Sánchez. Nuestros más grandes campeones -Claudio Bravo y Nicolás Massú- le han  reconocido admiración y rendido tributo, antes y después de su muerte,  y el capitán de Colo Colo, Gonzalo Fierro, ha reconocido que “lo escuchaba todos los días, antes de cada entrenamiento”. Sorprende entonces que muchos, quienes por primera vez hablan de Bonvallet una vez muerto, omitan, relativicen y hasta nieguen su influencia en la mentalidad de, al menos, una generación de deportistas.  Fue el primero en denostar el “arratonamiento”, como estilo de juego y de vida, y en afirmar que los equipos chilenos podían salir a ganar cualquier partido en el extranjero. En la práctica -y por convicciones propias-, Marcelo Bielsa fue el primero en demostrar en cancha que el discurso de su homónimo “Loco” era bastante lúcido y acertado… Bielsa, otro personaje quien, muchos envidiosos sostienen, “no aportó en nada”.

Todos los periodistas de fútbol (“periodistas deportivos” da para otra columna) seguimos a Bonvallet  con mayor o menor cercanía y frecuencia, aunque era tabú y algunos hasta negaban escucharlo. Su entretenido análisis de lo que pasaba en la cancha, su percepción para descifrar las claves del juego, su rapidez mental para hacer reír, y el anecdotario infinito de su época de jugador –era un gran narrador de historias-, hacían de cada uno de sus programas de radio y televisión un banquete, estuviéramos de acuerdo o no con contenido y/o forma. Fue un comunicador subversivo, creativo y rupturista. Su pizarra con imanes es un clásico que el comentario especializado debería heredar, incluso para analizar otros deportes.

Bonvallet, quien se aferró al micrófono en 1994,  es un ícono –y a veces hasta una caricatura- de la recuperación de la libertad de expresión en Chile, mutilada por Pinochet, a quien absurdamente se le asocia por haberlo entrevistado. Despreciaba a los comunistas y por eso lo tildan de facho. Un facho que atacó a la clase política y empresarial. Un facho que repartía su sueldo entre sus compañeros de trabajo. Un facho hijo de minero explotado, criado en Las Rejas. Un facho cuya madre, dirigente socialista, fue exiliada.

“El Loco” fue un jugador clave en el ascenso a Primera División de Universidad Católica en 1975, por lo que el club lo ayudó a repatriar a su mamá y hermanos. Fue también el mayor proyecto del fútbol formativo de Universidad de Chile, mientras arrasaba el “Ballet Azul”.   Como seleccionado nacional, fue finalista de Copa América y formó parte de la mítica Selección del Mundial del ’82. Era un volante de contención aguerrido, casi siempre titular, con buena técnica, y que sin mucho éxito se empeñaba en rematar de distancia. Hipotéticamente y proyectando su rendimiento, muy probablemente habría formado parte de las últimas selecciones adultas. Habría sido suplente de Charles Aránguiz y Marcelo Díaz, por delante de Carlos Carmona y el resto.

 

Como director técnico, demostró gran capacidad a cargo de la Universidad Gabriela Mistral. Participé de los torneos universitarios de aquella época y vi varios partidos de su equipo, que se imponía por personalidad, fútbol y preparación física. Decepcionó en Temuco, donde tuvo partida de caballo inglés y llegada de burro. Si como comentarista hubiera limitado su humor negro a la ironía; si se hubiese quedado en la crítica ácida, sin pasar a los ataques descarnados; si se hubiera ahorrado los descalificativos físicos; seguramente habría llegado a dirigir equipos más importantes y quizá hasta habría cumplido su sueño de entrenar a la Selección Chilena. “Me gusta ser un asesino en serie”,  concluyó en uno de los últimos programas que le escuché en Radio La Clave, pero él era una de sus principales víctimas. Quienes lo recordaremos con simpatía y reconocemos un legado, debemos asumir que Bonvallet se iba al chancho. Si bien muchos de sus enemigos más emblemáticos  lo atacaron en forma cobarde, a través de amenazas y aprovechamiento de influencias, haciéndolo sufrir a él y su familia,  “Bonva” también fue desconsiderado con  los hijos y entorno de dichos peces gordos (empresarios, políticos, dirigentes), varios de los que no soltó durante años, en su muchas veces justificada lucha, pero ofensivo discurso. Además, también le dio como caja, sistemáticamente, a varios jugadores y técnicos, a veces sólo por el hecho de no satisfacer su paladar futbolístico, provocando un daño a los aludidos -quienes no se atrevían a contestarle- y sus familiares.  Su más fiel escudero, Cristián Peñailillo, ha reconocido que “al ‘Bonva’ a veces se le pasaba la mano”, e incluso su hija Daniela le pidió disculpas a Xavier Azkargorta, a través de Twitter.

Ha muerto el comunicador chileno más talentoso y ha nacido un personaje de culto. Ni Don Francisco, ni Julio Martínez, ni Camiroaga, con sus respectivos méritos, defectos, virtudes y alcance, se le comparan. Motivó e inspiró a muchos y destruyó a unos cuantos, a quienes Silvio Rodríguez llamaría “los muertos de mi felicidad”. Creó una jerga futbolística completa, un glosario. Amado y odiado sí, pero construyó un personaje querible, digno del cine y la literatura. El propio “Bigotón” Azkargorta y el “Pelado” Acosta, pese a todos los dardos recibidos, lo despidieron con cariño. “Era un loco lindo”, sentenció “Don Nelson”. Nos enseñó y conservó, hasta su último acto, el sentido del espectáculo.