[Opinión] El rotundo fracaso de los “cracks” por decreto

Consultado Héctor Robles, director técnico nacional de la Roja Sub 20, acerca de por qué en su Selección que afrontaría el Sudamericano clasificatorio para el Mundial de Corea del Sur no había ningún jugador de Everton, campeón de la serie Sub 19 del torneo de cadetes de la ANFP, respondió textual: “Porque es un equipo que no tiene jugadores que hayan actuado en Primera División”.

En la previa al torneo de Ecuador, la respuesta no sólo fue coherente, sino que además lo suficientemente sólida como para anular cualquier replica que intentara el periodismo. Y es que, si se examinaba lo que fue su nómina final, todos los muchachos que él había elegido habían tenido efectivamente una cuota nada desdeñable de minutos en sus respectivos primeros equipos.

Comparándola con otras selecciones similares, no cabe duda de que este cuadro contaba teóricamente con un invaluable plus. Y, acaso por lo mismo, el periodismo genuflexo comenzó a hablar de que esta era una “generación dorada” con tanta insistencia y majadería, que iniciados y profanos hasta llegamos a pensar que Robles era nuestro propio Rinus Michel para dirigir de aquí en más un proceso que culminaría, más temprano que tarde, con nuestros propios Cruyff, Krol, Van Hanegem, Rensenbrink, Rep o Neeskens.

Hasta el propio Robles se creyó el cuento. Basado en ese axioma que se antojaba realidad irrebatible, y respaldado en lo que en líneas generales fue un más que aceptable apronte de encuentros amistosos previos, el técnico nacional Sub 20 instaló en Riobamba su “cuartel general” dejando algunas declaraciones rebosantes de optimismo. Como que este equipo no sólo pretendía clasificar al hexagonal final que dará los cuatros cupos sudamericanos para el Mundial coreano, sino que ganar el torneo.

“Estamos para enfrentar de igual a igual a brasileños, argentinos y uruguayos”, agregó. Frase que, la verdad sea dicha, no provocó ningún revuelo mediático, ni la más leve crítica. Un poco porque siempre suena bien el que un técnico opte por la fe y el optimismo, aparte de que elegir el derrotismo es lo menos políticamente correcto que existe. Bastante porque, después de todo, aún tenemos la fortuna de disfrutar de una verdadera “generación dorada” que nos impulsa y nos respalda: esa que ha ganado para Chile dos Copas Sudamericanas tras cien años de derrotas y fracasos. Esa que figura, más allá de los dudosos que pueden ser los rankings, y sobre todo si provienen de la FIFA, en el cuarto lugar mundial en el escalafón de selecciones. Esa, por último, que puede ganar, empatar o perder, pero demostrando siempre que está para pararse de igual a igual frente a cualquiera.

El desolador paso de esta Roja Sub 20 por Ecuador, sin embargo, nos mostró cuán cerca está el que ese “veranito de San Juan” que vive el fútbol nuestro, acabe lánguida y dolorosamente. Y las razones pueden ser varias, pero una sola la original y fundamental: desde la implantación a sangre y fuego del nefasto sistema de Sociedades Anónimas en nuestro fútbol, los clubes –con alguna loable excepción-, han abandonado casi por completo el trabajo y fomento de las series menores.

Movidos sólo por la voracidad y la codicia, quienes de repente vieron el fútbol como otra posibilidad de negocio no tardaron mucho tiempo en descubrir que esta “empresa” contemplaba sus desventajas: tener que sostener económicamente a cientos de chicos de sus series inferiores que, en último término, sólo constituyen una apuesta. Y para ellos el drama monetario aumentó exponencialmente cuando alguien les sopló que, de esos centenares de jugadores, con suerte sólo uno o dos tendrán la suficiente capacidad y talento para llegar a Primera. Peor aún: de esos pocos que lleguen de los diferentes clubes, una proporción ínfima podrá ser alguna vez transferido al extranjero en cifras tan millonarias que a los regentes de nuestro fútbol les resulten atractivas.

Para decirlo pronto y claro, a estos advenedizos que llegaron al fútbol cual plaga de langostas, les pareció una lata espantosa –y además cara- el invertir en chicos que en una inmensa proporción no iban a llegar a ninguna parte. De buena gana habrían eliminado las series menores, pero como no podían y ya estaban en esto, ocurrentes como son pronto recurrieron a todo tipo de trampas y engaños para que otros las financiaran o, cuando menos, les ayudaran a hacerlo.

Entonces, con esa impudicia que parece el sello de nuestros tiempos, por años les metieron el dedo en la boca al Estado, presentando a sus series menores como un club aparte, dignos de ser financiados mediante el Sistema de Proyectos Sujetos a Garantías Tributarias que contempla el Instituto Nacional de Deportes (IND). ¿Qué significaba eso? Que “generosas” y poderosas empresas elegían apoyar el “Fútbol Joven” de Colo Colo, Unión Española o Everton, sólo por nombrar a algunos que recurrieron permanentemente a la martingala, para poner allí millones y, de ese modo, descontar luego impuestos hasta por el 61 por ciento.

