Crónica de un fraude anunciado

Quedará en la historia como el mayor fraude de todos los tiempos. Como la mascarada absurda entre un boxeador multi campeón del mundo y un tipo que, no siéndolo, hizo un patético papel intentando disfrazarse de pugilista. Floyd Mayweather, que tratando darle algo de crédito a la descomunal farsa que él y el irlandés protagonizaban hasta se dejó perder en los primeros asaltos, terminó por aburrirse del sainete y en la décima vuelta le propinó a Mc Gregor una paliza de aquellas para quedarse con este remedo de combate cuyo único fin no eran por cierto deportivos, sino un descarado fraude para engañar incautos y concretar la mayor recaudación de todos los tiempos.
Se la etiquetó como la “Pelea del Milenio”, como el combate de los “Mil Millones de Dólares”. Era el moderno choque de trenes entre el boxeador imbatido y la estrella de las artes marciales mixtas que podía hacer morder el polvo de la derrota a un Mayweather que, tras 49 peleas y una vez igualado el record de Rocky Marciano, llevaba dos años de inactividad recluido en sus cómodos cuarteles de invierno.
Nunca –ni en los tiempos de Muhammad Ali- un combate se “vendió” de esta colosal manera. Ni frente a Frazier ni contra Foreman, el “Más Grande” tuvo tras de sí una campaña tan mentirosa y tan machacona. No había necesidad, en todo caso: la sola mención de que una de esas peleas fuera posible acaparaba un natural y genuino interés que no necesitaba de mayores aditamentos publicitarios.
Esto era distinto y todo el mundo lo sabía. ¿Qué podía hacer McGregor cambiando el octágono por el ring y, ateniéndose por completo a las reglas del boxeo, quedar huérfano de sus golpes de piernas y de pie que lo han elevado a la categoría de estrella de la UFC (Ultimate Fighting Championships)? Absolutamente nada, como no fuera transformarse en un “puchingball” en movimiento a cambio de la nada despreciable suma de 75 millones de dólares más otros ingresos extras para asegurarse la vida él y su familia.
Mayweather no tuvo ni que pensarlo cuando le ofrecieron ser protagonista de esta vulgar mascarada. No iba a conseguir McGregor lo que en su momento no habían podido lograr peleadores de verdad y de primer plano, como Shane Mosley, Samuel Alvarez, Marcos Maidana y Manny Pacquiao, entre otros: primero pegarle y luego vencerlo. El se ganaría alegremente la bolsa de 100 millones de dólares, más otros sustanciosos agregados, haciendo lo mismo que en la última parte de su carrera hizo siempre, esto es, pegar lo justo en cada round y el resto del tiempo eludir groseramente el combate.
Tratando de aparentar un equilibrio que no existía, ¡qué mal actor resultó ser Mayweather…! A su lado, hasta Silvester Stallone calificaba para el Oscar personificando a “Rocky”. Porque hasta se dejó ganar las primeras vueltas frente a un tipo que, incluso en nuestro país, desprovisto desde hace años del boxeo de primera línea, habría merecido el apelativo de “paquete”.
Es que este pobrecito de Connor McGregor, simulando ser boxeador, daba realmente pena. Zurdo, su pretendido “jab” (en este caso de derecha), arma fundamental para calibrar la distancia y marcar la apertura de descargas, era una “manito de gato” que tiraba seguramente porque había visto que así procedían los pugilistas de verdad, pero le salía tan insulsa y blandengue que Floyd sólo se cubría por instinto, por costumbre y… para hacer teatro.
Para hacer el cuento corto, el irlandés no tenía ni un solo golpe que pudiera ganarse el calificativo de respetable. Ni siquiera el cruzado de zurda -supuestamente su mejor arma natural, porque el “cross” es de esos golpes que suelen llegar bien hasta en los momentos de desesperación- alcanzaba a preocupar a un Mayweather que, astuto y pillo como es, supo desde siempre que llevarse la victoria y la bolsa sólo era cuestión de mero trámite.
Ni siquiera fue necesario que apareciera el Floyd Mayweather mañoso y marrullero, ese que en sus últimas diez o doce peleas amarraba a su rival en cuanto sentía –aunque fuera lejana- la posibilidad de peligro.
La incapacidad boxística de McGregor era tan evidente, que las pocas veces que el árbitro, Robert Byrd, debió intervenir para separar a los rivales fue porque el irlandés, absolutamente incapaz e impotente, sujetaba a Mayweather para golpearlo en la cabeza o en la nunca con el puño haciendo las veces de martillo.
De acuerdo a los reglamentos operables para este simulacro de pelea, el combate sólo se consideraría oficial desde el punto de vista de las estadísticas una vez que se superara el tercer asalto. Y Mayweather, que en vez de cerebro tiene una máquina registradora, a partir del cuarto comenzó recién a tomarse el confronte un poco más en serio. Terminada la quinta vuelta, incluso, simuló estar enardecido con su rival, empujándolo violentamente luego que la campana marcara el fin de las acciones.
En el sexto, siguiendo con el show, McGregor hasta cometió la impudicia de sacarle la lengua a Floyd luego de asestarle repetidos tanto como ilegales golpes en la nuca. Y eso, que habría ameritado hasta una resta de puntos en un combate de verdad, esta vez no pasó de la anécdota.
Desde el 7° round en adelante, cuando Mayweather pensó que su aporte a la mascarada ya era más que suficiente, a la estrella de las artes marciales mixtas se le vino la noche. El estadounidense comenzó una ofensiva gradual que fue demoliendo física y mentalmente a un Mc Gregor que recibía en escasos minutos muchos más golpes que los que podía recordar a través de toda su campaña combatiendo enrejado.
En el décimo, finalmente, llegó el desenlace por todos sabido: McGregor estaba contra las cuerdas y vapuleado de tal manera que el árbitro Byrd tuvo el buen criterio de salvarlo de una paliza aún mayor, decretando el nocaut técnico que daba por terminado este ordinario sainete.
Lo curioso de todo esto es que, a sabiendas del fraude monumental que se tramaba, millones contribuyeran voluntariamente a financiarlo, pagando una señal del cable o una entrada para el T-Mobile Arena.
Lo indignante, además, fue ver cómo ese trío de mexicanos que utilizó la cadena Fox para su transmisión en español, se hacían cómplices de la estafa pretendiendo comentar en serio esta mascarada. Más imperdonable aún si consideramos que México históricamente ha contado con legiones de boxeadores de primer nivel, con tipos que habrían hecho papilla a este McGregor en menos que canta un gallo.
¿Tan imbéciles estamos como sociedad planetaria que aceptamos que nos vendan impunemente este buzón?
Pareciera que sí. De otra manera no se explica que raperos picantes sean ídolos mundiales, que un burro dirija los destinos del país más poderoso del mundo y que nosotros, los chilenos, vayamos derechito a tropezar políticamente con la misma piedra en noviembre.