A 32 años del logro copero de Colo Colo, es imposible no valorar la figura de Mirko Jozic

La Libertadores la ganaron por cierto los jugadores, pero el “arquitecto” de ese logro fue este director técnico croata que, con sus métodos y su sistema de juego, remeció las anquilosadas estructuras del fútbol chileno.
Por EDUARDO BRUNA / Fotos: TWITTER Y ARCHIVO
Los que ganaron la Copa Libertadores para Colo Colo, ese 5 de junio de 1991, fueron sin duda los jugadores, pero el arquitecto tras ese triunfo inédito para el fútbol chileno fue Mirko Jozic, que revolucionó la forma de jugar de un equipo que, el año anterior, con Arturo Salah en la banca, con parecido plantel, había fracasado ante Vasco da Gama.
Fue, aquella, una tarde dolorosa para el pueblo albo. La segunda fase de esa Copa se había iniciado con los mejores auspicios, luego que el Cacique empatara sin goles en Río de Janeiro mereciendo mejor suerte. Para la revancha, sin embargo, no pudo ocupar su estadio, que carecía en esos momentos de luz artificial, y debió recibir al elenco carioca en el Nacional.
Pero eso no fue obstáculo para que Colo Colo impusiera sus términos y llegara a ponerse en ventaja de 2-0, primero, y de 3-1 después. Lo que ocurrió, ya se sabe. Un error imperdonable, en el último minuto de partido, significó el gol de Vasco da Gama y el 3-3 registrado obligó a una definición por penales en que falló quien se suponía no podía fallar: Rubén Espinoza.
La eliminación caló hondo. Además, como la relación directorio albo-Salah ya venía desgastada, Peter Dragicevic, presidente de Colo Colo, tenía su carta bajo la manga para el golpe de timón que, estimaba, necesitaba el equipo. Cuando con miras a la Copa América de 1991 Abel Alonso, presidente del fútbol chileno, le informó que para La Roja querían a Arturo Salah, el timonel albo reactivó con Jozic un contacto que se había interrumpido cuando el croata, campeón del mundo juvenil con Yugoslavia, se había ido de Chile tras unos meses en que intentó hacer el trabajo para el que en principio había sido contratado: dirigir todas las series menores albas, implantar en los chicos una mentalidad distinta a la que hasta allí había imperado.
A sus problemas con el idioma, Jozic sumó una dificultad mucho mayor: tanto Salah como el cuerpo de entrenadores de las cadetes albas, le hicieron al croata una soterrada guerra. Tan sostenida y frontal, que Mirko decidió que para él lo mejor era regresar a Zagreb.
Ahora, que Salah se iba, Dragicevic no dudó en tomar un vuelo hacia Yugoslavia. Su misión era reencantar a Jozic para que volviera al Monumental. Su argumento: ahora no sería subordinado de nadie, porque era el primer equipo el que lo esperaba. Y al timonel albo no le costó nada convencerlo. Aparte de ofrecerle términos económicos que superaban los de su país, Mirko, su esposa Zorana y su pequeña hija, Lana, en su primera estancia se habían enamorado de Chile y de su gente.
“Vengo a ganar la Copa Libertadores”, fue lo primero que Mirko dijo tras tomar posesión de su cargo. Frase que, en ese momento, sonó incluso un poco grandilocuente, por más que en 1973 Colo Colo había estado cerca y sólo arbitrajes parciales, dirigidos por la mafia imperante, le habían arrebatado un logro para el cual estaba mejor calificado que Independiente de Avellaneda.
Tras consagrar campeón a Colo Colo, Jozic armó el plantel que quería y necesitaba. No pidió mucho. Para él, ese equipo sólo requería de unos pocos retoques para hacerlo internacionalmente competitivo. Así fue como llegaron, a principios de 1991, Gabriel Mendoza, proveniente de O´Higgins; Patricio Yáñez, de intermitentes actuaciones en la U, y un Luis Pérez que fue cedido a préstamo por una Universidad Católica que estimaba que para él no habría lugar en el equipo. Como extranjero se sumó Ariel Verdirame, argentino, que con Jozic nunca pudo jugar, más allá de las buenas referencias que dejaba su accionar al interior del Monumental.
Desde el campeonato anterior, Mirko Jozic, que reemplazó a Salah en pleno torneo, había dejado su impronta: en su debut, frente a Universidad Católica, un partido que se jugaría a Monumental lleno, mostró como jugaría Colo Colo de allí en adelante. Con un “líbero” (Lizardo Garrido), dos “stoppers” (Miguel Ramírez y Javier Margas) y dos laterales-volantes que tendrían que cubrir incansablemente las bandas.
En la previa de ese partido, y ante un esquema inédito, Garrido dijo: “O resulta o damos la hora”. Y no sin problemas, como todo experimento, resultó. Colo Colo se impuso por 1-0 en un partido intenso y de ida y vuelta.

Como siempre, no faltaron los críticos del medio. Que así ya no se jugaba, que la marcación al hombre estaba pasada de moda y que el sistema, más allá de eventuales éxitos, terminaría por desmoronarse. Críticas similares a las que, en 1941, había recibido Francisco Platko cuando, en la banca del Cacique, decidió implantar lo que en la época se conoció como “el half policía”.
El húngaro terminó tapándoles la boca a todos, consagrando a Colo Colo campeón invicto. Medio siglo después, Mirko haría lo mismo, dirigiendo a su equipo a esa Copa Libertadores que había prometido a su llegada.
Y es que nuestro fútbol, vegetativo y anquilosado, sólo ha vivido remezones, o “revoluciones” si usted quiere, por manos extranjeras. Excluyendo a Fernando Riera, en nuestra historia han sido Platko, Jozic, Bielsa y Sampaoli, los que nos demostraron que se puede, cuando hay jugadores, disciplina y una forma de ver el fútbol sin complejos ancestrales.
Por eso, en este nuevo aniversario del logro más importante de nuestro fútbol a nivel de clubes, bien vale resaltar la figura de Mirko Jozic, un croata que, con ya 83 años, sigue en su país vibrando con ese Colo Colo al que pudo llevar a la cima de América en una época en que, además de buenos jugadores, existía el deseo de competir y no sólo de participar, como tristemente ocurre ahora.