Chile vs Paraguay

La Roja: una noche negra y desgraciada

Ni el más amargo de los guionistas pudo imaginarse una noche tan negra y desgraciada. La Roja, beneficiada en la previa con el fallo del TAS, que le mantuvo los dos puntos ganados frente a Bolivia, cayó lánguidamente y sin apelación por 3 a 0 frente a una selección paraguaya que no hizo nada del otro mundo para ganar y golear como goleó, pero que impuso un pragmatismo y una contundencia frente a la cual la Roja se quedó sin respuesta futbolística y hasta se diría anímica.

No fue sólo una noche negra por la derrota, que de por sí tiene que calar hondo en estas clasificatorias sudamericanas que llegan ya a su recta final, sino porque se jugó muy mal, sin ideas y con poco temperamento. Y no sólo por eso: porque el camino a la inapelable derrota lo pavimentó nada menos que Arturo Vidal con un autogol que culminó una actuación del volante del Bayern Munich bajísima, como hace tiempo no se le veía.

¿Faltaba más? Por supuesto: la Roja no sólo recibió tres goles, mantuvo su inquietante “sequía” goleadora y hasta perdió dos jugadores con miras al próximo duelo del martes, en La Paz, frente a Bolivia.

Cuesta, más bien es imposible, buscarle el lado positivo o rescatable a este contraste que no estaba en los cálculos de nadie. Ni siquiera de los paraguayos, cuya prensa alentaba incluso los más oscuros presagios. Hasta hubo uno de ellos –famoso comentarista- que en folclórico tono llegó a decir que “Chile nos va a llenar la canasta”.

Pero ocurre que a este cuadro de Pizzi no sólo se le extravió por completo el libreto, sino que no está para llenarle la canasta a nadie con la nula capacidad goleadora que desde hace tiempo viene exhibiendo.

La mejor prueba de ello estaba fresca: la Copa Confederaciones, donde aparte de ganarle a Camerún no se le ganó a nadie más. Ni siquiera a Australia, un equipo rústico y de “picapedreros” que corrían y pegaban mucho más de lo que jugaban.

El propio Pizzi estaba consciente de aquello. Y tan claro lo tenía, que rompió su habitual esquema para buscar en Castillo la mejor fórmula teórica para subsanar ese déficit. Sólo que la apuesta no le resultó. Como no le resultó nada en toda la noche a él y a su equipo.

Castillo no la agarró nunca, entre otras cosas porque no le llegaban balones con ventaja, pero él tampoco hizo mucho por cambiar su suerte. Metido entre los centrales paraguayos, mostró escasa rebeldía para sacudirse, buscar el claro, desmarcarse y, de esa forma, al menos desordenarle los papeles al fondo guaraní. Dicho de otra forma: se entregó mansamente.

Como se entregaron mansamente varios.

De partida, si se esperaba que la Roja saliera a comerse vivo al rival, a someterlo desde el minuto uno, fue una oscura premonición el que tal cosa nunca se produjera. Chile comenzó jugando con una insólita parsimonia, como si pensaran que era cuestión de tenerla, de tocar y tocar, para que se produjera el claro.

Frente a ese fútbol insulso, Paraguay no se salió nunca del libreto que traía bien aprendido: que Chile la tuviera todo lo que quisiera. Ellos recién se preocuparían de cortar el juego y anular a los posible receptores en tres cuartos de cancha. Fue como si supieran que, sin cabeceadores, sin tipos que acierten de distancia, lo principal era cortar el juego de paredes y patrullar permanentemente las bandas.

No les costó mucho, en realidad, alargar el partido sin sufrir zozobras. Beausejour no desbordaba, Isla a veces lo hacía, pero sin encontrar nunca el adecuado término a la jugada: o metía el centro aéreo para nadie, o hacía rebotar el balón en el marcador para ganarse un tiro de esquina que era del todo muy poco propicio para los nuestros frente a defensores que en balones aéreos se sienten como pez en el agua.

¿Y Sánchez? Claro, por velocidad y dribling tenía que ser el arma fundamental para abrir una defensa tan cerrada. Pero no pudo nunca. Partió por la izquierda, se fue a la derecha y al final prefirió el centro, sólo que en ninguno de esos sectores pudo hacer prevalecer sus innegables virtudes.

