El breve pero intenso idilio entre el “Pibe” Pablo Solari y Colo Colo

Llegó siendo un absoluto desconocido y como una arriesgada apuesta. Se marcha como ídolo del Cacique a un equipo que significa una maestría después de su graduación como futbolista con la alba. Como siempre ocurre, nuestro campeonato pierde un atractivo extra con su partida, pero a un muchacho tan correcto, tan limpio y respetuoso, sólo cabe desearle la mayor de las suertes.

Por EDUARDO BRUNA

Su caso, qué duda cabe, fue todo un fenómeno. De esos que, además, suelen darse en contadas oportunidades. Y ello más allá de lo que fue su aporte futbolístico -que para nada es por cierto desdeñable-, por todo lo que significó para un Colo Colo que en uno de los momentos más negros de su historia encontró en Pablo Solari, apodado pronto el “Pibe” por la masa alba, un jugador a quien admirar y querer casi sin ningún tipo de cuestionamientos.

Para decirlo pronto, el muchacho argentino, por entero lejano a esa pintoresca fanfarronería que distingue al bonaerense, se metió profundamente en el corazón de la hinchada alba, que lo tenía como su hijo predilecto. Jugara bien o mal, el “Pibe” prácticamente nunca bajaba del podio que TNT Sports, antes Canal del Fútbol, instala para elegir la figura del partido. Y una vez allí, era difícil que alguien de su propio equipo le arrebatara el premio. Ni hablar de un jugador del cuadro rival. A la hora de votar, se nota, los hinchas albos ganan por goleada.

A estas alturas de la historia, con Solari preparándose para continuar su fulgurante carrera en River Plate, un grande de Argentina y Sudamérica, hay que darle todo el crédito a Walter Lemma, técnico ayudante en su momento de Gustavo Quinteros que, conociendo al “Pibe” desde las inferiores de Talleres de Córdoba, llamó a su ex jefe para recomendarle al muchacho. También, por cierto, habrá que darle su correspondiente mérito al técnico albo, que cuando su equipo parecía no tener remedio, y se iba sin más a la Primera B por primera vez en la historia, confió en ese jugador que en su breve currículo apenas anotaba una participación en una Selección Argentina sub 20. 

Y es que, con 19 años, Solari jamás había debutado en Primera. En otras palabras, se trataba de una total y completa apuesta, porque ni siquiera la masa aficionada de Talleres lo tenía en sus libros. A juego perdido, y para variar con las arcas escuálidas, Quinteros le subió el pulgar a la recomendación de su amigo. Para conocerlo un poco más, seguramente el entrenador albo acudió a Youtube, aunque bien sabemos todos que unos pocos minutos de jugadas y goles elegidos con pinzas no pueden convencer a nadie que sepa de fútbol de buenas a primeras.

Había, además, otro motivo para que la dirigencia de Blanco y Negro, en ese momento con Aníbal Mosa a la cabeza, aceptara de buena gana la petición de Quinteros de traer al muchacho: por edad, no copaba cuota de foráneo y, reglamentariamente al menos, se sumaba como uno más de la pléyade de jugadores jóvenes que integraban la serie juvenil del Cacique.

Criterioso, experimentado, e interiorizado a fondo en los recovecos del fútbol, cuando el muchacho hizo finalmente su aparición en Pedreros, Gustavo Quinteros se puso al lado de la mesura. Con muy buen tino, por cierto, habló de Solari como una apuesta. Y es que, en realidad eso era el “Pibe”: una apuesta que podía resultar como pasar sin pena ni gloria por la tienda popular.

El propio debut de Solari no fue para nada muy alentador que digamos. Quinteros lo tiró a los leones en los minutos finales de un partido frente a Huachipato, en el CAP de Talcahuano, y, salvo evidenciar velocidad para picar por su banda, no fue mucho lo que alcanzó a mostrar. Un agobiado Colo Colo –por fútbol y ubicación en la tabla-, no estaba para lirismos y sólo defendía con uñas y dientes la paridad que estaba consiguiendo.

Pero en un equipo tan pobre, tan lejos del fútbol y sobre todo la dinámica que se necesita para competir, Pablo Solari tendría que encontrar nuevas oportunidades. Plagado de veteranos incapaces de sostener la intensidad y el trajín de 90 minutos, cosa que era evidente incluso en un medio que, como el nuestro, en esos factores sigue al debe, el Cacique necesitaba en forma urgente energías nuevas, al menos para correr y luchar de mucha mejor forma a como lo venía haciendo.

Una lesión de Marcos Bolados, en el Sausalito, contribuyó también para que Solari siguiera siendo tomado en cuenta.

