Columna de Sebastián Gómez Matus: poesía y poder
El poeta nacional Raúl Zurita nuevamente es candidato al Premio Nobel, abriendo la discusión política sobre su figura.
Por SEBASTIÁN GÓMEZ MATUS / Foto: ARCHIVO
El poeta inglés W.H. Auden escribió un maravilloso librito titulado “Un poema no escrito”, que tiene como subtítulo un título de Goethe, “Poesía y verdad”. Así denominó el poeta alemán sus años de juventud y formación. En su libro, Auden se pregunta si algo escrito por un poeta tiene que ser verdad o no. El poeta inglés concluye que, si lo escribe otro, no le importa la veracidad de lo escrito ni las circunstancias de la escritura; pero si es algo que escribe él, tiene que ser verdadero.
En el caso de Raúl Zurita (foto principal), este ha sido un cuestionamiento continuo, partiendo con dos sucesos clave en su vida: la detención en un barco en Valparaíso y cuando le entran a robar a su casa y él lo único que hace es memorizar un poema que justo estaba escribiendo al momento de entrar los ladrones. No es de mi interés dilucidar si estos hechos acontecieron o no, sino revisar someramente la percepción que hay de Zurita en la poesía y en la política, que en el caso de nuestro país tienden a la sinonimia.
Es conocido el poema a Lagos y a las carreteras de Chile. Menos conocida es la crítica de Fogwill a estos poemas. También es cosa de revisar la relación que tuvieron con la política nuestros poetas. Neruda, como casi todos los artistas del siglo 20, fue comunista; la única y gran diferencia es que el vate nacional fue comunista hasta su muerte y la mayoría de los demás artistas del mundo renunciaron o fueron expulsados rápidamente, casi de manera bautismal. Entraban y salían de las huestes rojas, para por fin dedicarse a escribir o pintar.
Conozco un libro muy interesante que toca de manera aparentemente tangencial esta relación entre poesía y política, entre poetas y el poder. Como el libro no tiene traducción y las epígonas de la autora parecen omitirlo con razón, dejo el título en inglés: “Economy of the Unlost”, de Anne Carson, donde investiga la relación entre poetas y dinero, desde cuándo alguien comenzó a recibir dinero a cambio de su trabajo poético, centrándose en la figura de Simónides que, si bien sus aportes son contundentes, como la invención de la mnemotecnia, vivió entre mecenas y tiranos.
Quizás la figura de Zurita, eterno candidato a todo, menos, al parecer, a la descendencia literaria, sea problemática no solo por su codeo con las esferas del poder, sino porque canta libertades tan trascendentes como hueras: toda esa poética busca enraizar en la libertad de pueblos que no buscan la libertad. Es decir, escribe a una entelequia: es un representante político del canto; además, la mayoría de sus detractores le tienen envidia: muchas y muchos quisieran tener ese nivel de reconocimiento mientras juegan a ser escritorxs y editorxs en las estructuras concursables de la cultura que, en Chile, se ha transformado en una tómbola del amiguismo y la agenda de las ONGs, muy lejos de la literatura propiamente tal.
Lo realmente dramático para un poeta es saber que será leído por gente de corbata en sus vacaciones y no por poetas que cuentan las monedas para pagar un arriendo o comprar unas cervezas en el tórrido verano que se avecina. En otras palabras, Zurita es un poeta de nula descendencia en la actualidad, siendo uno de los más publicados. Quizás tenga que venir otra generación que lea en sus mamotretos algo que nosotros no supimos encontrar, y eso que lo leímos y encontramos cosas notables. Tal vez a su poesía, que es interesante y a ratos realmente buena, le juega en contra la marca “Zurita”, este afán mesiánico desfasado. Por lo demás, la gente que premia no lee las obras de los premiados. ¿Habrán leído a Louise Gluck? ¿Y por qué la mejor poesía y literatura nunca es candidata de nada? Habrá una respuesta política para eso.
En fin, qué lejos estamos de la literatura argentina, cuyo candidato fijo es César Aira, que en varias ocasiones ha dicho que no quiere ganar el Nobel para no dejar de ser parte de la familia Borges-Kafka-Proust, mencionados con justicia. El caso de Proust es ejemplar: de ser prácticamente un desconocido pasó a dar de comer a toda una cáfila de académicos. Si comparamos ambas trayectorias, el trabajo de su Zurita, con la bandera del cielo a su favor, no alcanza ni la décima parte del campo nuevo que ha abierto el trasandino. Zurita, por su parte, y como dice la canción de Briceño, no sabe que “cada premio acarrea sanción”.