Juegos Olímpicos: una vez más fuimos para quedar en ridículo

Que Cuba y Venezuela hayan obtenido medallas, vaya y pase. Paisitos como esos apelan al deporte para destacar aunque sea en algo. Todo sería de lo más normal del mundo si no fuera porque San Marino, un país europeo pichiruche, que tiene 35 mil habitantes y es más pequeño que la comuna de La Florida, cosechó tres preseas en la cita nipona mientras nuestros muchachos no agarraron una, ni siquiera de un curita.
Por EDUARDO BRUNA
Que Cuba y Venezuela hayan obtenido más de una medalla en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, se puede entender, aunque un poco cueste. Después de todo, se trata de dos infiernos en la tierra que, para intentar lavar la diabólica imagen que día a día nos muestra nuestra prensa con un tremendo entusiasmo, deben hasta clonar gente o fabricar robots humanos con tal de salirse con la suya y destacar en algo.
Pero he aquí que San Marino, un pichiruche estado europeo con menos superficie que nuestra comuna de La Florida, y con menos de la décima parte de los habitantes floridanos, haya cosechado tres medallas en Tokio, mientras nosotros llegamos arreando el lote en cuanta disciplina tuvimos la audacia de participar, ya es para taparnos la cara de vergüenza o, derechamente, largarnos a llorar.
A Tokio 2020 fuimos a dar la hora, muchachos. No puede haber un análisis distinto. No cuando nuestra objetiva y veraz prensa libre nos repitió hasta el cansancio que nuestro deporte concurría a la cita de los cinco anillos con la delegación más numerosa de la historia, con 58 deportistas de 24 distintas disciplinas, un montón de viejos frescos que fungen de dirigentes y hasta la inefable ministra del Deporte –Cecilia Pérez-, dispuesta a colgarse aunque fuera de un bronce, más que sea.
Hicimos el ridículo por todo lo alto. Y lo vamos a seguir haciendo, porque este país nuestro cambió no precisamente para bien después de la Dictadura cívico-militar que por 17 largos años asoló nuestro territorio. Y es que, con esa mentalidad tan propia de los nuevos tiempos, transformaron un país pobre, pero sin duda mucho más digno, en un país igualmente pobre, donde los únicos que se la pasan bien son los mismos de siempre, sólo que ahora haciendo abierta ostentación de sus muchos e irritantes privilegios.
Convenzámonos de una vez por todas, muchachos: nunca fuimos un país de deportistas, ni mucho menos. Si ya en los barrios ni siquiera vemos cabros chicos animando una pichanga, entre otras cosas porque ya no tienen dónde, ¿qué podemos esperar de otras disciplinas mucho menos populares o que, por lo caras y pitucas, sólo pueden practicar unos pocos?
Pero, así y todo, en tiempos pasados igual más de una medallita agarrábamos. Gracias a la gran Marlene, que se hizo solita; gracias a los peloduros que surgían de los clubes de barrio; gracias –luego- a Alfonso de Irruarízaga, que se pagaba de su bolsillo los tiros; y gracias a Nicolás Massú y Fernando González, que se llenaron de gloria en Atenas 2004 sin que en esos logros el Estado chileno tuviera arte ni parte.
El Chile que los viejos alguna vez conocimos cambió para siempre, y no precisamente para bien. Aparte de institucionalizar la imbecilidad, fuimos produciendo generaciones cuyo único fin en la vida era hacerse rico, porque era lo que la machacona publicidad te metía en el mate. Y si no era a la buena, pues sería a la mala. Dejamos de lado la educación, los libros y el deporte. ¿Para qué estudiar, si ser pato malo y delincuente rinde mucho más? ¿Para qué leer, si hasta se puede llegar a Presidente sin haber leído un libro jamás en la vida, como lo hemos comprobado últimamente? ¿Para qué practicar algún deporte habiendo “Play Station” y cuanto juego tarado a través de los computadores?
Nos transformamos en un país absolutamente sedentario. Las horas dedicadas a la Educación Física son un cacho para la mayoría de los colegios, que dicho sea de paso carecen mayoritariamente de los lugares adecuados para llevarlas a cabo. Si las salas se llueven, ¿qué director sensato va a estar pensando en una multicancha? El resultado es que los guatones y guatonas año a año en las aulas se multiplican, porque además la publicidad perversa los ha convencido de que la mugre que nos venden las cadenas gringas de comida rápida son verdaderos manjares.
