El fútbol chileno tocó fondo

La calidad y jerarquía de nuestros equipos es un producto suntuario. Más bien inexistente. Nuestro campeonato local es el de peor nivel de Sudamérica, con la sola excepción de Venezuela. Lo dice la IFHHS, un organismo privado de estadísticas que, sin embargo, es muy consultado por la FIFA y las altas esferas del balompié mundial.

Si hemos de creerle a la Federación Internacional de Historia y Estadísticas de Fútbol (IFHHS), y asumir que su ranking es serio y no chanta, como el que diseñaba el Doing Business del Banco Mundial para joder económicamente a un gobierno y favorecer a la oposición, nuestro casero fútbol chileno está presentando un nivel que da para llorar a gritos. Y es que, de acuerdo a esos sesudos estudios, nuestro campeonato es el peor de Sudamérica en cuanto a calidad y jerarquía, sólo superado en su mediocridad por el de Venezuela.

Dicho con todas sus letras: la competencia nuestra tiene un nivel inferior a la de Paraguay, Perú, Ecuador e incluso Bolivia, algo que por cierto sospechábamos pero que igual resulta doloroso confirmar tras la mirada y el juicio externo.

Ni hablar de la distancia que nos separa de Brasil, Argentina, Colombia e incluso Uruguay, un país que, más allá de ser el de menor población del subcontinente, sigue produciendo jugadores de nivel internacional que ayudan a conformar escuadras que hace tiempo no se codean con el éxito, pero que mantienen su condición de equipos respetables y ciertamente competitivos.

De acuerdo a este ranking, si en los años 2011 y 2012 el campeonato chileno ocupaba la décima posición a nivel mundial, 2017 concluyó con nuestro fútbol en la poco decorosa posición 65.

Dicho con todas sus letras, en el breve lapso de cinco años descendimos 55 lugares. En otras palabras, nuestro torneo, hoy, es apenas menos malo que el de Malta, San Marino y el que se juega en países Centroamericanos, Oceánicos o de Indonesia.

Razones para justificar este verdadero desplome se dan muchas, algunas más que razonables y otras ciertamente delirantes. Lo concreto es que, luego de ese éxito en la Copa Sudamericana que le cupo a la U, en 2011, nuestros clubes de todos los pelajes fueron cosechando en los torneos internacionales invariables frustraciones y fracasos que sólo constituyen un reflejo fiel de su permanente mediocridad.

Excepto uno que otro relumbrón, como el de Palestino hace un par de años, nuestros equipos han dado lástima tanto en la Copa Sudamericana como en la Copa Libertadores, quedando eliminados a la primera de cambio más de una vez a manos de clubes de cuya existencia apenas conocíamos.

¿Alguien, por ejemplo, sabía que en Ecuador había un club denominado Fuerza Amarilla? Seguramente nadie. O muy pocos. Y ese club ignoto, y que hoy milita en la B, el año pasado se dio el lujo de eliminar a O´Higgins en la primera ronda de la Sudamericana.

Así de mal estamos, y lo peor de todo es que no se ve por dónde pudiéramos tener distinta suerte en los desafíos venideros. Mientras a todas luces en Copa Libertadores tanto Wanderers como la Universidad de Concepción se aprestan sólo para hacer un saludo a la bandera, nuestros dos “grandes” sueñan con torcer su destino apelando poco menos que al milagro.

Mientras la U hasta aquí sólo ha sumado un refuerzo con todas sus letras –el venezolano Yefferson Soteldo-, el flamante campeón Colo Colo hasta ahora tiene incluso menos plantel que el año pasado. Porque no sólo no ha llegado nadie –con excepción del meta iquiqueño Brayan Cortés, que estando Orión no va a jugar nunca- sino que ha visto disminuir su ya cuestionable poderío ofensivo con las lesiones del juvenil Iván Morales y, sobre todo, del uruguayo Octavio Rivero.