El abuso, la frescura, sólo paró cuando el periodismo independiente del duopolio de la prensa nacional, denunció el hecho con caracteres de escándalo: el Estado está para fortalecer y desarrollar el deporte, pero no para ayudar a financiar negocios de privados. Hasta ese momento, nuestros burócratas parecían felices de que impunemente las Sociedades Anónimas Deportivas les metieran una y otra vez el dedo en la boca.

Pero cerrada esa llave, los regentes pronto encontraron otra: los municipios. Que ya fuera por ignorancia, o burda complicidad, también comenzaron a destinar millones de sus siempre escuálidos presupuestos para ir en ayuda de frescos de siete suelas.

La sinvergüenzura no paró allí: los millones y millones repartidos por Jadue para sumar adeptos y cómplices, y acallar cualquier voz disidente, iban invariablemente hacia las series menores de los clubes. ¿Iban, efectivamente? Las pinzas. Sólo se trataba de otra maroma de las Sociedades Anónimas Deportivas para pagarle al Fisco menos impuestos que lo que realmente debían, y para lo cual -increíblemente- encontraron la invaluable asesoría de un funcionario del Servicio de Impuestos Internos que, contra toda lógica y fidelidad a un cargo que nos cuesta a todos los chilenos, concurrió en una oportunidad al Consejo de Presidentes de clubes no a informar acerca del mejor modo de pagar, sino la forma más expedita y sencilla de pagar menos de lo que realmente correspondía.

¿Podemos, entonces, sorprendernos de que nuestras selecciones menores sean frecuentemente protagonistas de papelones en estos torneos sudamericanos? Para nada. Son sólo el fruto de un sistema inmoral y perverso que sólo busca el lucro, no el desarrollo y fortalecimiento de nuestro fútbol. Dicho más claro aún: a los accionistas sólo les interesa su cobro de dividendos. A estas alturas ya todos debiéramos tener claro que “hermanitas de la caridad” no son.

Pero de una u otra manera, había que disfrazar esta falencia. ¿Cómo? Con una decisión reglamentaria de la ANFP, aplicada a partir del Torneo de Apertura de 2015, y que señalaba en el artículo 34, inciso 3, que “en todos los partidos del campeonato (los clubes) deberán incluir en la planilla de juego a lo menos dos jugadores chilenos nacidos a partir del 01 de julio de 1995”, obligación que se hacía extensiva a los encuentros por la Copa Chile.
En términos prácticos, los directores técnicos de los diferentes equipos debían tener en cancha a un juvenil al menos durante 675 minutos de juego durante el campeonato. Quien no acatara se arriesgaba a la pérdida de tres puntos y a una multa de 500 Unidades de Fomento.

Creada en el delincuencial período de Jadue, la inútil norma ha permanecido intocable luego de un año de labor del directorio de Arturo Salah. Como tantas otras decisiones abusivas y nefastas que, más allá del cambio de nombres, parecen haberse entronizado en nuestro fútbol para provocar un desembozado “gatopardismo”: el derecho de llaves cercano a los 2 millones de dólares que deben cancelar los clubes de Segunda División que resulten campeones de su serie por el derecho a militar en la Primera B; el que sigan representado al fútbol chileno, en la FIFA, y con sueldo, tipos como Nibaldo Jaque, integrante del directorio de Jadue, y Cristián Varela, también integrante de la mesa y rey de los conflictos de intereses; el que se siga negociando la venta del Canal del Fútbol a alguna internacional de las comunicaciones, en circunstancias que no hay nada que regule que efectivamente ese dinero va a quedar para el fútbol y no va a ir a los bolsillos de los inversionistas.

La norma del juvenil en cancha, claramente demagógica e inconducente, ha sido mantenida increíblemente por Arturo Salah. Y decimos increíblemente porque él más que nadie, como hombre del fútbol, debiera tener claro que los cracks no surgen por decreto. En otras palabras, que estos históricamente se han impuesto por su calidad, capacidad y talento, y no porque exista una cláusula reglamentaria que los impulse y los apañe.

Esta Roja Sub 20 es la más clara ratificación de aquello: salvo una o dos excepciones muy puntuales (el arquero Collao, el defensor Sierralta), el resto no pudo demostrar que su convocatoria tuviera relación directa e incuestionable con una capacidad futbolística probada como integrante ocasional del primer equipo. En medio de un campeonato tan mediocre, como el nuestro, pocos dieron el tono. De hecho, la inmensa mayoría de ellos entraba por obligación y a la primera de cambio eran sustituidos.

