Roberto Cóndor Rojas

El Cóndor que voló sobre nosotros

Para los que nacimos a fines 70’ y que vimos como niños la década siguiente, el Cóndor Rojas era semejante a un superhéroe. Muchos no vimos atajar a Sergio Livingstone y nos queda ver el final de la carrera de Claudio Bravo; pero, para la mayoría de nosotros, el Cóndor fue el mejor de la historia.

Por Patricio Vargas

El niño disfruta atajando en la cancha del hospital San Luis (hoy Instituto Nacional de Geriatría Eduardo Frei Montalva). El lugar está al norte del barrio Infante Elena Blanco, donde las calles se fueron abriendo paso junto con el siglo XX. Los niños de ese barrio de Providencia le patean y le patean la pesada pelota de cuero, pero no pueden vencerlo. Se siente seguro. Uno de sus amigos toma el balón, lo eleva y le pega con todas sus fuerzas 

-¡Y se lanza el arquero volando como un caravelle! -exclama el pequeño guardameta.

La pelota, manoteada y barrosa, marca sus cascos en una muralla detrás del arco. El padre del cancerbero es el cuidador del hospital, y los niños se sienten dueños de la cancha. No son los únicos pequeños que transitaron por ahí. Cuando a principios del siglo XX se desató una epidemia de viruela en Santiago, los jesuitas vendieron un terreno cercano al Hospital del Salvador para atender enfermos, en su mayoría niños con enfermedades infecciosas. El Hospital San José ya no daba abasto y la junta de beneficencia de Santiago tenía que hacer algo. Con el tiempo, atendería a pacientes psiquiátricos. Ahí atajaba nuestro espectacular arquero.

Pero no todo era fútbol. La habilidad y seguridad con las manos le permiten ser uno de los mejores jugadores de básquetbol de su colegio. Pero el fútbol es su pasión. Ya fue seleccionado nacional de baby fútbol y con dieciséis años ingresa a las filas del Club de Deportes Aviación. Se había ido a probar con los juveniles, pero lo enviaron con el equipo adulto. Le tapó todo a Honorino Landa, que terminaba su carrera en el club. Ahora, debía cruzar gran parte de Santiago y volar en el Estadio Reinaldo Martín Müller, en Gran Avenida. El recinto, al igual que el club, pertenecía a la Fuerza Aérea de Chile. Al joven, luego de una foto junto a la imagen de esa ave, le apodarán Cóndor, y competirá por un lugar con Eduardo Fournier y Wilfredo Leyton. Lo hará con guantes de cuero, de esos que usan los maestros de la construcción, a los que le recorta y pega gomas de paletas de tenis de mesa, para mayor adherencia. 

Debuta en 1975 y rápidamente se apropia del puesto, pero la vida no será fácil. En 1979 enfrentaría las consecuencias de la falsificación de pasaportes de la selección juvenil que fue a Paysandú. Más tarde, el club se disolvió. La Fuerza Aérea no podía mantenerlo con la crisis económica del 82’ a cuestas, pues privilegiaba gastar el dinero en otras cosas. Iniciada la dictadura, habían creado el criminal Comando Conjunto, que se dedicó a perseguir y asesinar miembros del Partido Comunista.

Roberto Rojas defendiendo el arco de Aviación en 1976

Para Roberto Antonio Rojas Saavedra, ‘El Cóndor’, nacido el 08 de agosto de 1957, el cambio sería increíble. El mismo año de la disolución de Aviación, sería contratado por Colo Colo y a los 25 años comenzaría a tejerse una leyenda. Salió campeón de la Copa Polla Gol ante la Católica en su primer título con el Albo. A pesar de esa victoria, debió seguir compitiendo por el arco; con Mario Osbén en Colo Colo y con Marco Cornez en la selección, siendo suplente en la Copa América de 1983. 

Ese mismo año debutaría por la Roja en un 0 a 1 ante Argentina en el estadio de Vélez. Morete le anotó a los 70 minutos. Al año siguiente, se inyectó un anabólico para evitar el dolor de una fractura tras un choque con Hugo Rubio en un Colo Colo–Cobreloa. El doping positivo le impidió ir a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 84’.

Sumaría, hasta su último juego, 49 partidos defendiendo el arco de la selección nacional. Hasta el 3 de septiembre de 1989.