Es verdad que el sorteo para el cuadro de Pablo Guede fue mucho más benévolo que el que le correspondió a la U, pero sería un error garrafal de parte de los albos pensar que, con lo que actualmente disponen, van a constituir una fuerza futbolística respetable. Claramente, Colo Colo es menos que Atlético Nacional, y hay que ver si le alcanza para clasificar y ganarle la pulseada al Delfín de Ecuador o al Bolívar de La Paz.

Con lo de ahora, claramente dudoso…

En cuanto al equipo de Hoyos, Cruzeiro y Racing se antojan inalcanzables, en este momento, para una Universidad de Chile que, aparte de extraviar por completo en el Torneo de Transición el poco fútbol que tenía, mostró una defensa absolutamente permeable incluso frente a ataques caseros que no eran ninguna maravilla. Dicho de otra forma, el venezolano Soteldo podrá hacerse el pino desairando defensas rivales con su habilidad y velocidad, pero no sacará nada si los del fondo –léase Martín Rodríguez, Vilches, Jara y Beausejour- siguen mostrándose como un flan ante cualquier embate del rival.

Lo que para la U ya es malo podría ser incluso peor: no es un despropósito pensar que el cuarto rival del grupo, surgido de las fases previas, pudiera ser Vasco da Gama.
¿Cómo fue que llegamos a este paupérrimo nivel? Obnubilados por una Roja que para nada constituía un reflejo fiel de lo que era nuestra competencia local, hemos transitado alegremente todos estos años viviendo de prestado. Eufóricos por dos Copas América consecutivas, el disputarle taco a taco la Copa Confederaciones a Alemania, el campeón del mundo, fue para todos sólo el aperitivo previo al plato mayor: la clasificación al Mundial de Rusia. Fracasado el objetivo, recién vinimos a caer en cuenta que ese equipo de excepción eran los retazos de un sistema tal vez más pobre y con menos parafernalia, pero que sin embargo fue capaz de producir una generación excepcional que no ha se vuelto a repetir.

Analistas del fútbol apuntan ahora como causa de nuestros males al hecho de adoptar, de un tiempo a esta parte, torneos cortos. Los famosos Apertura y Clausura que, con apenas quince fechas a disputar, tornaban los torneos más entretenidos y competitivos, según argumentaban sus publicistas. Y el hecho que durante una de estas pasadas incluso fueran campeones Cobresal y Huachipato, contribuyó aún más a reforzar el sofisma.

La cruda verdad es que se niveló, pero para abajo. Porque bastaba que cualquier club, medianamente armadito y ordenadito, agarrara una rachita de cinco o seis partidos para que se transformara en candidato. Y como ocurrió con el cuadro de El Salvador, ser campeón. Pero un campeón de cartón, que en instancias mayores (la Copa Libertadores) se encargó de escribir una historia que fue el fiel reflejo de la pobreza de su logro y de su título.

Argentina también mantuvo por años el mismo sistema de torneos cortos, pero como en general sus representativos en el plano internacional mantenían su alta competitividad, ocioso es apuntar a ese factor como causa basal de un éxito casi asegurado. En otras palabras, no era cuestión de campeonatos largos o cortos, sino de buenos equipos y buenos jugadores.

Lo mismo cuando otro apunta a las limitaciones administrativas y legales que tiene nuestro fútbol de Sociedades Anónimas Deportivas respecto del resto de los países sudamericanos que, zopencos ellos, todavía no descubren esta panacea, esta verdadera maravilla de la que nosotros disfrutamos: los presupuestos que teóricamente envían cada año los clubes a la Superintendencia de Valores y Seguros y a la ANFP no pueden considerar más que una inversión del 70 por ciento en el plantel de jugadores. Es decir, el restante 30 por ciento queda para gastos administrativos.

Lo que se oculta, sin embargo, es que una cosa son los porcentajes y otra muy distinta las cifras. En otras palabras, es bien distinto un 70 por ciento como tope de dos millones a diez millones de dólares de presupuesto. Y si nuestras instituciones sólo se fijan presupuestos modestos, que tornan modesto también por cierto ese porcentaje destinado a fortalecer los planteles de jugadores, es sólo porque durante todos estos años de Sociedades Anónimas Deportivas las distintas regencias casi no han hecho gestión.

