¿Puede Murray llegar a desplazar a Djokovic?

Con su triunfo en Wimbledon, el escocés sobrepasó los 10 mil puntos en el ranking de la ATP y, aunque lejos todavía del serbio, por primera vez se instala la duda razonable.

En otra época, ante otros, Andy Murray perfectamente pudo ser número 1 del mundo. Como muchos, pero quizás sin tantos méritos como acumula el escocés en los últimos cuatro años. Ganador de tres torneos del Grand Slam, del oro olímpico y de la Copa Davis, Murray acumula más galardones que muchos en la Era Open.

Tras ganarle el domingo al canadiense Milos Raonic en la final de Wimbledon en tres sets (6-4,7-6 y 7-6) y tras casi tres horas de partido, agazapado en su silla y con una toalla sobre la cabeza, el escocés disfrutaba en silencio y total concentración un nuevo logro en su carrera.

A los 29 años, conquistaba por segunda vez la corona en el All England, y en sus pensamientos, por qué no, debe haber cruzado una idea loca, que más tarde un periodista plantearía sin preámbulos en la conferencia de prensa con el campeón: ¿podría llegar a ser número 1 del mundo?

Y Andrew Barron Murray tomó una bocanada de aire y contestó lo que muchas veces se debe haber planteado en los últimos tiempos: “Sí, es posible que sea un día el número 1 del mundo, y yo prefiero ponerme el listón alto. Pero la gente olvida lo que Novak (Djokivic) ha hecho en los últimos 18 meses, en los que casi no ha perdido partidos. Para que pueda conseguir todo lo que él ha conseguido, necesito hacer siempre mi mejor juego y derrotar a Novak cuando nos enfrentemos”.

No es una tarea fácil, qué duda cabe, pero tres años después de ganar su primer Wimbledon, Murray volvía a conseguir el título en el tercer Grand Slam de la temporada y parecía que la historia del tenis empezaba a congraciarse con él, un jugador que si no fuera por los “monstruos” que tiene y ha tenido por delante (y alguna que otra flaqueza suya en instancias decisivas) sería un justificado coleccionista de títulos mayores.

Ante las caídas de Djokovic y Roger Federer, y la ausencia de Rafael Nadal, la del domingo fue la primera final de Wimbledon sin uno de esos nombres desde el año 2003.

Y eso mismo le permitió acercarse al serbio, que quedó con 15.040 puntos frente a los 10.195 del escocés. Esos 4.845 de diferencia le hacen abrir el apetito a él y a su cuerpo técnico.

El checo de nacimiento Ivan Lendl, quien vuelve a su lado, dijo que su objetivo es llevar a su pupilo a lo más alto del ranking mundial: “Está en una posición privilegiada para hacerle frente a Djokovic. Desde luego que puede ganarle a Novak y haré todo lo posible para que sea número 1”, comentó Lendl.

Argumentó que “sus duelos han sido muy ajustados, cuestión de un par de puntos. Y Andy está muy concentrado, hambriento y para mí es muy importante tener un jugador así, con estas dos premisas”.

El 23 de agosto de 1973, el rumano Ilie Nastase tuvo el honor de ser el primer número 1 del mundo según el sistema de contabilización semanal de puntos que, desde entonces, rigió al circuito masculino de la Asociación de Tenistas Profesionales (ATP).

Y desde ese primer ranking han sido sólo 25 tenistas los que han llegado a la cima en estos casi 43 años. Por una semana, como en el caso del australiano Patrick Rafter, famoso por su agresivo y desenfadado juego de saque y volea que parecía perdido en el tiempo y el espacio, o por 302 semanas, como el suizo Federer, el que más acumula con su solidez característica.

Nuestro “Chino” Ríos alcanzó a llegar a seis durante su gloriosa temporada 1998, y sigue manteniendo un record: es el único que ha llegado a ser 1 sin haber ganado ningún Grand Slam.

Pero, curiosamente, en esa lista de 25 connotados, no hay ninguno nacido en Gran Bretaña. El nacido en Glasgow espera tener el honor y el privilegio de ser el primero.

Y a quien quiera ponerlo como un sueño imposible, habrá que recordarle que el mismo Murray acabó en 2013 con una sequía de 77 años sin campeón británico en Wimbledon, y que el año pasado llevó a su país a quedarse con la Copa Davis después de 79 años. Como para empezar a creer.