Gaete: los cracks juegan, no se esconden
El delantero de Cobresal, transferido a Colo Colo por los próximos cuatro años, ha protagonizado la teleserie futbolística del verano. Inmaduro, y al parecer emocionalmente muy débil, un jugador como él no tiene por dónde triunfar en el “Cacique”.
Un chico argentino (o uruguayo, o brasileño, da lo mismo) de 21 años, figura en Lanús, Banfield o Platense, sin duda se volvería loco si Boca o River lo quisieran en sus filas. Pero loco de felicidad. Con mayor razón en el caso que, desde su más temprana niñez, hubiera sido hincha de uno de esos “grandes”.
Pensaría, sin ningún temor a equivocarnos, que su sueño se hizo realidad. Que la vida le sonríe y el futuro, hasta ese momento incierto, se le abre lleno de promesas. Vería, en ese trascendental cambio en su vida, la posibilidad concreta de forjarse un destino mejor para él y su entorno. La opción de “romperla” con su nueva camiseta, transformarse en figura, llegar a la Selección y, al cabo de un tiempo, interesar, ¿por qué no?, a un grande de Europa.
Eso equivale, ciertamente, a asegurar su futuro y el de su familia.
Cientos de muchachos, tan carenciados como él, siguieron esa mista ruta para pasar del anonimato a personaje obligado de diarios, revistas o notas radiales o televisivas. De ser uno más a “crack” capaz de mostrar su talento en cualquier cancha del mundo.
Sin embargo, Juan Carlos Gaete, “refuerzo” de Colo Colo, parece estar del todo ajeno a esas normales expectativas. Tras la sorpresa inicial de saberse pretendido por el club del que además se ha declarado hincha, parece haberse echado encima un desafío para el cual, meditándolo mejor, no se siente capaz.
No más firmar su contrato, que lo liga al “Cacique” por los próximos cuatro años, el platinado muchacho parece haberse arrepentido. Recién después de los exámenes médicos de rigor, de estampar su rúbrica, se dio cuenta en lo que se había metido: que, después de todo, ser cabeza de ratón en Cobresal, para él es mucho mejor que ser cola de león en Colo Colo.
No viajó con el plantel a la pretemporada en el Mapuche Country Club, de Buenos Aires. Recién lo hizo en solitario un par de días después, para sólo retornar a Santiago al día siguiente, tras sostener una privada conversación con el técnico albo, Mario Salas. Consultado este acerca de los motivos del jugador, y tras descartar problemas conductuales, sólo informó que el muchacho tenía problemas personales urgentes que solucionar.
Si hasta ese extraño episodio las especulaciones acerca de Gaete abundaban, su intempestivo retorno desde Argentina las multiplicaron de manera exponencial. Con mayor razón luego que el muchacho, en otra actitud incomprensible, borrara desde sus redes sociales toda referencia a su nuevo club.
Lo más parecido al chico de 15 ó 16 años que, tras desengañarse de su infantil polola, la elimina de su Instagram o de su Facebook.
Que le habían hecho “bulling” sus compañeros, se dijo. Que Jorge Valdivia había sido el más “cruel” e “implacable”, bautizándolo como “Arenito” o “Nelson Maury”, por su platinado claramente artificial. Y aunque el “Mago” desmintió de forma tajante las especulaciones periodísticas de dudosa fuente, y hasta el propio Gaete hizo lo mismo, el jugador hasta hoy sigue recluido en su hogar de la comuna de La Pintana sin dar ni la más mínima luz acerca de las razones que lo llevaron a protagonizar este verdadero “culebrón” veraniego de alto impacto y profuso rating.
No tanto por él, eso está claro. Si Gaete se quita la tintura y se pasea por Ahumada, seguro que no lo conoce nadie. Más bien por lo que significa que Colo Colo haya puesto sus ojos en un jugador inmaduro y que claramente no está capacitado para el fútbol de alta competencia ni para el compromiso que significa vestir la camiseta del club más exigente de todos.
El rocambolesco caso no constituye para nada un debut auspicioso de Marcelo Espina como gerente técnico del “Cacique”. Porque si bien Mario Salas tuvo que haber dado el conforme para la incorporación de Gaete a su plantel, tiene que haber sido el ex ídolo albo quien propuso su contratación a Blanco y Negro. Después de todo, es uno de los roles que Espina llegó a ejercer al Estadio Monumental.
Y, más allá de las condiciones futbolísticas de Gaete, que al parecer las tiene de acuerdo a lo exhibido en la recta final del campeonato de la Primera B vistiendo la camiseta de Cobresal, obligación era de Espina informarse acerca de otros aspectos de la vida del jugador que son tan importantes como su capacidad, su técnica, su velocidad o poder de finiquito.
¿Gaete era disciplinado? ¿Gaete era responsable? ¿Tiene la personalidad suficiente para defender una camiseta con la cual tantos que en su equipo eran “Gardel” fracasaron estruendosamente?
Si hemos de creerles a aquellos que conocen a este muchacho surgido de Magallanes, la responsabilidad y la disciplina no serían parte de sus debilidades. Todo indica que su talón de Aquiles va por el lado de la personalidad, de su fortaleza anímica y emocional para afrontar desafíos deportivos ante los cuales pareciera que ni siquiera él se siente preparado.
Y un jugador así, aunque suene injusto y lapidario, a Colo Colo no le sirve.
¿Se lo imagina alguien en el camarín de la Bombonera o del Centenario de Montevideo en los minutos previos a enfrentar a Boca o a Peñarol o Nacional? ¿Alguien puede creer que Juan Carlos Gaete será confiable en un Superclásico con el ruido vociferante de 40 mil espectadores gritándole en contra?