Tampoco hemos tenido gobiernos genuinamente preocupados de fomentar el deporte masivo, de salirle al paso a la plaga que significan el sedentarismo y la obesidad creciente de los cabros. La prueba es que los sucesivos gobiernos han ubicado en los puestos clave del deporte a nivel gubernamental mayoritariamente a puros bacalaos que en su vida no jugaron ni con tierra. Tipos o tipas que asumieron el cargo a sabiendas de que, hicieran lo que hicieran, se iban a dar un buen tiempo la vida del oso cobrando bueno cada fin de mes sin que nadie de más arriba les pidiera cuentas.
Las excepciones a esta regla se pueden contar con los dedos de una mano. ¿O no, señora Bachelet, que en su primer mandato tuvo que designar en menos de un mes tres distintos directores de Deportes, porque ninguno de sus sabiamente elegidos tenía dedos para el piano ni las competencias necesarias? ¿O no, señor Piñera, que inventó el Ministerio del Deporte sólo para hacer crecer la burocracia estatal y darle rango de ministro a un Gabriel Ruiz Tagle al que se le perdieron más de 2 mil millones de pesos de los Juegos Sudamericanos de 2014? ¿O no, nuevamente señora Bachelet, que en su segundo período designó ministra de la cartera a una inepta -como Natalia Riffo-, que la dejó en ridículo con su propuesta de campaña, de construir a lo largo y ancho del país 30 Centros Deportivos y con suerte pudo entregar uno, y a medias?
¿Paró la joda? ¡Cómo se les ocurre…! Sacada Cecilia Pérez de la vocería de Piñera II, por penca, he aquí que su jefe, para no dejarla sin pega, la designó ministra del Deporte, aunque en su vida jamás hubiera jugado ni siquiera al luche. ¿A alguien le importa? A nadie. La ministra no sólo cobró bueno durante todo este tiempo, sino que dilapidó los pocos recursos que existen mandándose a hacer una oficina a todo pasto al interior del Estadio Nacional y, como guinda de esta indigesta torta, hasta se fue de vacaciones a Tokio con todos los gastos pagados por el Fisco.
O sea, por todos nosotros.
El cuento es que, sin ninguna parafernalia, los venezolanos –muertos de hambre y esclavizados por Maduro-, lo más bien que obtuvieron un oro y tres platas. Los cubanos, por su parte, que viven en un infierno sólo comparable con Corea del Norte, sacaron los mismos 7 oros que Brasil, el “gigante sudamericano”, como gustan decir nuestros ágiles reporteros.
Pero ya sabemos que estos países, que conforman todo un “eje del mal”, son capaces hasta de comprar jueces para lograr su aviesos propósitos propagandísticos.
Lo de San Marino, sin embargo, debiera llevarnos a una profunda reflexión. Porque, ¿cómo un país de 61 kilómetros cuadrados de superficie, con una población que demás cabe en el Estadio Nacional, y sobrarían asientos, fue capaz de cosechar tres medallas mientras nosotros ni siquiera volvimos con una presea regalada por un curita tan compasivo como pedófilo?
Alessandra Perili consiguió el bronce en la prueba de tiro skeet, y la misma deportista, pero en tiro con arco mixto, junto a Gian Marco Berti, obtuvieron la plata, al paso que Myles Nazem Amine logró también el bronce en la lucha libre masculina, categoría 86 kilos.
Lo malo es que estos sucesivos papelones nos están poniendo reiteradamente en ridículo. Y a nivel planetario. Porque el medio australiano Honi Soit no pudo dejar de apuntar al “loco” que nuestros muchachines hicieron en Tokio.
En una nota titulada “Chile extiende su record olímpico de más Juegos Olímpicos sin premios olímpicos”, el ocioso redactor “canguro” se refocila con nosotros, diciendo textualmente:
“Habiendo debutado en las Olimpiadas inaugurales de 1986, Chile ha ganado dos medallas de oro en un total de 24 Juegos Olímpicos, pero aún no ha logrado un record olímpico difícil de alcanzar en otra cosa que no sea la falta de medallas”.
Y agrega: “Chile exhibe tan malos resultados olímpicos como Mónaco o Myanmar”. Que nos compare con Mónaco, se le perdona. Después de todo, huele a elegancia y realeza. ¿Pero con Myanmar? Tuve que ir a Google para enterarme de que así se le denomina ahora a Birmania.
Con una crueldad inusitada, el redactor termina su nota diciendo que, en busca de un comentario, se comunicó con el Comité Olímpico de Chile, pero que no hubo respuesta. Y concluye: “Seguramente estarán orgullosos del resultado que los deja como líderes mundiales”.
A eso hemos llegado, habitantes “jaguares” de este oasis envidiable. A que de nosotros se ría a mandíbula batiente cualquier pinganilla sentado frente a una computadora.
¡Habrase visto mayor patudez y desvergüenza…!