Guerra en Ucrania, guerra a la verdad y la segunda Guerra Fría (PARTE I)

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Por El Ágora
Actualizado el 7 de junio de 2023 - 12:37 pm

El conflicto en Ucrania no comenzó ni con la invasión rusa, el 24 de febrero del 2022, ni con el conflicto interno que afecta a ese país, desde el 2014. Sus orígenes hay que buscarlos muchos años atrás: cuando al finalizar la Guerra Fría, en 1989, EEUU decidió, casi de inmediato, iniciar otra similar, pero contra Rusia. En esta serie, de dos artículos, vamos a revisar el conflicto y sus causas… En la primera parte, analizaremos el fin de la Unión Soviética, el pacto que puso término a la primera Guerra Fría y las razones de la segunda, que hoy el mundo está presenciando y que prefiere ignorar.

Por LUCHO ABARCA, desde Australia / Foto: ARCHIVO

Se ha dicho que “en la guerra, la primera víctima es la verdad”. Una frase que muchos han atribuído a un senador estadounidense, que la usó hace un siglo. Sin embargo, entendidos señalan que aquel fue un plagio; que su autor fue Esquilo, el dramaturgo de la Antigua Grecia.

Pocas veces, ese axioma ha sido más certero que en la actual guerra de Ucrania; ya que casi todo lo que se difunde, o es una distorsión de los hechos o son falsedades históricas, propagadas por los medios de comunicación de Occidente; y que muchos repiten, como loros, con manifiesta deshonestidad o pereza intelectual.

Falsedad número uno: La guerra es culpa de los rusos; en especial, de Vladimir Putin. Falsedad número dos: El conflicto comenzó el 24 de febrero del 2022.

Falsedad número tres: Ucrania es la víctima de una brutal, no provocada agresión; se hace hincapié en lo “brutal”. Y es curioso que esos mismos que en sus despachos, minuciosamente usan el adjetivo brutal para referirse a la actual situación, jamás la usaron en las guerras de Vietnam, Irak, Afganistán, Libia, etc.

En Vietnam murieron 1.200.000 combatientes norvietnamitas y del Vietcong; 250 mil soldados de Vietnam del Sur, 60.000 estadounidenses y 5 mil combatientes de aliados como Australia, Corea del Sur y Nueva Zelanda. Y además, dos millones de civiles muertos de ambos Vietnam. En total, tres y medio millones de muertos. Pero la guerra nunca fue “brutal” para el periodismo occidental.

En Irak, a causa de los bombardeos estadounidenes indiscriminados a ciudades, murieron un millón de iraquíes. Líderes militares de EEUU usaron la expresión “shock and awe”, “choquear y aterrorizar”, para definir su táctica. Nadie llamó a eso “brutal”. EEUU, el Reino Unido y Australia, “la Coalición de los Dispuestos”, reconocieron al final que no existían las armas de destrucción masiva, la excusa que usaron para justificar la invasión. Y nadie en Occidente tuvo el mal gusto de llamar a la guerra de Irak “invasión no provocada”. Con el agravante que Irak nunca constituyó una amenaza militar contra EEUU.

George Bush padre olvidó pronto las promesas hechas para terminar con la Guerra Fría.

LA GUERRA FRÍA

Para entender la situación en Ucrania, hay que estudiar la Historia y examinar los porfiados hechos. De lo contrario, se corre el riesgo de hacer una evaluación basada en prejuicios, falsedades, distorsiones. Es decir, tenemos que ser serios. Una postura que muy pocos están dispuestos a asumir.

Por ejemplo: el conflicto armado en Ucrania no comenzó en el 2022, sino que hace nueve años, como resultado de hechos que muy pocos desean conocer. Y sobre los que se tiene un desconocimiento pavoroso. El hecho es que en abril del año 2014 se inició la Guerra Civil en Ucrania, en la que el gobierno de Kiev ha sido acusado de genocidio contra de su propia población. Genocidio que no fastidió a nadie e interesó a pocos. Hasta que se presentó esta chance de demonizar a Rusia, por oscuros y retorcidos motivos.

