Yo lo viví: a piedrazos con el periodista

  • Ir a ver fútbol es cada vez más peligroso para el público, entre ellos para los reporteros que nos toca cubrir los partidos. Bien sé de eso, porque fui víctima de ese hombre mal llamado hincha, que sólo sabe delinquir.

Para los periodistas deportivos ir al estadio significa disfrutar de lo que más nos gusta: esa mezcla entre el fútbol y las comunicaciones. De hecho, no sé si podría llamarle “trabajo”, pues esa palabra está muy asociada en nuestro país a disgustos, a presiones, a hacer algo desagradable. En nuestro caso es distinto.

Por lo mismo, anhelamos que el fin de semana llegue pronto y, con ello, el sonido del pitazo inicial para sumergirnos en una avalancha de emociones, las que debemos conjugar con nuestro deber de informar lo que pasa en la cancha por la radio, la televisión, el diario, la revista o el medio digital.

Y sí: es como un grato sueño del que no quisiéramos despertar cuando llega el lunes. Pero, a veces debemos hacerlo por situaciones externas que nos ponen a prueba, más que como periodistas deportivos, como personas que asistimos al estadio. Somos uno más.

Las encuestas, entrevistas y, por sobre todo, los hechos demuestran que en los últimos años para asistir a un partido de fútbol hay que tener cierto coraje y valentía, aún más cuando se trata de duelos de alta convocatoria. El epicentro de la delincuencia está en el mismo lugar donde yo y tantos colegas vamos a trabajar. Me consta porque yo lo viví.

«En cruzar Vicuña Mackenna demoré 40 minutos. Y en esa espera me tocó ser víctima de aquel mal llamado hincha que, con su camiseta puesta, dejó muy mal el nombre de su equipo».

Debí transmitir para la emisora a la que pertenecía el duelo entre Colo Colo y Atlético Mineiro por Copa Libertadores. Sí, la de este año. El mismo partido en el que Martín Tonso se perdió el gol de su carrera y que terminaron empatados 0-0. Alta convocatoria, unas 40 mil personas. Lindo se veía el recinto de Pedrero.

Sin embargo, como la mayoría de los estadios en nuestro país carecen de vías de evacuación -calles aledañas-, el taco a la salida era peor que un viernes en plena hora punta. En cruzar Vicuña Mackenna demoré 40 minutos. Y en esa espera me tocó ser víctima de aquel mal llamado hincha que, con su camiseta puesta, dejó muy mal el nombre de su equipo.

Era cerca de la media noche y la principal avenida cercana al Monumental está siendo ampliada. Todo aquello implicó cortes, desvíos, calles cerradas, cruces inhabilitados y mucha piedra ¿Acaso nadie pensó que todo el material que de allí se extrajera podría ser un arma para cualquier delincuente?

Pues, así fue. En esa tensa espera de poder salir del taco, sin poder moverme en mi auto, recibí la nunca bien ponderada visita de ese tipo de “hincha”. Se acercó a mi ventana y, al ver mi obvia y lógica negativa de llevarlo, decidió desatar toda su furia.

Dos combos contra la ventana, a la que aún le agradezco su resistencia, y tres piedras recibió el vehículo en el que me movilizaba. Es que uno ya no sabe si ir a pie o en auto al estadio, de cualquier forma se corre peligro.

Ninguno de los camotes que me tiró aquel hombre cayó en algún vidrio, menos mal, sino quizá qué historia estaría contando ¿Bajarme y enfrentarlo? Con sus secuaces a media cuadra, “celebrando” su magno gesto, y la inexistencia de Carabineros, sólo atiné a hacer cambio de luces para que el conductor de delante avanzara.

Parte del sueldo que recibí ese mes fue para arreglar los abollones que quedaron en el auto. Pagamos justos por pecadores, qué duda cabe. Ahora prefiero salir del estadio unas cuantas horas después de terminado el partido. Y así lo seguiré haciendo mientras que los otros cómplices de estos barrabravas, los de cuello y corbata (dirigentes del fútbol y autoridades políticas, administrativas y policiales) no hagan bien su pega y protejan a los verdaderos sostenedores del espectáculo: el público. y, de paso, a quienes trabajamos en los medios…