Cuando el chileno Iván Moreno fue el blanco más veloz del mundo
El 14 de octubre de 1968, en la prueba reina de los Juegos Olímpicos de México, el nacional se plantó de tú a tú frente a los astros de la velocidad y el podio lo ocuparon los tres que ganaron las series en que compitió.
Con increíble espíritu de superación y una tenacidad propia sólo de quienes poseen la vocación deportiva en su más alto grado, fue escalando peldaño a peldaño el progreso en su especialidad.
Sin el físico que los entendidos consideraban más apropiado para las pruebas rápidas, supo sacarles partido a sus piernas ágiles y fuertes, y terminó siendo el velocista más destacado que ha producido el atletismo chileno.
En una época de marcas asombrosas en los 100 y los 200 metros planos, con el imperio negro dominando en la velocidad mundial y cuando los rendimientos humanos en el deporte llegaban a constituir proezas increíbles, Iván Moreno estaba a poca distancia de los mejores.
Y lo fue a probar a la instancia máxima: los décimo novenos Juegos Olímpicos, realizados en el estadio Universitario de la Ciudad de México.
Dos semanas antes del comienzo de los Juegos, culminando su preparación en una competencia de cuatro países en Arizona, Iván Moreno corrió los 100 metros en 10 segundos clavados, una décima menos que el record mundial establecido por tres de los gamos negros de Estados Unidos: Jim Haines, Charlie Greene y Ronnie Ray Smith.
Con ese antecedente, el chileno quedó inserto en la elite de las pistas y quedó consagrado como el atleta más blanco más veloz del mundo.
Desfilaron 106 países en la ceremonia inaugural. Siete mil atletas acompañaron a sus banderas. Chile saludó y fue saludado por cien mil personas después de Checoslovaquia y antes de Dinamarca.
Los Juegos comenzaron justamente con las eliminatorias de los cien metros, para encender de inmediato el entusiasmo y la emoción.
A Moreno le correspondió la tercera serie, en la que se desempeñaba uno de los que habían marcado 10 segundos clavados en los aprontes cercanos, el cubano Enrique Figuerola. El velocista nacional hizo la carrera esperada y se clasificó segundo con 10”4, superado por dos décimas por el cubano, y aventajando al polaco Zenon Nowosz, al británico Barry Kelly, al keniata Charles Asati, al soviético Eugeni Siniaev y al colombiano Jimmy Sierra. Los tres primeros quedaron en competencia. Los cinco restantes terminaron ahí su participación.
En las otras series ganaron los favoritos: Greene (que igualó el record olímpico), Hines, los franceses Roger Bambuck y Gerard Fenouil, el jamaicano Lennox Miller, el canadiense Harry Jerome y el cubano Hermes Ramírez.
Dos horas después se realizó la segunda ronda eliminatoria, que clasificaba a los cuatro primeros. Moreno acusó un leve tirón cuando finalizaba la anterior. Su extraordinaria vitalidad, sin embargo, le permitió superar los problemas físicos, mejorar su marca en una décima y clasificarse para las semifinales.
Ahora le correspondió la primera serie. Se asombró el público cuando vio su figura morena y robusta en el andarivel 2, al lado de sus espigados adversarios. En el andarivel 1 estaba Ronald Jones, de Gran Bretaña; en el 3, el soviético Vladislav Sapiea; en el 4, el cubano Figuerola; en el 5, Jim Haines; en el 6, el jamaicano Miller; en el 7, el alemán Karl Schmidtke; en el 8, el argentino Andrés Calonge. Y la multitud lo aplaudió con cariño cuando logró la clasificación al obtener el cuarto lugar.
Sin partidas falsas, la prueba se fue como un suspiro. Moreno partió un tanto atrasado, último, pero a los cuarenta metros ya estaba al lado del argentino y del británico, mientras adelante luchaban los favoritos: Haines, Figuerola, Sapeia y Miller. Corrió junto Calonge y Jones otros cuarenta metros y en los veinte finales realizó una atropellada sensacional que le permitió superarlos, como también al soviético.
Moreno ya estaba entre los 16 mejores velocistas del mundo. Era el único blanco en competencia. Y no importó que fuera sexto en la serie de las semifinales, repitiendo los 10”3 de la ronda anterior. O que llegara a las mismas alturas -semifinales- en los 200 metros.
Su satisfacción fue mayor cuando, disputada la final, al podio de los ganadores se subieron precisamente los que lo habían superado en las series. La medalla de oro fue para Jim Haines (9’9, record olímpico), la de plata para Lennox Miller y la de bronce para Charles Greene.