Durante 40 años, Estados Unidos y la Unión Soviética se enfrentaron en la llamada Guerra Fría, que finalizó en 1989. Pero, al terminar ese conflicto, Washington, con un triunfalismo revanchista, interesado, miope y cínico, inició casi de inmediato, otra Guerra Fría, esta vez en contra de Rusia. La otra Guerra Fría había terminado tras una larga y compleja negociación de años entre Mijail Gorbachov, Ronald Reagan y Bush padre. En ella, los soviéticos accedieron a muchas reformas en los países de Europa del Este, a la reunificación pacífica de las dos Alemanias y al derribo del Muro de Berlín. A cambio de todo eso, los rusos lograron la promesa de Washington, de no mover “ni un par de pulgadas” la OTAN en dirección al Este, hacia la URSS.

Dice el historiador de la Universidad de Princeton, experto en Rusia, y en las relaciones entre EEUU y la URSS, Stephen F Cohen: “Al final de la Guerra Fría lo que querían los rusos, era ser aceptados y comerciar con Occidente, en un marco de respeto y colaboración. Rusia le hizo concesiones inimagibles a Occidente. Y tras los ataques a las Torres Gemelas, nos colaboraron en combatir el terrorismo musulmán, y nos ayudaron mucho en Afganistán… Los rusos fueron generosos, leales. ¿Y cómo les respondimos?… ¡Con engaños y promesas rotas!”.

Agrega Cohen que EEUU negó, durante mucho tiempo, que hicieran la promesa de no avanzar la OTAN hacia el Este. Pero, en el 2014, los historiadores tuvieron acceso a documentos oficiales, guardados en los Archivos Nacionales y que durante 25 años deben mantenerse secretos. Los que, tras ese lapso, son abiertos al público: “Allí quedó demostrada, con evidencias sólidas, con documentos, la perfidia con que habían actuado sucesivos gobiernos en Washington”.

Dice Cohen que durante la Guerra Fría, que se extendió entre 1949 y 1989, en EEUU hubo un gran debate sobre cómo enfrentar el dilema de una Unión Soviética enorme y poderosa, aliada militarmente con los otros seis países del Pacto de Varsovia y armada con aterradoras armas nucleares y sus sistemas de lanzamiento.

“Entre los políticos, –dice Cohen– entre los intelectuales y académicos, en los medios de comunicación, en la juventud universitaria, hubo un intenso debate sobre la Guerra Fría”… La segunda Guerra Fría, iniciada en 1992 por Bush, dice Cohen, como resultado de un torpe intento de pisotear en el suelo a Rusia, ha sido aplicada durante 30 años sin que jamás haya habido un debate serio: “Ni siquiera en campañas presidenciales se ha tocado el tema. Una peligrosa manera de calibrar la seguridad nacional, planear las relaciones exteriores y ejercer la democracia”.

Explica Cohen que, el presidente Bush padre, durante algún tiempo, habló con respeto de Gorbachov y de las concesiones que éste hizo, para alcanzar acuerdos. Durante tres años reconoció que la Guerra Fría terminó como producto de la buena voluntad de ambos bandos. Sin embargo, durante la campaña para ser reelegido, Bush cambió su discurso. Y los debates presidenciales contra Bill Clinton, que lo derrotó en noviembre de 1992, cambió su tono: “Vamos a tratar a Rusia como una nación vencida; la Guerra Fría terminó no por un pacto, sino porque nosotros ganamos; y ellos perdieron”.

La caída del Muro de Berlín, un hito en la historia.

EL FIN DE LA URSS

Entre 1990 y 1991, Gorbachov enfrentó serios problemas internos y externos. Sus dos más aplaudidas reformas, Glasnost (franqueza y transparencia) y Perestroika (reestructuras), fueron criticadas desde muchos frentes. Gorbachov tenía enemigos “comunistas duros” que desconfiaban de su liberalismo. Las repúblicas bálticas estaban en franca rebeldía. Y Gorbachov también enfrentaba una creciente inquietud en países aliados, como la RDA y Polonia.

