Columna de José Roggero: El segundón que nunca fue

Tan injusta ha sido la historia con Juan Bautista Quiñones -uno de los fundadores clave de Colo Colo y quien pasó a la posteridad sólo por el grito rebelde de Arellano-, que su tumba en Constitución se cae a pedazos, sin que nadie del club social o de Blanco y Negro hagan algo por repararla, pese a las denuncias de los medios de comunicación.

Por JOSÉ ROGGERO / Foto: ARCHIVO

“¡Vámonos, Quiñones, que jueguen los viejos!”.

Atrapado en esa frase, pasó a la historia de Colo Colo.

Siempre a la sombra del ídolo-mártir David Arellano, el maulino Juan Bautista Segundo Quiñones Carreño ha sido postergado por casi 100 años. Ignorada su preponderante contribución a la fundación del club más importante del fútbol chileno, y al acelerado crecimiento que la institución vivió durante los años 20 y 30 del siglo pasado.

Veintitrés años tenía ese volante izquierdo cuando junto a los otros jugadores jóvenes de Magallanes formaron Colo Colo.

El nacido en Constitución el 4 de octubre de 1899 llegó el 4 de abril de 1925 a la asamblea donde pretendían revolucionar al club. Querían convertirlo en una institución a la altura de sus pares rioplatenses, que ya habían sacado ventaja a nivel continental.

La asamblea fue agitada de principio a fin. Entre otros puntos, debía elegirse al nuevo capitán del equipo. Arellano era el indicado por sus ideas avanzadas, pero los viejos tercios no quisieron perder el timón y acomodaron los estatutos. Tan escandalosa fue la jugada, que en la elección sólo pudieron votar los dirigentes, cuando la potestad de sufragio siempre había pertenecido a los jugadores.

No había más que hacer. Arellano perdió la paciencia y conminó a sus compañeros a retirarse.

En ese momento fue cuando Quiñones demostró que no era cualquiera y que también tenía hechuras de líder. Mal que mal, él había sido elegido por sus compañeros para plantear la posición renovadora que esgrimían.

Una de las pocas fotos de Juan Quiñones. Se publicó en la revista Los Sports, en 1926.

Quiñones se la jugó por la conciliación. Durante varios minutos procuró acercar posiciones con los dirigentes. Pero fracasó. Arellano gritó entonces la frase que inmortalizó a su amigo, pero petrificándolo en un rol secundario: “¡Vámonos, Quiñones, deja que jueguen los viejos!”.

Qué paradoja la de Quiñones. De haber tenido éxito en su empeño, de haber logrado el acuerdo, tal vez no habría habido escisión. Arellano, él y el resto de los rebeldes hubiesen seguido en Magallanes y no habría nacido Colo Colo.

Pero la historia corrió por otro carril.

Esa misma noche, en el “Quitapenas”, a un costado del Cementerio General, los rupturistas dieron los primeros pasos para fundar un nuevo club.

Aparte de David y de Juan Quiñones el grupo lo componían Francisco Arellano, Rubén Arroyo, Nicolás Arroyo, Luis Mancilla, Clemente Acuña, Rubén Sepúlveda, Luis Contreras, Salvador Torres, Togo Bascuñán, Guillermo Cáceres y Armando Stavelot.

Hasta allí llegaron poco después otros jugadores. Uno de ellos, Luis Contreras, tuvo un rol fundamental. Él fue quien propuso Colo Colo como el nombre del club que estaba por nacer. Su idea fue aceptada, dejando atrás las opciones de Arturo Prat e Independiente, que habían sido barajadas.

Días después, el 19 de abril, en el estadio El Llano, en San Miguel, se realizó oficialmente la asamblea de creación.

Una vez más, Quiñones fue protagonista. Presidió la asamblea. Y logró algo más. Una idea suya acaparó la unanimidad. Era el color del uniforme: camiseta blanca, como reflejo de la pureza; pantalones negros, como emblema de la seriedad. Las medias negras con una franja blanca, en homenaje a los marinos de la Armada de Chile, fue idea de otro fundador, Guillermo Cáceres.

Su primer partido con la alba camiseta fue el 31 de mayo de 1925 contra English. Colo Colo venció 6-0.

De que a Quiñones se le debe mucho más que la exhortación de Arellano lo demuestra su gestión en los años posteriores. En 1931 fue clave para crear y presidir la sección infantil del club, con tres categorías en las cuales los niños eran distribuidos según su año de nacimiento y estatura.

Él mismo les tomaba el juramento de honor: “¿Juráis, en nombre de David Arellano, defender física, moral, intelectual y económicamente el prestigio de los colores albos?”. Los chicos respondían: “Sí, juramos”.

Para entonces, el maulino ya no jugaba. Se retiró en 1928, tras haber jugado seis años en Magallanes y otros tres en el que sería finalmente el club de sus amores, con el que ganó dos títulos: Liga metropolitana en 1925 y Liga Central en 1928, ambos antes de iniciado el profesionalismo en 1933.

Falleció el 31 de marzo de 1970. Sus restos descansan en el cementerio de Constitución, ciudad donde la sede local de Colo Colo lleva su nombre. Lo triste es que su última morada yace en el completo abandono. Y pese a las denuncias de los medios -entre ellos El Ágora- ni Blanco y Nego ni el club social se han hecho cargo. De un tiempo a esta parte, un lienzo ubicado en la tribuna Cordillera luce la frase aquella.

La que lo inmortalizó como el segundón que nunca fue.