El nuevo Djokovic

Este séptimo Wimbledon obtenido por el serbio ha significado mucho más que un nuevo galardón para quien según muchos, es el mejor tenista de la historia. Porque pasó de ser el menos querido de los Big 3, a ser reconocido como un gran tenista, una buena persona y un competidor leal y respetuoso del público y sus rivales.

Por SERGIO RIED / Foto: SEBASTIEN BOZÓN

Lejanos fueron quedando los días en que Novak Djokovic hacía reír a todos con sus geniales imitaciones de Guillermo Vilas, Boris Becker, Rafael Nadal, Pete Sampras y otros tenistas famosos. Una época en que no rompía raquetas ni lanzaba pelotazos sin destino que a veces hasta llegaban a golpear a una jueza de línea como sucedió en el US Open 2020. Expulsiones, tarjetas amarillas y el repudio del público y de sus pares, se tomaron por asalto la imagen de Nole, culminando con el escándalo de Australia, país del cual fue expulsado y con prohibición de volver a pisar su suelo por tres años. 

Todo ello acicateado por su padre, quien para colmo de males tuvo la pésima idea de meterse con Roger Federer, el ídolo de todos. Culminando su tarea de destrucción de su propio hijo al decir con motivo de su negativa a vacunarse, que era el nuevo Jesús. Demasiado para el número uno del mundo, que no soportó esta pesada carga y lo llevó a cometer toda clase de violaciones a las reglas del «fair play», en un deporte que se vanagloria de ser «el deporte blanco» (aunque muchas veces manchado) y la cuna de las más rancias y victorianas raíces británicas. 

Novak Djokovic se convirtió así en el blanco de las críticas y el desprecio de sus colegas, del mundo del tenis y de la prensa especializada que no tardó en demonizar su imagen. Así llegó esta vez vestido con el traje de la humildad Novak Djokovic a jugar en la Catedral del tenis en esta convulsionada edición del tradicional torneo londinense, que no repartía puntos para el ranking ATP en represalia a la prohibición de participar a jugadores y jugadoras rusos o bielorrusos. En este revuelto río se introdujo Nole a sabiendas que tendría al público en contra en cada una de sus presentaciones y que entre sus mismos pares sólo uno de ellos lo respaldaba: el australiano Nick Kyrgios, quien por esas cosas del destino iba a ser su rival en la final. 

Paso a paso, desafiando a rivales que lo tuvieron dos sets abajo, a un público hostil que hasta aplaudía sus errores, este serbio indomable fue demostrando por qué muchos lo consideran el mejor de la historia. Con su habitual concentración, su frialdad para resolver situaciones comprometidas, sus grandes jugadas en momentos clave y con un espíritu deportivo inédito en él, fue construyendo, ronda tras ronda, está nueva imagen que terminaría por sepultar (esperando que definitivamente) la del «antiguo» soberbio, despótico e irrespetuoso Novak. 

Ayudado por el silencio de su padre que permanecía en las tribunas sin abrir la boca para proferir insultos y descalificaciones contra Roger y Nadal, sus grandes rivales. La mejor manera de echarse a medio mundo encima. 

Con este lastre a cuestas llegó Djokovic a su soñada final y así conquistó su séptimo Wimbledon y su Grand Slam número 21, derrotando justamente a quién es probablemente su único amigo en el circuito, Nick Kyrgios. A quien dicho sea de paso, dedicó hermosas palabras y muchos elogios en la ceremonia de premiación. Mientras en la tribuna, su esposa Jelena y su pequeña hija Tara eran testigos de esta resurrección del esposo y padre ejemplar que es Novak Djokovic.

¡En hora buena campeón!