El 26 de diciembre de 1991, Gorbachov fue declarado sobrante por los líderes de las tres más poderosas repúblicas de la URSS. Dos días antes, Boris Yeltsin, el oportunista presidente de Rusia y enemigo de Gorbachov, a espaldas de éste, había citado a los líderes de Ucrania, Leonid Kravchuk, y Bielorrusia, Atanislav Shushkevick, a un cónclave secreto, en los bosques de Belovezha, en Bielorrusia. Allí redactaron los Acuerdos de Belovezha, que declaraban la independencia de las 15 repúblicas que formaban la Unión Soviética. Al hacerlo le quitaron el piso a Gorbachov, que era presidente de la URSS. Éste aceptó la derrota, firmó los acuerdos y se marchó a su casa.

Nueve de las 15 ex repúblicas soviéticas declararon su incorporación a una Comunidad de Repúblicas Independientes que seguirían unidas, por lazos económicos. Había serios problemas que solucionar: como dividir las Fuerzas Armadas y qué hacer con las armas nucleares de la fenecida URSS. Las repúblicas bálticas, Latvia, Lithuania y Estonia, actuando en bloque, anunciaron un rumbo diferente y anunciaron su intención de estrechar lazos con Europa Occidental.

En Occidente se habló del colapso de la URSS. Pero, el país no había colapsado, se fragmentó. En Occidente cundió el triunfalismo. El capitalismo había vencido. El comunismo había sido derrotado.

Los hechos eran distintos. El fin de la Guerra Fría había sido pactado. La URSS había aceptado la reunificación de Alemania, haciendo una enorme concesión. La Alemania Oriental anunciaba en noviembre de 1989, que sus ciudadanos de ese país podían cruzar el Muro de Belín sin permiso. Las películas de civiles rompiendo a martillazos el Muro sólo fueron tomadas semanas más tarde, como propaganda.

John Mearsheiner, catedrático de la Universidad de Chicago, cientista político y experto en relaciones internacional, autor de muchos libros sobre el tema y uno de los más influyentes pensadores de la llamada Escuela Realista, dice: “La URSS no colapsó sino que se fracturó en las 15 repúblicas que coexistían bajo un gobierno central. Y aunque es cierto que, en su enfrentamiento de casi medio siglo con EEUU, se había deteriorado económicamente, la verdad es que aún era, al final de la Guerra Fría, una superpotencia capaz de enfrentar a EEUU en todos los terrenos, especialmente en el militar”.

PROMESAS SIN CUMPLIR

Pero a Yeltsin, el líder ruso le esperaba una sorpresa. Sus amigos de Occidente no eran tan amigos como él creía: la Alemania reunificada entraba de lleno a la OTAN, quebrando promesas dadas, a Gorbachov primero, y más tarde al propio Yeltsin. Mientras el Pacto de Varsovia (URSS, Polonia, Hungría, RDA, Checoeslovaquia, Bulgaria y Rumania) agonizaba, la OTAN se fortalecía y extendía hacia el Este.

Vladimir Pozner es un famoso periodista, nacido en París y de padres rusos, pero criado en EEUU. Tiene tres ciudadanías, la estadounidense, la francesa y la rusa y habla perfectamente los tres idiomas. Durante años, Pozner transmitió, desde Moscú, programas de TV en inglés, y analizando con neutralidad urgentes temas internacionales. Contaba Pozner que cuando Rusia ya era dirigida por Yeltsin, en una reunión oficial, los rusos se quejaron amargamente porque Alemania entera era ahora parte de la OTAN y EEUU había instalado bases militares en la ex RDA. Utilizando, incluso, antiguas instalaciones que en su tiempo habían sido bases militares del Pacto de Varsovia.

Washington le había asegurado a Moscú que los territorios de la ex Alemania comunista jamás iban a ser parte de la OTAN. Dice Pozner que, durante la reunión, los norteamericanos se rieron de los rusos. Y con cinismo, dijeron: “Pero las promesas se las hicimos a la Unión Soviética… No se las hicimos a ustedes, los rusos… Y como la URSS ya no existe, esas promesas no significan nada”.

