La historia jamás contada del Mundial de España

La retransmisión de los partidos de Chile en las citas máximas del fútbol hace revivir recuerdos a los testigos de la época y permite mostrar a los jóvenes el nivel futbolístico de entonces, junto con la altura futbolística de quienes supieron sólo por referencias.
Por Julio Salviat
Estaba barato el dólar, a 39 pesos, en mayo de 1982. Cuando mi jefe me comunicó que los dos (y varios más) iríamos al Mundial de España, empecé a sacar cuentas sobre cuánto podría ahorrar en mes y medio con un viático de 120 verdes diarios.
Por razones desconocidas, con Enrique Ramírez Capello viajamos con harta anticipación. Y, para mala suerte nuestra, tuvimos que hacer una escala que duró cuatro días en París. Así y todo, fuimos los primeros extranjeros en llegar al Centro de Prensa de Madrid y nos correspondió el honor de bautizar sus modernas instalaciones y la satisfacción de debutar con las atenciones de las agraciadas azafatas vestidas de rojo púrpura encargadas de guiarnos y ayudarnos.
Después se fue integrando el batallón mundialista de Las Últimas Noticias (por entonces, un diario de verdad), integrado por los colaboradores Antonino Vera, Raúl González Jr,. Betty Kretschmer y el reportero gráfico Alejandro Basualto. En total, seis enviados especiales para la cobertura de un torneo que, para Chile, tenía el atractivo de ver participando de nuevo a la selección nacional en una cita mundialista. Y LUN no era la excepción: todos los medios enviaron contingentes grandes a la gran cita.
Todo fue color de rosa para nosotros hasta el día que la Roja pisó suelo hispano. Un conjunto folklórico formado por chilenos residentes le dio la bienvenida en el aeropuerto de Gijón. Y Luis Santibáñez abrió los juegos de inmediato: “Quiero decir que aquí no habrá contemplaciones con los enemigos de la Selección. Así es que voy a separar altiro a los bienvenidos en nuestra concentración de los que no van a poder entrar”.
Ramírez Capello le hizo ver que no había enemigos y que la crítica, aunque fuera injusta, era legítima. El entrenador no entendió razones, según pudimos comprobar cuando la selección entrenó por primera vez en la canchita del Colegio Meres: el portón estaba abierto sólo para algunos. Los de Las Últimas Noticias quedamos afuera. Y seguramente varios más, pero no los recuerdo a todos. Sí me acuerdo del paseo nervioso de Alfredo Asfura, que no era periodista pero actuaba como tal enviado por Canal 11, el Chilevisión de hoy, y que se había convertido en el peor de sus críticos.
Afortunadamente yo tenía buena relación con algunos dirigentes, en especial con Daniel Castro, el coordinador de la Roja, con quien compartía camarín en campeonatos de liga. Él nos permitió entrar, y Santibáñez tuvo que conformarse con nuestra presencia y desquitarse guardando silencio ante nuestras preguntas.
Chile conformaba el Grupo 2 con Alemania Federal, Argelia y Austria. Y era increíble la diferencia de los lugares de hospedaje. Germanos y austriacos ocupaban lujosos hoteles a las orillas del mar Cantábrico; los africanos, un lejano y cómodo complejo turístico en plena montaña. ¿Y Chile?: el internado de un colegio de curas, en un barrio marginal de Oviedo.
Sin ninguna comodidad, con dormitorios pequeños y camas angostas, con un cocinero español deseoso de lucirse con sus platos típicos y sin ninguna posibilidad de actividades recreativas, el lugar resultó martirizante para los jugadores. Dormían mal, comían de todo lo que hace daño a un deportista y se aburrían más que en Pinto Durán.
El desastre venía gestándose desde que se entregó la nómina. Sentimental. Luis Santibáñez priorizó a los que habían contribuido al subcampeonato en la Copa América y a la clasificación mundialista, sin fijarse tanto en los rendimientos actuales. De este modo, ensayó pocas fórmulas, confiando en quienes le habían respondido.
Alineación tipo en la Copa América 1979: Mario Osbén; Mario Galindo, René Valenzuela, Elías Figueroa, Enzo Escobar; Carlos Rivas, Rodolfo Dubó, Manuel Rojas; Carlos Caszely, Oscar Fabbiani y Leonardo Véliz.
Alineación tipo Clasificatorias, 1981; Mario Osbén; Lizardo Garrido, René Valenzuela, Mario Soto, Vladimir Bigorra; Eduardo Bonvallet, Rodolfo Dubó, Miguel Neira; Patricio Yáñez, Carlos Caszley y Gustavo Moscoso.