Poco a poco, el muchacho se fue mostrando. Si por velocidad ya era una buena alternativa, cuando comenzó a atreverse en el mano a mano fue encendiendo paulatinamente las alarmas de los técnicos y marcadores de punta que debían enfrentarlo. Y es que el “Pibe”, a veces atolondrado, en otras tomando malas decisiones, fue mostrándose como un jugador distinto a los que en su inmensa mayoría el fútbol chileno está produciendo, por esa tontería de los entrenadores que, por tratar de sumar puntos y pelear campeonatos, abruman a los chicos con ese majadero “¡toque…!, “¡toque…!”… Solari, que seguramente como niño tuvo técnicos más sabios, y más conocedores de la esencia del fútbol, nos fue recordando que la gambeta y el enganche –inteligentes y bien utilizados- siguen plenamente vigentes para obtener superioridad numérica, desarmar defensas y meter el letal centro hacia atrás. Y, ¿por qué no? Hasta para anotar.

¿Qué no siempre te va a resultar? Por supuesto. ¿O ustedes piensan que Garrincha, el más grande exponente de la historia como puntero derecho, jamás perdió un  mano a mano? Claro que los perdió, y de ello puede dar fe nuestro recordado mundialista de 1962, Manuel Rodríguez, el “Guerrillero”, que en una noche de gloria se echó al bolsillo a “Mané”, todo un genio del fútbol.

De esa forma, y porque además Solari viene de un medio donde en su puesto históricamente sobran los extraordinarios gambeteadores (Orestes Corbatta y René Orlando Houseman, por sólo nombrar dos ejemplos de aquello sin latearlos), el muchacho finalmente se impuso. Y es que, de a poco, el “Pibe” fue sacando las garras y haciendo ver mal, y a veces muy mal, a tipos a los que se tenía por más que eficientes marcadores. Resultado: para Quinteros y la hinchada alba el dueño de la banda derecha del ataque albo sólo tenía un nombre: Pablo César Solari.

Si la exigente hinchada alba había transformado a Solari en uno de sus regalones, ni qué decir cuando, el 17 de febrero del año pasado, en Talca, y frente a la Universidad de Concepción, anotara su primer gol con la alba. Y es que ese gol, de muy buena factura, significó que Colo Colo se impusiera por 1-0 y se salvara de perder por primera vez en la historia la categoría.

Por cierto, nadie pudo prever que el domingo pasado, y bajo una inclemente lluvia, el “Pibe” iba a anotar su última conquista por Colo Colo, frente a Deportes La Serena y, por añadidura, ante su mismo marcador de aquella tarde de Talca (Leandro Díaz), con una jugada prácticamente calcada a la que preludió su primer gol por el Cacique. A esas alturas, sólo Quinteros, Daniel Morón  y la dirigencia de Blanco y Negro, sabían que el breve pero inolvidable paso de Pablo Solari por el Monumental de la comuna de Macul había terminado.

Los millones de River Plate, como siempre ocurre desde que el fútbol es profesional, habían puesto fin de raíz a un idilio incondicional entre el “Pibe” y el pueblo albo.

Otra historia, por supuesto, será la que de aquí en más empiece a escribir Solari con la camiseta banda sangre en el pecho. En el Monumental de Núñez, y con el “Muñeco” Gallardo en la banca, el “Pibe” deberá empezar a bregar de nuevo por su oportunidad, y está demás que digamos que, en ese medio, todo le resultará más difícil. No sólo porque será uno más de un plantel numeroso y jerarquizado, sino porque se las verá con marcadores mucho más duchos y experimentados y con equipos rivales que, por más chicos que en teoría sean, juegan el juego y defienden su opción con todo. 

Solari, como argentino, sabe de sobra todo eso, pero nada ni nada podrá amilanarlo para intentar seguir siendo un jugador de primer plano y, aún más, seguir creciendo. Y es que, con 21 años y muchas condiciones, el “Pibe” sabe –también- que si Colo Colo significó su graduación, en River Plate acometerá lo que equivale a una maestría.

También debe estar enterado Solari de que su apellido en River tiene tradición. En la década de los 60 del pasado siglo brilló con la camiseta banda sangre Jorge Solari, apodado el “Indio”, seleccionado argentino, además, en el Mundial de Inglaterra 1966. Y que años después su sobrino, Santiago, incluso hasta superó al tío ganándolo todo con ese cuadro que, con Ramón Díaz en la banca, y con el “Matador” Salas como insigne goleador, hasta se dio el lujo de jugar por el Real Madrid e incluso ganar una Champions, entre otros varios trofeos. 

Lo debe saber, porque su familia es completamente riverplatense: su hermano se llama Santiago, como el “Indiecito”; su otro hermano, Matías Jesús, como Almeyda. Y él, Pablo César, lleva sus nombres en honor a Pablito Aimar.

El desafío, pues, será doblemente difícil para el “Pibe”. Pero al menos en lo que respecta a los hinchas albos, su carrera en Núñez será seguida como si se tratara de un jugador chileno que va a buscar en River Plate su consolidación y definitiva maduración. De partida, dar el salto a Europa será ahora mucho más factible que de haber fichado, a comienzos de año, por el América mexicano.

Ahora todo depende de él. Y hay que desearle suerte, porque se la merece mucho más allá de lo que significó para nuestro medio como futbolista. Un muchacho centrado, respetuoso, querendón de sus padres y de su familia, tiene todo el derecho del mundo a pensar en grande.

Toda la suerte del mundo, “Pibe”. Y un afectuoso adiós que será un “hasta siempre”.