Lástima lo que sucede con tantos de nuestros jugadores de condiciones que, sin embargo, vieron frustradas sus posibilidades de triunfar en toda la línea por demasiado tímidos o muy tontorrones.
¿Quién podría olvidar, por ejemplo, al “rumano” Michel Atanasovic, delantero de O´Higgins de Rancagua en la década de los 80’?
Convocado a la Selección Chilena, era un “camión” lanzado en velocidad y, aunque para nada un exquisito, tampoco era de los más torpes de una época donde no cualquiera llegaba a jugar en Primera. El caso es que el bueno de Atanasovic viajó desde Rancagua a incorporarse a la Roja, con tan mala suerte que en el portón de entrada de “Juan Pinto Durán” no lo vio nadie que lo invitara a pasar y, como él tampoco pudo ver un rostro conocido, simplemente se devolvió a su ciudad, claramente aliviado de haberse sacado ese insoportable peso de encima.
¿Alguien, por otra parte, dudaba que Matías Fernández, elegido “Mejor Jugador de América” en 2006, iría sólo de paso desde Colo Colo al Villarreal español? Para la inmensa mayoría, el cuadro dirigido entonces por Manuel Pellegrini era sólo el primer peldaño del “Mati” antes de dar el gran salto a un grande de Europa.
¿Qué pasó, en cambio? Que no se consolidó nunca. Que transitó por equipos de diversos pelajes sin poder repetir jamás el brillo alcanzado con la camiseta alba. Hasta que las puertas de Europa se le cerraron definitivamente y hoy sólo aspira a reverdecer laureles en un fútbol de segunda línea, como el mexicano.
Y es que, ¿cómo podía triunfar absolutamente un muchacho cuya enfermiza timidez lo volvía un mudo dentro de la cancha? ¿Cómo podía destacar él, si como volante armador estaba obligado a gritar para pedir la pelota y saber qué hacer con ella?
El caso de Valdivia es del todo distinto. Triunfó plenamente en el fútbol más jerarquizado del mundo vistiendo la camiseta de un grande, como Palmeiras, haciendo gala de una personalidad y un desparpajo tan notable como insolente. Tanto, que hasta cometía seguido el pecado imperdonable que supone el que un jugador chileno hasta llegue a burlarse de sus colegas brasileños.
¿Por qué no llegó Valdivia a defender la camiseta de uno de los grandes clubes del Viejo Mundo? Simplemente, por demasiado tontorrón. Porque nunca fue un profesional ciento por ciento y jamás se tomó en serio lo que su inmenso talento podía. Ni siquiera la camiseta del Real Madrid le habría quedado grande. ¿O alguien cree que el croata Luka Modric es futbolísticamente mejor que el “Mago”?
La diferencia es que el subcampeón del mundo acaba de ser elegido “Balón de Oro”, rompiendo la hegemonía que por años marcaron Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, mientras Valdivia se hacía rico en un fútbol bueno para nada, como el de los Emiratos Arabes, y desaparecía por completo del radar de los grandes.
Son, apenas, algunos de los muchos casos de jugadores chilenos que dilapidaron fama y fortuna por quedarse cerca de la mamita o no alejarse de los pinganillas que eran sus amigos en el barrio de siempre.
Remontándonos aún más en el tiempo, Pedro Araya, puntero derecho de Universidad de Chile durante la década de los ‘60, que en una de esas hasta era mejor que Alexis Sánchez, no quiso irse al Santos de Pelé -según se dijo en aquella época- por esas mismas pueriles razones. ¡Al Santos de Pelé, el jugador más grande de todos los tiempos cuya sola presencia hacía que el club paulista cobrara hasta tres o cuatro veces lo que cualquier otro club del mundo por un partido amistoso internacional…!
En los ‘70, por otro lado, O´Higgins encontró toda una joya. Se llamaba Francisco Cuevas y lo tenía todo para ser figura. Mediocampista de formidable visión de juego, poseía además una pegada exquisita, que lo transformaba en un arma letal tratándose de un tiro libre en las cercanías del área. Pero el “Pancho” era un chacotero incorregible. Basta decir que, cuando firmó su primer contrato grande, el club le entregó un auto 0 kilómetro en aquellos años en que pocos podían disponer de ese verdadero “lujo”.
¿Qué hizo el “Pancho”? Salió de la concesionaria y no había alcanzado a conducir seiscientos metros cuando chocó su impecable joyita, dejándola para la historia. Su explicación del accidente fue ciertamente hilarante: “Iba de lo más bien cuando una enceguecedora luz que venía de un platillo volador me hizo perder la dirección del auto”.
Ahora, para recordarnos que nuestro fútbol nunca va a ser ciento por ciento profesional mientras tengamos los dirigentes que tenemos y los jugadores del tipo que hemos descrito, el “albo” Gaete aparece para refrescarnos viejos traumas.
No faltan, por cierto, aquellos que creen que hay que apañarlo, protegerlo, hacerle cariñitos.
Pienso que eso estaría bien tratándose de un chico de las series menores, pero no respecto de uno que hace rato formó pareja y hasta tiene la posibilidad, como ciudadano, de elegir a nuestros gobernantes. En suma, se trata de un hombre hecho y derecho y no de un niñito que todavía no sabe lo que quiere.
Los cracks, Gaete, van y juegan. Con la camiseta que se vistan y en la cancha que les corresponda demostrar cuánto valen y de qué madera están hechos.