Sin iniciativa, apoltronados, viven el día a día sólo a la espera de lo que entre por recaudaciones (cada vez más pobres), de la venta o préstamo de algún jugador y de lo que mes a mes les entrega el Canal del Fútbol. ¿Qué habrían hecho estos iluminados en aquellos tiempos de Corporaciones de Derecho Privado sin fines de lucro, cuando no existía la televisación de partidos a cambio de millones y había que rascárselas con sus propias uñas?

Lo gracioso –y muchas veces indignante- es cuando estos dirigentes de pacotilla que hoy plagan los clubes apelan a la “responsabilidad” y a la “seriedad” para “no gastar más de lo que tenemos”, y con tono doctoral, engolando incluso la voz, agregan incluso que “no nos puede pasar lo que tiempo atrás les pasó a Colo Colo y la U, que quebraron por culpa de dirigentes irresponsables”.

Ambos clubes, y lo venimos diciendo por años sin jamás ser desmentidos, no quebraron. Los hicieron quebrar, que es bien distinto. Para privatizar también el fútbol y que lo tomaran como inversión o como juguete los mismos de siempre. Para poder crear el Canal del Fútbol pasando por encima de los “derechos de imagen” de ambas instituciones y concretar, con el paso de unos pocos años, uno de los negocios más gigantescos y millonarios de los que ha sido testigo ya no sólo el fútbol, sino el país.

¿Dónde irán a ir a parar esos miles de millones de dólares involucrados en una concesión de 15 años a la transnacional Turner? ¿A los clubes o a los accionistas, sobre todo los mayoritarios?

En aquellos vilipendiados años de Corporaciones de Derecho Privado sin fines de lucro, cuando los clubes pertenecían a sus socios y a sus hinchas, y no a una manga de ricachones, Colo Colo construyó su estadio y fue campeón de la Copa Libertadores: Universidad Católica construyó también su propio estadio y fue finalista del mismo torneo.

Universidad de Chile traía desde Europa al Leo Rodríguez y contrataba un seleccionado peruano de primer nivel, como Flavio Maestri. El Cacique iba a Buenos Aires y rompía el chnchito para fichar a Marcelo Espina, uno de sus jugadores más productivos de los últimos tiempos. La misma Universidad Católica, por último, se daba el lujo de tener en sus filas al “Pipo” Gorosito, al “Charly” Vásquez y al “Beto” Acosta.

La misma Roja, que tantas satisfacciones nos dio, fue producto exclusivo de ese sistema de Corporaciones de Derecho Privado sin fines de lucro que, ciertamente, no era perfecto ni mucho menos, pero que era capaz de producir, gracias a dirigentes hinchas y no personeros chantas, jugadores de la talla de Claudio Bravo, Gary Medel, Alexis Sánchez, Jorge Valdivia y Arturo Vidal, entre otros.

¿Qué jugador de nivel podrían producir hoy estos pelafustanes de cuello y corbata, más preocupados del dividendo de fin de año y de evadir impuestos que trabajar seriamente en la tarea de producir jugadores en un país donde estos no nacen por generación espontánea?
¿A quién podrían exhibir como crack de nivel realmente internacional en estos ya más de diez años de constante mediocridad y permanentes bochornos?

Han trabajado tan mal, han invertido tan poco, que de surgir un crack esto va a ser posible a pesar de la Sociedad Anónima Deportiva que lo cobije.

Por eso, figurar en el lugar que hoy nos encontramos puede molestar, pero en ningún caso sorprender a nadie.

Sólo cosechamos lo que se sembró cuando un Presidente que se decía socialista (parece que ya no), decidió entregar también el fútbol a una voracidad que desgraciadamente permea a toda la sociedad. Hablar de valores, hoy, es motivo para la risa, cuando no de la carcajada.