rojita sub 17, fracaso

Un ímpetu irreflexivo

Prefiero no caer en la tentación de abordar las soluciones de fondo.
Recetas lógicas y probadas con éxito en otras partes han poblado las columnas de opinión en periódicos y sitios web luego del fracaso de la Rojita Sub 17 en el Mundial de la India.
Pero como es muy probable que ninguna de ellas sea recogida finalmente por la ANFP -por lo demás, no lo ha hecho hasta ahora- gastar tiempo en sugerir cómo refundar el fútbol chileno de menores resulta inoficioso.
Suena más provechoso detenerse en el extraño caso de esta Sub 17, que por sus peculiaridades positivas y negativas -poco vistas en otras selecciones- arroja algunas lecciones prácticas recomendables de tener en cuenta para futuros procesos. Incluso para la Roja adulta que, quiérase o, no deberá afrontar un proceso de refundación en los próximos meses.
La gran enseñanza es que de nada sirve la extensión de los procesos y la búsqueda incansable de jugadores si hay un criterio unilateral en la selección final.
Como ya es común en el fútbol chileno de menores, Hernán Caputto y su equipo dieron vuelta literalmente el país para que sobre la cancha cayeran los jugadores adecuados a sus propósitos. A muchos de los más de cien que observó ya los conocía desde que había ayudado a preparar a la Rojita Sub 15 para el Sudamericano de Colombia 2015.
¿Sirvió para algo tanto esfuerzo?
Si se evalúa el Sudamericano, al parecer sí. La Rojita fue vice campeona, y aunque Brasil la vapuleó en la final, pudo superar al resto de los rivales. Pero si lo que prima es el Mundial, habrá que colegir que no.
Lo que falló claramente en la elección fue su falta de diversidad. Mucha potencia, dinámica y velocidad. Casi nada de técnica, habilidad y, sobre todo, cerebro.
Hasta en sus peores épocas el fútbol chileno ha dispuesto de jugadores de buen pie. Debe haberlos en esta generación, pero Caputto los obvió.
Un ejemplo. No sabemos cuánto esfuerzo hizo para que el talentoso holandés-chileno Giovanni de la Vega (Ajax) optase por la Roja y no por la Naranja, como finalmente ocurrió, pese a que jugó por Chile en la Copa UC. Tampoco sabemos por qué sopesó apenas una semana a Brandon Cortés, el conductor de su categoría en Boca Juniors. Ni por qué dejó de lado a Tomás Espinoza, volante creativo de Rosario Central.
Y otro más. Todos los delanteros, salvo el afro Pedro Campos, carecían de alguna habilidad mínima para desequilibrar en el área rival. Todos eran rápidos y poco sutiles. Si para peor detrás de ellos no había compañeros capaces de dejarlos en posición de gol sus carrerones fueron casi siempre estériles.
Y a propósito de atacantes, otra cosa extraña. Aunque su opción primordial era el resguardo defensivo y luego lo demás tampoco está claro por qué Caputto eligió más puntas que defensas. Al Sudamericano llevó ocho, al Mundial, siete. Un tercio del plantel. Nunca visto.
Esa verticalidad incontinente sirvió en el Sudamericano, ante adversarios de nuestro nivel. En el Mundial, en cambio, contra equipos más rápidos incluso, pero además más técnicos, la única virtud de la Rojita se vino abajo.
Fue un desplome triste. Sobre todo, para muchachos ilusionados con imitar en pocos años más a sus ídolos de la “generación dorada”.

Pero quedó claro. La velocidad y potencia puras solo sirven para los 100 metros planos. Bielsa lo sabía. Cuando decidió venir a Chile consideró la calidad integral del contingente del que dispondría. Lo de Caputto, en cambio, fue miopía pura.