Habían sido promesas falsas que los estadounidenses jamás iban a cumplir. Scott Ritter, ex coronel de los Marines que luchó en Irak y es un experto en Rusia y analista de TV, sostiene “que los rusos fueron ingenuos al creer que iban a poder trabajar con nosotros. Rusia, para Washington, es la continuación de la URSS. Y había que humillarlos y hacerles pagar el precio, porque sus armas nucleares habían sido la pesadilla y llenado de pavor a generaciones de norteamericanos.”

Boris Yeltsin dejó un triste recuerdo en los ciudadanos rusos.

LA HORA DE LA HUMILLACIÓN

Rusia, bajo el liderazgo de Yeltsin, pasaba por el período más amargo de su historia. Y ahora, se enteraban que a su país lo iban a tratar de la misma manera como las potencias aliadas habían tratado a la Alemania nazi y al Japón, en 1945: como a naciones derrotadas, a las que había que humillar y aplastar. Clinton, que le ganó la elección presidencial a Bush, y asumía el poder en 1993, había extremado la política de sus antecesores. Dice Cohen: “Un triunfalismo oportunista había tomado control de la política exterior de EEUU… Era, el ganador obtiene todo, y el perdedor, nada. Tras la desintegración de la URSS, el 75% de los rusos llevaba ahora una vida de extrema pobreza, desesperación y desesperanza. En resumen, una vida miserable”.

Añade Cohen que Washington lo controlaba todo: “Yo viví esos años en Rusia, lo ví con mis ojos. Funcionarios de nuestra embajada tenían oficinas en los gobiernos regionales, redactaban leyes, arreglaban elecciones. La reelección de Yeltsin en 1996 fue totalmente decidida y arreglada por nosotros, los norteamericanos”.

La saña de EEUU contra Rusia no es fácil de explicar. Yeltsin había jurado sepultar las ideas marxista-leninistas y el comunismo. Políticas soviéticas estatales eran derribadas, una tras otra. Empresas que valían billones de rublos y habían sido propiedad del Estado durante 70 años, pasaban a manos de oligarcas con conexiones. Nunca el mundo había conocido una política más brutal de saqueo de bienes estatales. Yeltsin y los suyos negaban todo lo que habían sostenido. Y ya no eran ateos, sino que fervorosos cristianos ortodoxos. Y el Partido Comunista ruso, formado por militantes viejos y derrotados, estaba ahora en la oposición a Yeltsin.

Dice Pozner: “La única explicación al odio de EEUU contra Rusia hay que buscarla en la historia. Ellos tenían que pagar, porque eran los continuadores de la URSS. No hay que olvidar que al descubrirse que los soviéticos tenían bombas atómicas, causó una histeria masiva en EEUU. Y cuando la URSS desarrolló las armas termonucleares, y sus mecanismos de lanzamiento, la histeria derivó en pesadilla”.

Sin embargo, otros, como el economista Richard Wolf, académico de la Universidad de Massachusets, ven en tal agresividad un afán aún más siniestro: “La intención de los globalistas de EEUU fue debilitar Rusia a tal extremo que en el futuro, el país podría ser parcelado en repúblicas, con el objetivo de dividirlas y apoderarse de sus enormes recursos naturales tales como petroleo, gas, oro, platino, diamantes, uranio, cobre, aluminio, níquel, hierro, metales raros, maderas, etc”.

EL SAQUEO

“En esos años –dice Stephen Cohen– Yeltsin, físicamente enfermo, y sicológicamente, necesitado de ayuda, había sido usado de muchas maneras. Sobornos para que hiciera esto y lo otro… o para no mover un dedo. Le permitieron a Yeltsin y sus cómplices robar a manos llenas. Instigaron a esos oligarcas a saquear las arcas fiscales, las empresas públicas. Los ayudaron a lavar esos dineros sucios en bancos de New York”. A cambio de eso, acusa Cohen, Yeltsin permitió el avance de la OTAN hacia el este y los bombardeos de Serbia, por la OTAN, en 1999, por la crisis en Kosovo, que fueron calificados “crímenes de guerra” por Anmistía Internacional. El 7 de mayo de ese año, las bombas destruyeron la embajada china en Belgrado, muriendo tres periodistas chinos que se encontraban de visita. Otros diplomáticos y funcionarios chinos, 20 en total, resultaron heridos.

