[Opinión] A cualquier precio

No busquemos responsabilidades en torno de temas culturales o educacionales.

Bien sabemos que el fútbol chileno está anclado, prácticamente desde siempre, en un mismo segmento: no tiene movilidad social y el perfil de nuestros jugadores se reproduce casi con calco -desde que tengo uso de razón- dé- cada tras década.

Son chicos que pertenecen, en su mayoría, a estratos muy populares y hasta marginales, los cuales ven en el fútbol un vehículo de ascenso social: las remuneraciones pagadas a un buen jugador representan la tabla de salvación para cualquiera que desee salir de la pobreza. Y del anonimato, habría que agregar, pues la visibilidad mediática que adquieren resulta hasta desproporcionada.

Piénsese tan sólo en nuestros seleccionados: Sánchez, Bravo, Medel, Vargas, Vidal y Aránguiz, por citar a los más connotados, están felices, “forrados” y además envueltos en un aura de héroes deportivos con sentido de trascendencia.

Quizás con la excepción de Bravo, el resto de este grupo de élite posee características comunes a la mayoría de los futbolistas profesionales de nuestro país. Creo que resulta inoficioso -por obvio- decir por qué, lo cual refuerza la naturaleza endogámica de este deporte en Chile: es decir, “actitud social de rechazo a la incorporación de miembros ajenos al propio grupo o institución”, según una de las acepciones clásicas de este concepto, que puede leerse en el diccionario de la Real Academia.

Escribo esto a propósito del incidente entre Esteban Pavez, de Colo Colo, y Diego Buonanotte, de Universidad Católica, en el duelo de semifinales de la Copa Chile, jugado la semana anterior en San Carlos de Apoquindo.

Los insultos supuestamente proferidos por Pavez en contra del argentino de inmediato gatillaron la explicación más básica para este tipo de incidentes: “Pavez no tiene educación, es un roto, un picante, qué más se le puede pedir…”. ¿Tiene que ver en todo esto efectivamente el acervo cultural del volante? Porque, ojo: desde Macul se defienden, señalando que Buonanotte lo trató de “muerto de hambre” y hasta le tiró un manotazo en el pecho a modo de provocación.

Si así fue, habría que entrar a medir el nivel educacional del jugador cruzado, pues su apelación fue claramente discriminatoria y clasista. ¿Buonanotte, un roto también, otro picante?

Ni lo uno ni lo otro: lamentablemente, los códigos éticos y valores de este deporte están muy, pero muy subordinados al imperativo de ganar. Conseguir triunfos, ser campeón, llegar al éxito, a lo más alto, es el anhelo de cada uno de los jugadores profesionales en todo el mundo: con eso, garantizas fama, dinero, mujeres, autos caros, buenos auspiciadores. La vida sonríe y desprecias a los fracasados, a quienes te observan desde abajo…

Ganar, sí, pero ¿a cualquier costo?

Esa es la segunda parte de la oración que suele esconderse. Muchos entrenadores ordenan a sus jugadores “sacar” del partido a un rival de la manera que sea: ¿olvidamos la instrucción de Acosta a Chavarría durante las clasificatorias rumbo a Francia ’98? ¿Y lo de Materazzi contra Zidane, en la finalísima de Alemania 2006, cuando el italiano le habló al francés sobre su hermana? ¿Roto, Acosta? ¿Picante, Materazzi?

Los mayores recuerdan la final de la Copa Libertadores de América entre Racing de Avellaneda y el Universitario de Deportes de Lima, disputada en 1967, acá, en nuestro Estadio Nacional: en el arranque del partido, Roberto Perfumo fracturó al delantero Enrique Casaretto con una patada demencial. Claro: al peruano había que “sacarlo” del partido como fuese, y Perfumo respondió a la instrucción como alumno aplicado. Lo mismo que hizo Chavarría. El Estudiantes de la Plata, campeón de América y del mundo en la década de los ’60, llevó esa premisa a niveles delirantes: algunos de sus jugadores entraban a la cancha con alfileres para agredir a sus contendores.

En Europa, “ganar a cualquier precio” se tradujo en casos de dopaje, sobornos, compras de árbitros, etcétera. ¿Olvidamos que la Juventus -sí, la todopoderosa Juve- se fue a la B por el arreglo de partidos? ¿Rotos sus jugadores, directores deportivos, directiva y presidente del club?

Creo que el hilo conductor en muchos de estos casos es más bizarro de lo que parece: es el dinero, son las “lucas”, los dólares, euros u otros estímulos similares, los que arrastran a muchos protagonistas de esta actividad a comportarse de la peor manera posible, a recurrir a bajezas con tal de atrapar un objetivo.

Estuve en San Carlos la noche del duelo Buonanotte-Pavez. Ambos entraron a la cancha demasiado ventilados, sospechosamente ventilados. ¿Hubo detrás de la actitud de ambos alguna “recomendación” del vestuario relacionada con “sacar” al rival? Creo que sí. Al menos, mi intuición así lo dice. Como sea, si a uno u otro se le prueban las denuncias formuladas tras el incidente, el castigo deberá aplicarse con rigor: no porque en Europa o en cualquier latitud el “ganar como sea” forme parte de los códigos no escritos, aquí haremos la vista gorda.

Sanción fuerte y punto. Y paralelamente hablemos de cultura y educación. Tal vez este hecho desagradable sirva para aprender…

Este comentario también lo puedes leer en el periódico Cambio 21.