Juan Ostoic

Juan Ostoic, un grande del básquetbol chileno que ya es leyenda

¿Qué más decir de Juan Benito Ostoic Ostojic? Si sus miles de amigos ya han derramado tantos elogios y lágrimas por ese hombre gigante no tan solo para el mejor básquetbol chileno de la historia, sino que también por su inmensa humanidad. Si ya los medios realzaron con creces a ese iquiqueño ilustre que se dejó huellas entre sus compañeros por tantas cualidades que hoy escasean en este mundo tan febril, frío, personalista y distante.

Por RAMÓN REYES 

Y por esa veta iré cuando mi sentir sobre DON Juan. Así, con mayúsculas. Por ese ser humano que me provocaba envidia en su concepto positivo, cuando ya a sus 80 años lo veía caminar por los pasillos de la redacción de La Tercera impecablemente vestido, de cuello y corbata. Pero cómo no, si era viernes. Y ese día era sagrado el reencuentro con sus amigos más cercanos. Y allí se reunía, a veces con su querida esposa, para compartir una mesa fraterna y relatar nuevamente sus miles de anécdotas, con la «chispeza» -como diría Gary Medel- y sabiduría que sólo él poseía.

Y esa sana envidia era provocada porque en mi intimidad me preguntaba si yo alcanzaría a tener tal vitalidad a esa altura de la vida… Un misterio. Pero él la derrochó hasta el último aliento de su existencia, cuando el corazón le dijo basta a sus 89 años, el pasado 25 de junio.

Ese mismo corazón generoso y solidario que compartió con sus compañeros de trabajo, en los muchos años que estuvo en los diarios y revistas del GrupoCopesa. Con un agregado muy valioso: siempre fue el primero en llegar a las reuniones y fiestas del Sindicato de Periodistas, con una lealtad a todo prueba con sus dirigentes. Pero al mismo tiempo, franco y sincero al entregar su parecer sobre algún tema. Eso sí, a la hora de brindar con un buen vino, exigía una copa de vidrio. Nada de vasos plásticos. El tenía su estilo y había que respetarlo.

Desde Chile al Olimpo

Ese era don Juanito, como se le trataba con cariño. Por eso tantos lamentos y lágrimas a la hora de su muerte. Desde ese instante, atrás quedaba su historia, pero germinaba con más fuerza la leyenda. 

Aquella que comenzó en la oficina salitrera Rosario de Huara, que dejó huellas en Iquique y que después se agigantó en el baloncesto nacional, siendo jugador y técnico campeón con los inolvidables equipos de la Unión Española, club con el que fue tetracampeón desde la banca en los años 70. También vistió con honor la camiseta de la Selección, a la que después dirigió en sus versiones masculina y femenina con la misma singularidad y capacidad de sus tiempos de jugador. 

Aquella que lo llevó a convertirse a los 20 años en el integrante más joven de la Roja cestera que alcanzó el tercer lugar en el Mundial de Baloncesto de 1950 y que fue quinta en los Juegos de Helsinki en 1952, una cita olímpica que repitió cuando estuvo en la nómina de Chile Melbourne 1956.

Los más cercanos cuentan que tras esos tremendos logros para el básquetbol chileno, Ostoic tuvo una frase premonitoria al cerrar la década de los 50. “Chile no va nunca más a los Juegos Olímpicos”. La sentencia del maestro sigue vigente.

Y de esos tiempos de gloria cestera para Chile, rescato algunos pasajes de una semblanza de Juan Ostoic que hizo mi colega Álvaro Poblete. Cuenta que «se enfrentó a Bill Russell, el legendario pívot de los Celtics que le sacaba 18 centímetros de ventaja; despreciaba a Michael Jordan y LeBron James, porque el “único jugador indefendible en la historia del básquetbol fue Wilt Chamberlain'». 

Alvaro también reseña un momento ingrato en su vida. «Juan Ostoic era un hombre del deporte. Y, curiosamente, su querido baloncesto no le devolvió la mano como merecía. En los Juegos Odesur de 2014 quiso volver a una cancha después de muchos años, para ver a la selección criolla. Llegó a la entrada del gimnasio y no lo dejaron entrar. Se fue triste, volvió a la sección (Deportes, diario La Tercera) y contó lo sucedido. Después de un llamado a la directiva de la federación de ese entonces, junto con una disculpa, lo ubicaron en el palco de las autoridades. Y él solo quería ver un partido en persona…».

En el tablero del ingenio

Con el paso de los años volcó su talento y energía en la elaboración de puzzles y sodukos para diversos diarios y revistas nacionales, además de escribir notas relacionadas con el deporte. También fue versado comentarista de básquetbol cuando se requería su autorizada opinión sobre un hecho relevante.

En el GrupoCopesa vivió todas las instancias de cualquier trabajador. Sirvió años sin contrato, luego fue integrado a la planta de la empresa y con el tiempo volvió a «boletear», como se dice en la jerga periodística, pero por propia decisión. Sus años ya merecían el descanso, pero él hizo caso omiso: trabajó en La Tercera desde 1981 hasta que la maldita pandemia mandó a todos los periodistas a teletrabajar desde sus casas. 

Don Juan debía cumplir con su rutina de vida. Esa que le permitía agudizar aún más su ingenio para complicar a los lectores con sus crucigramas, que firmaba como Jota O. Y también compartir con sus compañeros de labores, especialmente los más jóvenes que lo miraban con admiración. Y que gozaban con su inconfundible vozarrón, matizado muchas veces de infaltables tirones de oreja, sabios consejos y más de alguna aplaudida talla.

Regreso a su tierra natal

Y no solo eso. Ostoic fue un estudioso hasta el último día. Recorría libros, portales y sitios electrónicos con información deportiva, e imprimía cientos y cientos de carillas con documentación sobre el básquetbol y la actividad física en general, algo que cultivó desde sus tiempos de profesor. A veces atochaba la impresora del diario y había que esperarlo que terminara de imprimir sus papeles, aunque estuviéramos en la hora de cierre. Y antes de terminar la jornada, iba a los talleres a buscar los diarios que recién salían de las rotativas. Así marchaba de regreso a casa con su infaltable maletín y las ediciones de todos los periódicos nacionales. Un rito que interrumpió cuando la empresa se dividió, toda vez que los diarios fueron trasladados a un edificio en Las Condes y las prensas fueron llevadas a otro punto de Santiago.

Hoy, el Héroe del Deporte -como lo premió La Tercera- yace en una ánfora que permanece en su hogar capitalino, recibiendo el calor y amor infinitos de su compañera de vida, de sus tres hijos, nietos y toda la familia. Pero ésta es solo una estación de su recorrido final, porque después sus cenizas emprenderán viaje a su amado Iquique. Allá don Juan Ostoic descansará para siempre junto a sus padres.

Las futuras generaciones sabrán que ahí descansa eternamente un grande del básquetbol chileno.