En una conferencia en Yale University, Strobe Talbott, subsecretario de Estado, asesor de Bill Clinton en política exterior, narró que un día Clinton, en la Casa Blanca, preguntó: “¿Cuánto más irá a durar esta situación, en que yo le digo a Yeltsin… ¡Esto es lo que debes hacer, ahí lo tienes, más mierda en tu cara!” “¡There you are, more shit in your face!”… Palabras textuales de Clinton, según declaró Talbott.

“Esa era la realidad que merodeaba”, dice Cohen, “tras esa fachada mentirosa de amistad y cooperación estratégica entre ambos países.

Rusia en ruinas, su pueblo en la miseria y el país entero resentido por el rumbo que habían tomado las cosas”. Pero, los funcionarios de la CIA y la embajada norteamericana en Moscú, los tranquilizaban: “No se preocupen por el drama social, es el precio que tienen que pagar, por su transición del comunismo al capitalismo”.

LA CAÍDA DE YELTSIN

Pero el alcoholismo de Yeltsin se había agravado. Muchas veces, en el extranjero, reuniones con otros líderes se suspendieron a último momento, dado que no se podía mantener en pie de lo borracho que estaba. Ocurrió en la ceremonia oficial de asunción de Clinton, en enero de 1993. Y también, en una programada reunión con el líder de Irlanda, Albert Reynold, en el aeropuerto de Dublín, porque no lo pudieron bajar del avión. Lo mismo, en una recepción diplomática en Suecia, cuendo le dijo a la asumbrada concurrencia que las famosas “albondiguillas suecas” le recordaban la cara de Björn Borg.

Pero no sólo eran sus borracheras. También era su corrupción. Uno de sus colaboradores, le entregó a una firma suiza, Mabetex, una serie de contratos de restauración de edificios históricos en Moscú, incluyendo el Kremlim. Acusado de corrupción, en Suiza y en Moscú, el principal ejecutivo de esa firma se defendió diciendo que en Rusia, el coimeo era una cosa natural. Y que él le había dado cinco tarjetas de crédito, a la mujer de Boris, Naina Yeltsina, y sus hijas, Tatyana y Yelena, para que gastaran todo el dinero que quisieran.

Todo terminó el 31 de diciembre de 1999. Yeltsin fue removido a la fuerza, por razones de seguridad nacional. La situación no daba para más. En esa horrorosa década de corrupción, caos y desesperanza, Rusia ya no era el país pro-Estados Unidos que había sido en 1989. En esferas oficiales y en el pueblo, ya no existía la creencia que el liberalismo era tan buena idea. Las calles estaban llenas de mendigos, y Yeltsin tenía una aprobación del 2% de la gente. Muchos añoraban la vuelta del comunismo.

En reemplazo de Yeltsin subió al poder, en mayo del 2000, el joven y enigmático Vladimir Putin, de 47 años. Un ex oficial de inteligencia y que había llegado a coronel en la KGB, la oficina de Seguridad Nacional. Putin, un nacionalista ruso, cristiano ortodoxo, se encontraba en el extranjero para la fragmentación de la URSS. Y el acontecimiento, le dolió hondamente. Los estadounidenses pensaron que Vladimir Putin iba a ser una presa fácil, tal como Yeltsin. La Historia se encargaría de probarles cuán equivocados estaban.

(Fin de la primera parte)

 

LUCHO ABARCA

Estudió en la Universidad de Chile. Ha ejercido el periodismo en Chile y Australia, desde fines de 1974. En 1972 escribió el libro «Viaje por la Juventud” para Quimantú. Otro libro suyo, “Historias del Blady Woggie”, fue editado por LOM, en 1991. Tiene en prensa otro libro: “20 Cuentos de Fútbol y un Autogol Desesperado“.