Impreciso, errático, Sánchez pareció actuar bajo el influjo de su frustrada transferencia desde el Arsenal al Manchester City. Y no es que pueda acusársele de desinterés, de no haberse metido en el partido. Simplemente el músculo trataba, pero su mente parecía más cerca de Inglaterra que del Monumental.

A lo mal que jugaba Chile, sin profundidad, sin luces y a ratos hasta con poca chispa, se sumó además una nueva desgracia: el que a los 24 minutos, y producto de un tiro libre mal cobrado por Pitana, Vidal anotara en su propio arco pretendiendo despejar el envío de Romero. Y decimos una nueva desgracia porque aún está fresco el recuerdo de cómo perdió la Roja la final de la Copa Confederaciones, frente a Alemania: por un error descomunal de Marcelo Díaz.

Se suponía que, frente a la inesperada y fortuita desventaja, el equipo tendría que reaccionar. Echar a la cancha, de una vez por todas, la jerarquía hasta ahí extraviada. Y reacción hubo tras el gol guaraní, sólo que esta alcanzó para meter por largos minutos a Paraguay en su área, pero sin encontrar nunca el claro. Es que es muy difícil cuando se pretende llegar tocando hasta el área chica.

El único testimonio ofensivo de Chile lo constituyó, a los 39 minutos, un violento disparo de Vargas desde fuera del área, que fue repelido de apuro por Silva.

El segundo lapso Chile lo afrontó igual. Y cuando decimos igual, no nos referimos sólo a que Pizzi no introdujo cambios, sino que no se apreció nunca una determinación por llevarse al rival por delante. Se siguió cuidando el balón, pretendiendo salir jugando desde el fondo, como es por lo demás costumbre en este equipo.

Pero eso que es ciertamente elogiable, pierde sentido cuando no hay cambio de ritmo. Y si no hay cambio de ritmo en los últimos metros, se cae en lo que esta vez se cayó: el toque tan reiterado como intrascendente.

Cuando Chile buscaba con insistencia (aunque sin profundidad) mejor suerte, de otra jugada hasta cierto punto fortuita salió el segundo gol paraguayo. La pelota era de Chile, pero los defensores no supieron resolver esta vez en la salida y de un rebote el balón le cayó a Cáceres, que destapado por la izquierda hizo llegar el balón a las mallas a pesar del achique que intentó Bravo.

A juego perdido –y bien perdido a esas alturas- Pizzi se jugó sus cartas: sacó a Díaz y a Castillo para hacer ingresar a Valdivia y a Paredes. Pero a esas alturas Paraguay se había hecho doblemente fuerte, sus defensores la sacaban a cualquier parte, pero la sacaban, y los minutos se fueron consumiendo sin que la Roja encontrara nunca ni siquiera ese descuento que podía meterla de nuevo en el partido.

Fue el choque constante de un cuadro absolutamente obnubilado, impreciso e impotente.

Con el triunfo en el bolsillo, y ya en los descuentos, Paraguay puso la guinda de la torta para anotar el tercero y transformar la noche en goleada. ¿El origen de la jugada? Un balón que era de Alexis y que perdió a la entrada del área por no rematar, por no buscar a nadie y por querer seguir dribleando. Resultado: veloz contragolpe que culminó con zurdazo cruzado el recién ingresado Ortiz.

Como dicen los argentinos, a llorar a la iglesia. La Roja extravió por completo su jerarquía, su categoría reconocida en muchas latitudes, y ahora sólo le resta lavar heridas y recuperar el fútbol para defender aunque sea el camino del repechaje para llegar a Rusia.

PORMENORES

Clasificatorias sudamericanas para el Mundial de Rusia 2018. Decimoquinta fecha.

Estadio: Monumental.

Público: 40 mil espectadores, aproximadamente.

Arbitro: Néstor Pitana, de Argentina.

CHILE: Bravo; Isla, Medel, Jara (79’ Orellana), Beausejor; Aránquiz, Díaz (57´ Valdivia), Vidal; Vargas, Castillo (57’ Paredes), Sánchez.

PARAGUAY: Silva; Alonso, Da Silva, Gómez, Samudio (51’ Bareiro); Almirón (78’ Rolón), Cáceres (70’ Ortiz), Riveros, Moreira, Romero; Barrios.

Goles: Vidal (autogol) a los 24’, Cáceres a los 55’ y Ortiz (90+2’).

Tarjetas amarillas: En Chile, Beausejor, Vidal, Aránguiz y Jara. En Paraguay, Bareiro.