Por la línea (I parte)

Esteban Salinero

Robles estacionó el deportivo rojo y cruzó la calle en dirección a la caseta telefónica. Venía agitado, sudoroso. Sacó la billetera y encontró el número entre la serie de papeles y paquetitos que llevaba en ella. Aspiró con dureza por la nariz. Pulsó nerviosa y rápidamente los números del fono, dando la espalda al auto.

-Le digo que sí, que se lo bebió todo. Es más, le puse doble dosis, afirmó.

-Seguro, entonces – dijo la voz al otro lado del fono.

-Segurísimo, no va a haber problema.

-Mire Robles, lo único que quiero es deshacerme de él cuanto antes. El club no puede pagarle toda esa porrada de plata que pide por irse. Dos goles en once meses es una estafa. ¿A qué hora salieron del boliche?

-Hace unos veinte minutos. Ahora está tieso y medio dormido en el auto. Bailó como loco toda la noche. Lo voy a llevar a casa y luego, seguramente, irá a entrenar.

-¿O sea que estuvieron toda la noche allí? ¿Con quién bailó?, preguntó con insistencia la voz.

-Con nadie, estuvo solo. Las minas le hacían fiesta y él no les daba bola. Terminé bailando yo con algunas, las que él me presentaba. No sé, anda mal, se le nota. Siempre sudando. Está gordo, como hinchado, usted lo ha visto. Le hablo, trato de aconsejarlo pero me hace callar o se hace el que no escucha –dijo Robles lamentándose-. A eso de las tres exigió meterse tras la barra a hacer tragos. Todo el mundo lo miraba sorprendido, hasta que llegó un socio del club y le dijo que se fuera a acostar para que empezara a hacer goles de una vez y que se le debería caer la cara de vergüenza por la cantidad de plata que cobra. El tipo sacó su carné de socio y se lo tiró por la cara. Fierita saltó la barra, lo tomó por la camisa ¿y sabe lo que hizo?

-¿Qué hizo? ¿Le pegó?

-No. Bueno, sí, casi. Primero le dio un beso y luego una palmadita amistosa en la cara. Se cagó de la risa, le pagó un whisky y se fue a su rincón de toda la noche.

-¡Mierda! Entonces está verdaderamente mal. En tres horas más tiene que entrenar y recién lo lleva a casa – agregó molesta la voz.

-No me gustaría estar en ese pellejo – dijo Robles –. Ayúdeme con esto ¿sí? … A propósito ¿cuándo arreglamos lo mío? Se lo digo por el asunto de mi hija ¿entiende?

-No se apure Robles. Una vez que hayamos terminado con todo, vamos a arreglar y con premio. Pero no antes de eso. Quiero el resultado del examen, las portadas de los diarios, el escándalo ¿comprende? Ya está todo en marcha – dijo segura la voz al otro lado del teléfono.

-Muy bien entonces…

-Ninguna palabra ¿eh? Nada.

-No se preocupe… Perdone por la llamada tan temprano.

-Tranquilo. Que le vaya bien, relájese y paciencia con ese bruto.

Robles cortó el fono, dio un suspiro y echó una pastilla de menta a la boca. A esa hora, las calles comenzaban a despertarse. Cruzó hasta el deportivo rojo descuidadamente. Al subir, Fierita seguía recostado en el asiento y se refugió de la incipiente luz del sol bajo la chaqueta.

-¿Con quién hablabas? –preguntó Fierita con la voz pastosa y la garganta endurecida por el fragor de la noche.

-Llamaba a mi vieja para avisarle que no iba a llegar y para preguntarle por la niña.

-Pero si ya no llegaste. Podrías haberla llamado desde el celular y no tenerme estacionado acá a esta hora para comadrear con tu vieja ¿no? Tengo que llegar a casa luego, por lo menos darme una ducha y lavarme los dientes para ir a entrenar. ¿A qué hora es el entrenamiento?

-A las nueve y media.

-Entonces métele velocidad…

-Ya vamos, ya vamos…

-Y anda con cuidado y por calles pequeñas que si nos para la policía, se acabó la fiesta –agregó Fierita recostándose nuevamente.

-¡Uf! Esa sería una cagada tremenda – dijo Robles y echó a andar el vehículo.

-¿Fiera? – preguntó Robles, un par de cuadras más allá.

-¿Sí?- dijo el goleador.

-¿Te metiste algo en la nariz hoy?

-Ni loco, juego pasado mañana. Lo hago como Maradona ¿entiendes?. De lunes a miércoles. Si no quedo agarrotado y duro. Me puedo desgarrar fácil – respondió el goleador, cobijándose con la chaqueta.

(Continuará…)