Furia del Libro: por la boca muere el pez
Este domingo culminó la feria de editoriales independiente más grande del país, y en una versión cargada de polémica, las quejas no tardaron en aparecer.

Este domingo terminó la Furia del Libro, que, como se preveía, estuvo cargada de polémica. El final, sin embargo, fue con el clásico aplauso multitudinario que reconoce el esfuerzo por la organización y el trabajo editorial de todos los participantes.
Es la feria más relevante del mundo de la edición independiente en Chile. Hubo muchas novedades, libros de gran factura, invitados que colaboran con el marco teórico de la discusión política y cultural actual. Un día después del cierre se sienten los primeros coletazos de la feria.
Cargada de tensión, esta última versión dio cuenta de una situación que se venía rumoreando hace algunas versiones. El criterio de selección de los stands y editoriales participantes, el cobro abultado por puesto a pesar del apoyo financiero ministerial, entre otras problemáticas. El organizador de la Furia y también novelista y editor en La Pollera, Simón Ergas, habló con El Mostrador.
“Organizar una feria en la que participan entre 160 y 260 editoriales implica gestionar muchísimas expectativas. Por lo tanto, es normal que en situaciones puntuales haya roces, los que siempre intentamos solucionar de la mejor manera posible. Para eso tenemos la conversación y la proposición”, apuntó el organizador.
El más allá de la Furia
Lo limitado de los cupos guarda relación con el espacio, pero ese espacio también está reservado para las mismas editoriales de siempre. Esa parece ser la queja de algunas personas que quedaron afuera con sus proyectos. Tanto editorial Quimantú como Ocho Libros se refirieron a la marginación en esta versión. De hecho, para el sello otrora popular esta es la tercera vez que quedan fuera de la convocatoria.
Mario Ramos, parte de Quimantú, dijo que “por tercera vez no nos dejaron participar. Empieza a nacer y enredarse un hilito de preocupación, que nos va enredando. Queremos que las formas sean muy claras para todos, pues tampoco uno va gratis. Las ferias tienen un precio, un costo”.
A su vez, María José Thomas, en representación de Ocho Libros, declaró que “muchas editoriales quedan fuera por falta de espacio y recursos. Queda así expuesta la carencia de políticas públicas que promuevan y fortalezcan la industria”.
Más directa fue la crítica de parte de Ediciones Filacteria: “Yo respeto mucho los esfuerzos, los proyectos, porque trabajo en lo mismo (…). Creo que lo importante en la Furia del Libro sería ampliar las miradas y no dejarlas solamente en un sector. Creo que la izquierda progresista se ha tomado la cultura y de una manera muy fascistoica”.
Repercusiones de campo
La literatura chilena tiene una vitalidad que le permite existir al margen o a pesar de sus mecanismos de producción. Sin embargo, también es reconocible que la edición independiente ha propiciado el surgimiento de nuevas voces y de literaturas que no iban a ser consideradas por la edición transnacional. Ahora que algunos de esos autores están siendo publicados en el extranjero, traducidos incluso, surge la idea de qué está pasando con el campo literario nacional en tanto lucha de poder.
Como se publicó hace algunos días en este mismo diario, el reportaje que salió en Interferencia sobre las malas prácticas editoriales del editor de Alquimia Ediciones, dejó al descubierto una realidad que vuelve a recrudecer con la queja y molestia de editoriales que quedan fuera o acusan algún tipo de discriminación recurrente, como la descentralización y qué tipo de literatura queremos posicionar.
Hace rato que la edición independiente depende del gobierno, y el adjetivo da para un cuestionamiento de las condiciones de producción de nuestra literatura. Sobre todo para discutir la constante subvención a editoriales que nunca vuelven sostenibles sus proyectos. Esto por la calidad de sus obras o porque el impacto de las publicaciones en la masa lectora es prácticamente nulo.
Como decía Lihn: “Estamos condenados a leernos a nosotros mismos”. Pero lo cierto es que ni esto ocurre. Hay una ausencia de crítica propiamente tal y muchas veces hacer una crítica responsable supone granjearse enemigos. Hay un espectro que recorre la literatura, y es el espectro del “progrefascismo”.