Histórico: arrollador re debut de los cubanos en el boxeo profesional
En un hecho histórico, seis peleadores de la isla mayor de las Antillas combatieron este viernes como rentados en Aguascalientes, México. Tras 60 años de estar proscrito profesionalmente, luego de la llegada al poder de Fidel Castro, los boxeadores de Cuba arrasaron con sus rivales, anticipando que a nivel profesional pueden ser también una potencia mundial, como lo son en el terreno aficionado.
Por EDUARDO BRUNA
Cambia, todo cambia, reza la canción que Mercedes Sosa, la “Negra”, grabara en 1984, tras conocer y enamorarse del tema compuesto por el chileno Julio Numhauser en 1982, durante su exilio en Suecia. Y el recuerdo viene a cuento de lo ocurrido este viernes por la noche en Aguascalientes, México, porque tras 60 años se produjo el retorno histórico de los boxeadores cubanos al profesionalismo.
Cambia, todo cambia. El gobierno de Miguel Díaz Canel, junto con el Instituto Cubano de Deportes y el Comité Olímpico de la isla, decidieron dejar sin efecto la prohibición que pesó sobre el boxeo profesional en Cuba, luego del triunfo de la revolución encabezada por Fidel Castro sobre el corrupto régimen encabezado por Fulgencio Batista.
No le faltaron motivos al régimen revolucionarios de “Los Barbudos”. Productores históricos de extraordinarios pugilistas, estos habían acabado siempre en la miseria o en el siquiátrico, exprimidos por inescrupulosos promotores que luego los desechaban cuando llegaba el inevitable descenso de facultades. José “Mantequilla” Nápoles, extraordinario peso welter que estaba en la cresta de la ola al triunfo de la Revolución, entendió que en Cuba no tendría futuro y decidió partir a México, donde consolidó una carrera que lo llevó a obtener la corona del mundo en abril de 1969, tras vencer por nocaut técnico en el decimotercer asalto al estadounidense Curtis Cokes, en Inglewood, California.
Mismo camino que siguió Ultiminio “Sugar” Ramos, campeón del mundo de peso pluma del CMB y la AMB, tras vencer al estadounidense Davey Moore, en el año 1963.
Pero como Nápoles y Ramos hubo otros pugilistas cubanos extraordinarios que, anteriores a la Revolución, no tuvieron necesidad de salir a ganarse la vida fuera de la isla. Como Luis Rodríguez, como Gerardo González, más conocido como “Kid Gavilán”, o Eligio Sardiñas, para el mundo del boxeo simplemente “Kid Chocolate”. Entre muchos otros.
Prohibido en Cuba el boxeo profesional, la isla se transformó en la primera potencia del pugilismo mundial a nivel amateur. Sus grandes pugilistas se cuentan por cientos, aunque los peso pesado Teófilo Stevenson y Félix Savón son los más conocidos y admirados a nivel planetario. Ambos fueron varias veces campeones del mundo como aficionados, aparte de imbatidos monarcas olímpicos, aunque Stevenson, en la cima de su capacidad boxística, hasta fue tentado con una millonaria bolsa en dólares para que enfrentara a Muhammad Alí.
Stevenson, que era según referencias que me llegaron de entrenadores cubanos que trabajaron en Chile un boxeador cobarde durante toda la previa a un combate, se transformaba en cuanto cruzaba las cuerdas y pisaba el ring. Era una invencible máquina de derribar rivales, y ni siquiera se intimidaba con los rivales del Este europeo (polacos, búlgaros y soviéticos, fundamentalmente), reconocidamente fuertes y duros como una roca.
