Columna de Claudio Gudmani: El debate futbolero o la posesión de la verdad

Cada uno tiene su prisma que defiende, su posición, su trinchera, a veces perdiendo la gran perspectiva de todo esto, que es mejorar nuestros rendimientos deportivos, nuestros logros y dar un buen espectáculo para el consumidor, el público, el que paga la entrada o la cajita feliz de la TV.

Por CLAUDIO GUDMANI / Foto (referencial): ARCHIVO

Siempre se dice que no es bueno discutir de política, de religión y de fútbol porque en ello se mezclan creencias, fanatismos, partidismos, intereses y acomodos, que no permiten llegar a conclusiones auspiciosas. En estos ámbitos nadie tiene la verdad, aunque todos crean tenerla… sencillamente, aquí no hay las certezas de las matemáticas, ni de la lógica, ni de la ciencia.

Como la política es muy seria y deja muchos resentimientos sociales, prefiero no opinar mayormente de ella, menos en un mundo tan violento, poco valórico y trasgresor como el que estamos viviendo.

Y como en religión soy muy respetuoso de la espiritualidad de cada uno, y no me interesa cambiar ni evangelizar a nadie, menos en estos tiempos de falta de fe, prefiero no entrar en espesuras.

Sin embargo, como el fútbol es sólo “lo más importante de lo menos importante”, y como para mí sigue siendo un juego-deporte apasionante, desde mi formación como entrenador, con experiencias y postulados que defiendo, sí que entro en el debate futbolero. Y he podido tener mi pequeño espacio para dar mi visión y mi aporte al respecto, aunque, por cierto, no estoy ni cerca de tener todas las respuestas, ni menos la verdad de la milanesa.

En este sentido, he tenido la posibilidad de compartir con otros profesionales de este mundo de la opinión y debate futbolero, como son los periodistas que reportean el futbol y los comentaristas, entre los que se agregan ex futbolistas, ex entrenadores y, por supuesto, el hincha.

Y cada uno tiene su prisma que defiende, su posición, su trinchera, a veces perdiendo la gran perspectiva de todo esto, que es mejorar nuestros rendimientos deportivos, nuestros logros y dar un buen espectáculo para el consumidor, el público, el que paga la entrada o la cajita feliz de la TV.

Por esto es que me permito desmenuzar a los debatientes para entender sus visiones al respecto.

Entre los periodistas hay que distinguir diferentes tipos: el que reportea, el de la cancha, el del dato numérico o estadístico, el que le interesa la historia, y el comentarista que analiza y critica lo que ve en cancha, el juego mismo.

Cada uno de estos tipos quiere llevar “agua a su molino”… el reportero en cancha habla de lo que “le dicen los actores”, lo que ve por ahí, protege sus fuentes, y da pie al vulgar “sapo”: quién va a jugar, quién se enojó con quién, quién anda medio cojo, etc. etc. etc. En definitiva, entre la información y el conventilleo.

El del dato numérico o estadístico cree que ahí está la verdad objetiva, los hechos, las rachas, las tendencias, pero hay que decir que eso es sólo un dato de la causa, porque cada partido es un mundo.

Por otro lado, el que maneja la historia y tiene buena memoria, se siente más sabio y experimentado, pero cae en decir que todo tiempo pasado fue mejor o peor, según la óptica con que se mira, incluso puede llegar a decir que “siempre es lo mismo” y habla de la idiosincrasia de nuestro fútbol.

Por último, el comentarista se la juega con una opinión, su verdad, y eso está muy bien, cuando se hace analizando lo que se ve, pero no cuando se la da de entrenador, por ejemplo diciendo lo que ellos “hubieran hecho”, ante tal o cual resultado adverso o mal funcionamiento. Sin embargo, no los culpo, porque “todos somos técnicos”, aunque en realidad no somos tantos los graduados como tal.

