Notable: el hormigón de los romanos era mucho mejor que el actual

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Por El Ágora
Actualizado el 7 de enero de 2023 - 9:50 am

Un estudio científico concluyó que tenía la capacidad de “autocurarse”.

Por ANDRÉS ALBURQUERQUE / Foto: ARCHIVO

Una investigación encabezada por científicos del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), la Universidad de Harvard y de laboratorios de Italia y Suiza concluyó que el hormigón usado por los romanos es mucho más fuerte y resistente que el actual, y que, por supuesto, ya se encuentran trabajando para comercializar este hormigón para que pueda ser utilizado en las construcciones actuales.

Los romanos fueron unos genios de la ingeniería. Gracias a sus enormes dotes arquitectónicas, crearon vastas redes de carreteras, acueductos, anfiteatros, puertos y puentes con tal pericia que muchas de estas construcciones han sobrevivido hasta nuestros días.

El Coliseo, por ejemplo, el principal monumento de la Antigua Roma, comenzó a construirse en el año 70 d.C., y fue finalizado 10 años después, y desde entonces es un emblema de esa civilización.

El acueducto de Segovia (foto principal), que data del siglo II d.C., se ha mantenido prácticamente intacto desde entonces.

En cambio, muchas estructuras modernas han colapsado después de apenas un siglo, o menos.

Según el estudio que se publicó en la revista Science Advances, los romanos utilizaron estrategias de fabricación con las que consiguieron hacer una masa ultrarresistente, que dotó a sus construcciones de un vigor y una resistencia realmente admirables gracias a un proceso de “autocuración”.

Hace años que los investigadores sospechaban que la clave de la resistencia y duración del hormigón romano se encontraba en un ingrediente: el uso de materiales puzolánicos (que contienen sílice), como la ceniza volcánica que existe en la región de Pozzuoli, en el norte de Nápoles.

Esta ceniza llegó a ser enviada por todo el Imperio Romano para ser utilizada en la construcción. De hecho, muchos arquitectos e historiadores la describieron como un ingrediente clave para el hormigón.

Pero esto no es nuevo. Un análisis mucho más detallado ha constatado que el secreto del hormigón romano no sólo se encuentra en los materiales puzolánicos que incluía: también contiene unas sustancias minerales blancas, brillantes y pequeñas, de apenas unos milímetros, que se denominan clastos de cal.

“Desde que comencé a investigar el hormigón romano antiguo, siempre me han fascinado sus características. En las formulaciones modernas del hormigón no encontramos estas características. Entonces, ¿por qué están presentes en estos materiales antiguos?”, dice Admir Masic, profesor de Ingeniería Civil y Ambiental del MIT y uno de los autores del estudio.

La investigación sostiene que los clastos de cal que incluían le otorgaron una gran “capacidad de autocuración” que no se conocía hasta la fecha. Además, lejos de ser una magnífica casualidad del destino, su hormigón fue el resultado de un proceso de optimización que duró siglos.

“Si los romanos pusieron tanto esfuerzo en hacer un material de construcción sobresaliente, siguiendo todas las recetas detalladas que habían sido optimizadas a lo largo de muchos siglos, ¿por qué pusieron tan poco esfuerzo en asegurar la producción de un hormigón bien mezclado?”, se pregunta Masic.

Lo cierto es que el asunto es aún más complejo. Los investigadores se propusieron utilizar imágenes multiescala de alta resolución y técnicas de mapeo químico para analizar más en profundidad el cemento milenario. Gracias a ellas se obtuvieron nuevos hallazgos relacionados con la funcionalidad potencial de los clastos de cal utilizados por los romanos.

Tradicionalmente se había pensado que la cal que se incorporaba al hormigón había sido previamente mezclada con agua para formar un material pastoso altamente reactivo. Sin embargo, este proceso por sí solo no podía explicar la presencia de clastos de cal. Así, al estudiar nuevas muestras de hormigón antiguo llegaron a la conclusión de que las inclusiones blancas estaban hechas de distintas formas de carbonato de sílice.

“El examen espectroscópico proporcionó pistas de que estos se habían formado a temperaturas extremas, como era de esperar de la reacción exotérmica producida por el uso de cal viva en lugar de, o además de, la cal apagada en la mezcla”, afirman los científicos.

Es decir, la mezcla de los distintos ingredientes del hormigón romano en caliente fue clave para crear una masa superduradera y ultrarresistente.

“La mezcla a altas temperaturas permite procesos químicos que no son posibles si sólo se usa cal apagada, produciéndose compuestos asociados a estas altas temperaturas que de otro modo no se formarían. Por otro lado, este aumento de la temperatura reduce significativamente los tiempos de curado y fraguado, ya que todas las reacciones se aceleran, lo que permite una construcción mucho más rápida”, subraya Masic.

Los investigadores descubrieron que esta fuente de calcio otorgaba al hormigón la capacidad de regenerarse cuando se fracturaba. “Este material puede reaccionar con agua, creando una solución saturada de calcio que puede recristalizarse como carbonato de calcio y llenar rápidamente la grieta, o reaccionar con materiales puzolánicos para fortalecer aún más el material compuesto”. En otras palabras, cuando se producía una grieta, bastaba una lluvia para que en un par de semanas el hormigón se regenerara.