[Opinión] Turismo deportivo

Frente a la pregunta ¿a qué fuimos a los Juegos Olímpicos Río 2016?,respondo de manera impulsiva, casi sin mayor reflexión: «A dar la hora…».

No estoy demasiado lejos del sentir popular, del pulso de las redes sociales, de la galera.

Elaboro un poco más la idea. Hace semanas que le digo a mi primo el «Tuco», que daremos la hora en Brasil, que prefiero una delegación de cinco que vayan a dar pelea y no a 42 deportistas, 37 de los cuales van a dar un paseo por Río, tras cuatro años de firme preparación de cara a la máxima justa deportiva internacional. Un paseo que equivale a darse el gustito de un ejecutivo runner de correr el Maratón de Tokio o Nueva York combinando deporte, shopping y turismo, con una foto que de seguro tendrá un lugar preferente en el hogar.

No dudo y ni siquiera objeto las jornadas de entrenamiento de los exponentes nacionales. Tampoco dudo del sacrificio, palabra a estas alturas manoseada y que guarda más relación con pellejerías deportivas que con jornadas consagradas a romper tiempos y distancias de la alta competencia. No dudo del «Puma» Rodríguez en el ciclismo, tampoco de la plasticidad Tomás González, menos de los cinco maratones olímpicos de Erika Olivera (un gustito, de paso. Cinco hijos, cinco maratones olímpicos, uno para cada uno, dijo ella, a sabiendas de no tener chance alguna en esta pasada) o de la fuerza de Natalia Duco, para ganarse centímetro a centímetro. Ni del brillo de Ricardo Soto en el tiro al arco, a fin de cuentas un destello, un chiripazo en medio de esta oscuridad y que no responde a políticas deportivas claras y concretas, sino a esos fulgores que cada tanto -si se alinean los planetas- aparecen en el deporte chileno.

Leo que este mismo muchacho de 16 años «tiene cuerda para rato, al menos cuatro Juegos Olímpicos más». Pero bajo esas afirmaciones subyace una «cría» que los dirigentes de la federación respectiva comienzan a cebar desde pequeño. Una gallinita a la que hay que alimentar porque allí están los huevos de oro, la raíz y piedra angular del turismo deportivo que tanto gusta por estos lados y de la cual, en algunos casos, los propios deportistas no tienen la culpa de promover.

Reviso alguna declaración de Neven Ilic, el presidente del Comité Olímpico de Chile: “Tiene una capacidad mental espectacular”, dice del joven Soto y junto con esa, otra afirmación justificando la pobreza del desempeño nacional en Brasil: «Me encantaría volver lleno de medallas, pero no es nuestra realidad».

Pegadito, lanza la tercera joya: «Nuestro país no tiene nada en cuanto a desarrollo deportivo. La gente en Chile quiere medallas, pero estamos compitiendo contra potencias mundiales».

¿Por qué entonces lleva 12 años al mando del COCH sin ninguna medalla? Digo ninguna, porque la de plata de Fernando González en tenis (Beijing 2008) es propia y no responde a políticas deportivas venidas de una federación o del COCh o del IND. ¿Qué ha hecho para torcer esa realidad de la que habla? ¿Reducir la apuesta a deportistas efectivamente competitivos, no más de cinco, o continuar cebando el lechón del viático, del turismo deportivo que beneficia a exponentes de varias disciplinas y a directivos de las respectivas federaciones? La teta da para todos, pienso.

Al menos da la cara, Don Neven. Un armonioso rostro el de Ilic. Pinta y facha para explicar lo ya explicado hasta la majadería, para razonar lo sobrerazonado por décadas. Una cara pintosa y dura, tras la cual deben haber rostros monstruosos en cada federación. Grupos de granjeros -con todo el respeto que me merecen los granjeros- en cada parcela que, entre la ceba del lechón y el triguito a la gallina de los huevos de oro, acumulan kilómetros de vuelo canjeables y cada cuatro años, un par de hectáreas más a su campo, sin contar con los burócratas del Misterio del Deporte, incluyendo a la titular y a la subsecretaria.

Recuerdo un cuento de Francisco Coloane que hace pocos días me recomendó el poeta Bruno Vidal. ¡Léanlo! Se llama «La gallina de los huevos de luz». Una notable analogía de este círculo virtuoso y a la vez macabro que genera el talento deportivo y el buen olfato dirigencial.

A propósito de buen olfato y de tetas fecundas, como a esta edad no estoy para trotes, entrenamientos, ni tiempos ni acrobacia y he batallado buena parte de mi vida contra el sobrepeso, si me apuran en una de esas me animo y de tanto pegarle al platillo y con escopeta en mano voy a Tokio 2020, porque parece que por ahí va el negocio, aunque una agencia de turismo deportivo tampoco estaría mal…