Si en los años 40’ y 50’ los chilenos quedaron con la boca abierta viendo a Sergio Livingstone y ahora nos emocionamos viendo a Claudio Bravo, mejor ni hablar del Cóndor en los 80’. La triple atajada frente a Ferrocarril Oeste en la Libertadores 83’ o el voleo que le sacó a Sócrates ese mismo año en un amistoso, fueron el anticipo de lo que venía. En Lima, en un partido por las clasificatorias a México 86’, le sacó una pelota increíble a José Velásquez, casi gateando en una polvorienta área chica. Los posteriores saltos del jugador peruano parecen los de alguien que celebra la atajada del rival. Un achique inolvidable al Popeye Fabianni le dio a Colo Colo el título ante Palestino en la final del 86’ (enero del 87’). 

Ni hablar de la Copa América del 87’, cuando Raí y Müller se tomaban la cabeza sin encontrar explicaciones. Ese mismo año lo conocerían, cuando el Cóndor llegó a Sao Paulo. Dirigentes como Miguel Nasur también se tomaron la cabeza cuando Roberto Rojas encabezó las negociaciones por los premios en esa Copa América. ¿Otra actuación memorable? El monumental partido en Wembley contra Inglaterra en el 89’ y esa estirada retrocediendo ante un cabezazo de emboquillada.

Chile en la Copa América de 1987

Para los que nacimos a fines 70’ y que vimos como niños la década siguiente, el Cóndor Rojas era semejante a un superhéroe. No teníamos una selección que saliera a atacar precisamente; por tanto, siempre esperábamos que el Cóndor hiciera algo extraordinario. La desgracia hizo que el último de esos eventos extraordinarios fuera el peor.

¡Qué más se puede decir de ese 3 de septiembre de 1989? Se han escrito investigaciones muy completas, que incluyen recopilaciones de entrevistas al propio Roberto Rojas y a muchos de quienes estuvieron ahí. La foto de Ricardo Alfieri (hijo del fotógrafo del mismo nombre, autor de la imagen El abrazo del alma, una conmovedora secuencia en la que un hombre sin brazos se acerca a Tarantini y Fillol luego de ser campeones del mundo el 78’), echó abajo cualquier intento de continuar con la invención. La conciencia hizo lo propio: “Soy culpable”. 

Si bien es innegable que el Cóndor es el directo responsable de lo ocurrido esa tarde en Maracaná, el acontecimiento es hijo de su época. Una dictadura agonizante y una prensa chovinista mostraron lo peor de lo nuestro. Como en El Gabinete del Doctor Caligari, los locos a cargo del manicomio. Antes y después del partido (quizás desde la década anterior), se empezó a querer ganar imponiendo ‘la cultura de winner’ (¿habremos aprendido de eso?), porque “los partidos se ganan fuera de la cancha”. La locura había sido total desde un principio. Todos veíamos complots en todas partes: “nos quieren perjudicar”, “nunca van a dejar fuera a Brasil”. Y la vergüenza posterior. José Toribio Merino trató a los brasileños de ‘incivilizados’. Algunos periódicos, de ‘’salvajes’ y ‘criminales’, y una turba fue a apedrear el Palacio Errázuriz Urmeneta, donde aún se ubica la embajada de Brasil.

Si bien Orlando Aravena y Fernando Astengo sufrieron sanciones, la más dura terminó siendo para Roberto Rojas. Suspensión perpetua a los 32 años. Un hombre pagó por los males al final de la etapa más negra de la historia de un país. El 2001 fue amnistiado, pero ya era muy tarde. El año pasado, el árbitro de ese partido, Juan Carlos Loustau, dijo que  estaba seguro de “que eso no nació de los jugadores…eso nace de alguien a quien no le interesa el fútbol y le interesa ganar con trampa”. Quizás nunca se sepa toda la verdad. Y quizás sea mejor. Curiosamente, fue en Brasil donde el Cóndor pudo continuar su vida como preparador de arqueros y director técnico. Además, la vida y su salud lo volvieron a poner al límite. Pero ahí está. El Cóndor pasa y se queda. Cuando pisó el Nacional en la despedida de Iván Zamorano y el Monumental en un partido benéfico, fue ovacionado. 

Ya se dijo más arriba. Muchos no vimos atajar a Sergio Livingstone y nos queda ver el final de la carrera de Claudio Bravo; pero, para la mayoría de nosotros, el Cóndor fue el mejor de la historia.

Hace unos años, la revista alemana 11 Freunde recordó las palabras de Michel Preud’homme, el belga reconocido como mejor arquero del mundo en los 80’: «Rojas es mejor que yo”. 

Y estamos de acuerdo.