Pero Stevenson jamás escuchó los cantos de sirena que le llegaban desde el otro lado del océano para enfrentar a Muhammad Ali, personificados en Don King y Bob Arum, los reyes de la promoción del boxeo mundial por aquellos tiempos. Y se trataba de una fortuna de un millón de dólares de la época (como 10 de ahora), que le habrían arreglado la vida a él y a varias generaciones de sus descendientes, porque sólo poniendo un pie en el cuadrilátero ya tenía la bolsa asegurada. “Yo no boxeo por dinero -dijo siempre Stevenson-, lo hago sólo porque me gusta y por darle triunfos a mi país”.
Hace algunas décadas, los 80 del siglo pasado, fundamentalmente, existió el confronte anual de peleadores aficionados cubanos y estadounidenses. La velada, que provocaba siempre la misma expectación, por la calidad de los pugilistas y el morbo que significa siempre la rivalidad entre ambos países, se escenificaba año a año en Reno, Estado de Nevada. Hasta que los gringos, vapuleados una y otra vez por los cubanos, y naturalmente heridos en el amor propio, decidieron que ya no más. Es que, de las 11 categorías del boxeo aficionado existentes por aquellos años (hoy son 10), Estados Unidos con suerte ganaba en una, y no fueron pocas las ocasiones en que, como se dice popularmente, quedaron “de zapateros”.
Si el deporte cubano generalmente destaca en la contienda internacional (Juegos Olímpicos y Panamericanos), el boxeo es de los que arrasa.
En Juegos Olímpicos, Cuba puede exhibir 78 medallas, de las cuales 41 son de oro, 19 de plata y 18 de bronce. Mejor es, incluso, en campeonatos mundiales de boxeo, con una envidiable cosecha de 80 oros, 35 platas y 28 bronces.
Por lo mismo, previo a este re debut de los cubanos en el profesionalismo, existía una natural expectación. Tanta, que la cadena ESPN no dudó en transmitirla en vivo y en directo para todo el mundo. En un acontecimiento histórico, seis peleadores de la isla mayor de las Antillas esta vez combatirían no por su país, sino que por ellos mismos, en el ring montado en el Palenque de la Feria de San Marcos de Aguascalientes, México.
Despojados de los guantes utilizados en el amateurismo, y sin la camiseta habitual en Mundiales y Juegos Olímpicos, los seis cubanos protagonistas de este evento debían demostrar que, más allá de las diferencias existentes entre el pugilismo aficionado y el profesional, se habían ganado con todos los merecimientos el rótulo de boxeadores de primera línea.
Y el re debut no pudo ser mejor. Con cinco triunfos por fuera de combate, y sólo uno por decisión unánime de los jueces, los peleadores cubanos demostraron de sobra estar capacitados para disputarle palmo a palmo a los mexicanos la producción inagotable de figuras e ídolos del encordado.
El superpluma (o liviano junior) Osvel Caballero (originario de Santa Isabel de Las Lajas), venció por nocaut al mexicano Jhosman Reyes.
Yoenlis Hernández (de Camagüey), se impuso en peso supermedio al local Carlos Raygoza, también por la vía rápida.
Roniel Iglesias (de Pinar del Río), superó por fuera de combate en la categoría superwelter al azteca Brandon Pérez.
El semipesado Arien López (de Guantámano), mandó a dormir tras un contundente fuera de combate al mexicano Fernando Galván.
Julio César La Cruz (de Camagüey), tiró a la lona al colombiano Deivis Casseres, en el peso crucero.
Finalmente, Lázaro Alvarez (Pinar del Río), fue el único que, para salir con la mano en alto, debió acudir a las tarjetas de los jurados, los que, sin embargo, no dudaron en darle la victoria en fallo unánime sobre el mexicano Ernesto Mercado, en la categoría superligero.
Lo paradojal es que este pugilismo de primer nivel y de tanta categoría, es fruto de un chileno, de nombre Juan Budinich, que radicado en California y en un viaje a Cuba decidió, en décadas pretéritas del naciente Siglo XX, introducir el boxeo en la isla, partiendo por los chicos y los jóvenes.
Los propios cubanos así lo reconocen, en la mucha literatura que sobre el boxeo existe en la isla.