Y aquel que, como Jeisson Vargas, llegó a este campeonato precedido de una incipiente fama en Universidad Católica, que lo llevó incluso a Estudiantes de La Plata (donde casi no ve acción), resultó el mayor fiasco de todos, porque no jugó a nada y hasta aquí no pasa de ser, lamentablemente, uno más de los tantos jugadores que los propios periodistas contribuimos a sobre valorar.

Los buenos jugadores, y qué decir de los realmente cracks, se imponen por sí solos, con su personalidad y con su juego. No necesitan de cláusulas reglamentarias baratas, para la galería. Ni siquiera pueden taponarlos tipos venidos de fuera, como afirman livianamente algunos que señalan que la alta cuota de extranjeros es un lastre, un obstáculo para el surgimiento de los juveniles nuestros.

Muchos son un lastre, efectivamente, porque la mayoría de ellos no llegan por buenos, sino por lo barato que resulta traerlos. Son, en cierta medida, como las exportaciones chinas: económicas, pero escasamente confiables. Y eso es porque los regentes de nuestro fútbol prefieren gastar en ese tipo de jugador –malito, pero hecho- a invertir y buscar a lo largo y ancho del país los pocos talentos que nuestro fútbol puede históricamente producir.

Carlos Caszely es el mejor ejemplo de cuanto estamos sosteniendo. Debutó, de la mano de Andrés “Chuleta” Prieto, en un hexagonal internacional de verano la noche en que a Colo Colo le tocó enfrentar a Peñarol. El “Chino” tenía recién 15 años, pero siendo un niño jamás le hizo el quite al entrevero y pedía a cada rato la pelota, por más que estuviera rodeado de roperos a los cuales con suerte les llegaba al hombro. Y cuando le tocó entrar, supo ganarse el puesto de titular inamovible como puntero derecho, porque como atacantes de área el Cacique tenía en ese entonces al inmenso Elson Beiruth y a Mario Rodríguez, un crack con todas las letras que venía de ser campeón de la Copa Libertadores con Independiente de Avellaneda. Ninguno de esos “monstruos” pudo taponar a Caszely.

Enrique Hormazábal, Leonel Sánchez, Jaime Ramírez, Alberto Fouillox, Iván Zamorano, Marcelo Salas, Arturo Vidal, Alexis Sánchez y un largo etcétera, llegaron a Primera sin cumplir aún los 18 años y sin necesitar de ninguna cláusula mañosa que artificialmente los impulsara. ¿Será necesario recordar que Pelé, Maradona, Cruyff, Messi y Cristiano Ronaldo –entre tantos otros cracks de nivel mundial- tampoco necesitaron de estos artificiales avales?
Esta Roja Sub 20, de penosa actuación en Ecuador, no hace más que ratificarnos lo perdidos que estamos.

Escudados en una Roja mayor que es producto neto de un sistema de Corporaciones de Derecho Privado sin fines de lucro, con todas sus debilidades y falencias, nuestras autoridades futbolísticas creen que es posible reemplazar la inversión y el trabajo con un trasnochado voluntarismo: “si no hemos sido capaces de producir buenos jugadores, nosotros los inventamos”, pareciera ser la consigna.

El problema es que todos los rivales que tuvimos durante este torneo de menores, en los precedentes y en los que vendrán, no creen para nada en lo que futbolísticamente inventamos: jugadores técnicamente muy limitados, carentes de habilidad y personalidad. De talento a estas alturas mejor ni hablar. Si de todos los que actuaron en Riobamba y en Ambato me señalaran siquiera uno con esas trazas, humildemente me saco el sombrero.

En concreto, desde hace años que no estamos produciendo jugadores. El propio Ronald Fuentes, recién contratado como Director Deportivo en Universidad de Chile, señaló a su arribo al CDA que le llamaba la atención el que la “U”, antes cantera inagotable de cracks, cuando el fútbol se movía por la pasión y no por el lucro, no produjera jugadores de real nivel. Y eso que, dentro de la proverbial avaricia y “amarretismo” de los regentes de las SAD, se dice que la institución azul debe ser de las que más invierte.

¿Qué queda para las otras?

Aquí se impone un cambio drástico. No sólo de nombres, sino también de políticas deportivas. Deben irse o ser sacados de la actividad todos aquellos que, por omisión o complicidad, tuvieron algo que ver en el marasmo que legaron Jadue y sus boys. Si es preciso, y como dijo un antiguo dirigente, el fútbol debiera ser intervenido. Porque la Roja mayor se nos agota inexorablemente sin que asomen, ni por broma, los herederos de Alexis, Vidal, Medel, Bravo y Aránguiz y los restantes muchachos del cuadro de Pizzi.

El regreso a la mediocridad, por lo mismo, está a la vuelta de la esquina. Y vamos a estar durante decenios lamentándonos de haber creído en los cantos de sirenas que hicieron posible este oscuro, inepto y poco confiable sistema de Sociedades Anónimas Deportivas que hoy nos rige.