Pero esto no es nada grave, y uno entiende que todos quieren aportar “en buena”. El problema es con esos comentaristas ácidos, criticones, polémicos, que les encanta mirar “debajo del agua”, leer entre líneas y buscar conflictos entre los actores principales: los jugadores y técnicos, y también entre los secundarios: los dirigentes y representantes, los árbitros, etc. O sea, echarle pelos a la sopa para tener más temas que debatir.

¿Entretenido?… puede ser, para los que les gusta la farándula futbolera.

Luego, tenemos a otro tipo de opinólogo, los que estuvieron en cancha, futbolistas primero, entrenadores algunos, pero sobre todo ex… o sea, experimentados ex jugadores, ex entrenadores, o cesantes, al menos hasta que dejen de serlo. Y aquí hay que hacer también distingos. El exfutbolista, incluso aunque haya sido DT, dice que “siempre será futbolista” y defiende a sus pares, “lo más noble de la actividad”, por eso le baja el perfil a ciertas conductas o actitudes de los principales actores, dentro y fuera de la cancha.

Hay que entender que muchos son amigos, se conocen, comparten el mítico “secreto de camarín”, algo tan importante como los secretos de estado o del Vaticano. La lealtad está bien, pero no se pude justificar lo injustificable, las malas actitudes, los poco profesionales, por ejemplo, los que simulan o exageran en cancha para perjudicar al rival, al “colega”, engañar a veces burdamente al árbitro, todo por el resultado. La pequeña ventaja, mezquina, que un buen deportista no haría.

También están los ex futbolistas que se ponen en la vereda opuesta, a veces para ser más polémico, y echa al agua a los futbolistas. Son claramente posturas para debatir, para generar atracción en el morbo de la gente.

En el caso de los ex entrenadores, o incluso los que están “en pausa”, el comentario es otra forma de estar en la actividad. Es válido, sobre todo si aportan a la mejoría, pero aquí también podemos ver a qué le hincan el diente. Algunos analizan todo desde la táctica, con errores y aciertos de sus colegas. Otros hablan de los liderazgos, las habilidades blandas, otros de las mañas y “muñequeos” para tratar al material humano: el plantel.

También están los que critican de tal manera que pareciera que los colegas entrenadores no fueran seres pensantes, ni planificaran nada, incluso hablando de la influencia dirigencial o de los “corrales” de los representantes. O sea, lejos de ser un estratega, los que tienen trabajo en la actualidad son simples títeres del sistema, y para estos comentaristas, “los de antes sí que se hacían respetar”.

También hay que decir que hay otros opinantes que no deberían serlo, como son los dirigentes, que deberían poner la mesura, y preocuparse más de los lineamientos y objetivos de la actividad y no de la crítica a lo que sucede en la cancha, donde, de una forma totalmente parcial, como un hincha más, hablan de táctica, técnica y arbitrajes del equipo propio y de los rivales, sobre todo cuando les tocan sus “intereses” económicos y deportivos.

Finalmente, no podemos dejar fuera de la ecuación del comentario, al hincha, que pasa de encontrar todo bueno o todo malo, de entrenadores, jugadores, dirigentes y árbitros, con la sola vara del resultado, en un claro afán exitista, y de una semana a otra, según les hierva la sangre, en eso que llamamos la pasión, pero que casi siempre se enceguece con opiniones muy alejadas de la verdad.

Porque la verdad del fútbol es muy variable, multifactorial y depende con el cristal que se mire… Porque jugar bien depende que si un gran remate, luego de una tremenda jugada, pegó en el palo, la atajó el arquero o se coló en el ángulo, y si el resultado de eso es ganar o perder, como también depende de un pequeño o gran error, como un autogol, una pifia, un resbalón o una marca suelta, en el minuto fatal.

A pocos les importa la forma, ni las variantes tácticas y técnicas, ni las fortalezas mentales o las malas actitudes, a la mayoría le importa el resultado, el ganar, y lo peor es que a muchos sólo le interesa el dinero asociado a ello. Hoy el logro deportivo va de la mano de lo económico, del futuro contrato, y el medio vive de eso.

Y entonces, nuevamente empieza el debate. ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? Sigo sin tener la respuesta, sólo mi humilde opinión: la pelota no se mancha.