Alineación del debut en España 1982: Mario Osbén, Lizardo Garrido, Elías Figueroa, Vladimir Bigorra, Eduardo Bonvallet, Rodolfo Dubó, Miguel Neira; Patricio Yáñez, Carlos Caszely y Gustavo Moscoso.
Otro factor negativo: el periodo de concentración resultó mortificante, para el grupo. El tedio llegó a tal grado que se escuchó decir que hasta hubo competencias de lanzamiento de semen en horas de ocio. El que llegaba más lejos ganaba.
Nada de eso se sabía cuando un sector de la prensa comenzó analizar las posibilidades del equipo chileno y llegó a la conclusión de que iba a fracasar. Un amistoso con una modesta selección de Oviedo, que terminó igualado sin goles, reafirmó el pesimismo que había nacido cuando la Roja fue vapuleada por la selección de Rumania, único equipo ajeno al continente al que enfrentó en su etapa de preparación.
Santibáñez sabía muy poco de Alemania, casi nada de Austria y nada-nada de Argelia. La falta de sparrings de categoría se atribuyó a las malas relaciones de Chile con el resto del mundo por culpa de Pinochet.
La soberbia del entrenador lo hacía predecir que Chile iba a estar entre los cuatro primeros y que al menos tres jugadores iban a estar en el ranking individual: el arquero Osbén y los centrales René Valenzuela y Elías Figueroa. Y ya con un pie en el avión, advirtió a sus ”enemigos” que no iba a admitir que se subieran al tren de la victoria.
No debió perderse el partido con Austria. Un empate era el premio menor para el desarrollo de ese encuentro. Pero esa vacilación de los centrales para posibilitar el gol de Schachner y el penal perdido por Carlos Caszely inclinaron la balanza a favor de los europeos.
Como Argelia había dado uno de los mayores golpes de la historia de los mundiales al vencer al favorito Alemania, el naipe se desordenó absolutamente. Santibáñez pensó que si los africanos habían hecho esa gracia, Chile podría repetirla. Y si les ganaba a los germanos, Chile se reponía del contraste inicial y, como se sentía superior a Argelia, calculaba que hasta podía ganar el grupo.
El problema es que tomó demasiadas precauciones para enfrentar a Alemania. Alertado por la reaparición de Karl-Heinz Rummenigge, la gran figura de la escuadra alemana, ausente en el partido con Argelia, Santibáñez dispuso una línea de cinco defensores, cuatro volantes y un delantero. Metió a Mario Soto entre René Valenzuela y Elías Figueroa; Eduardo Bonvallet, Rodolfo Dubó, Miguel Angel Gamboa (reemplazante de Caszely) Gustavo Moscoso se dedicaron al correteo permanente, y el pobre Patricio Yáñez se las tuvo que arreglar solo contra los cuatro defensores, que nunca pasaron la mitad de la cancha.
Con el ingreso de Miguel Neira (por Mario Soto), algo se arregló el asunto cuando Chile ya perdía por una falla de Mario Osbén. Pero cuando por fin se estaba acercando al arco que defendía Harald Schumacher, Rumennigge agregó dos goles a su cuenta y Uwe Reinders metió el cuarto. El descuento de Gustavo Moscoso resultó premio a su esfuerzo y fue destacado entre los mejores goles de la competencia. El desastre tenía nombres propios; Osbén, Valenzuela, Figueroa, Gamboa. El arquero, invicto en las clasificatorias, regaló el primer gol a poco de empezado el partido y cambió todos los planes de ganar contraatacando. El central de O´Higgins estuvo lejísimo de su nivel, mientras que don Elías dejó patente que mantenía cierta calidad, pero estaba lejos de responder a las exigencias como lo había hecho en su primer mundial, 16 años antes. Mientras que el volante no contribuyó mucho al quite, aportó muy poco en la gestación de juego y sus dos únicos remates al arco fueron tiros libres desviados.
Con Argelia, a Chile le terminó cayendo una lápida pesada. Tres a cero perdía en el primer tiempo, y el asunto venía para boleta grande. El entrenador acertó con un par de cambios, y entre Moscoso y Juan Carlos Letelier maquillaron la derrota.
Nadie se subió a ningún carro, Santibáñez murió sin pedirles perdón a Julio Martínez y Raúl Hernán Leppe, dos de los mejores periodistas producidos por este país, con quienes había trapeado en vísperas del viaje a España, y la selección tardó 16 años en llegar a otro Mundial.
Pero a los jóvenes que vieron este sábado esos partidos hay que advertirles que no era ese, en general, el nivel futbolístico que tenían. Era harto mejor que el que mostraron en la pantalla en esos tres funestos partidos.