La Roja: a la calculadora no le cuadran los números para llegar a Qatar 2022

Más allá de la meritoria victoria sobre Bolivia, en La Paz, las posibilidades de llegar siquiera al repechaje siguen siendo mínimas. Calculando que, como la lógica indica, frente a Brasil no vamos a sumar, sólo nos resta rezar que, en esa misma fecha, Perú derrote en Montevideo a Uruguay. Pero en ese caso el encuentro final ante la “celeste” sería lo más parecido a una guerra.
Resulta enternecedor apreciar la euforia, mezclada de ilusión, que se apoderó de nuestros connotados comentaristas de radio y, sobre todo, televisión, que son los que “la llevan”, como se dice, luego del tan esforzado como meritorio triunfo obtenido por la Roja en La Paz. Y es que aunque siempre será bueno ganar allí, por la altura y porque los bolivianos siempre nos reciben con sangre en el ojo y el cuchillo entre los dientes, lo cierto es que las posibilidades de la Selección de clasificar a Qatar 2022 siguen siendo mínimas.
Y no es por ser gratuitamente un aguafiestas. Basta ver el calendario que nos resta, mirar la tabla para concluir que difícilmente nos dé ni siquiera para el repechaje. ¿Esto no lo ven o no lo saben nuestros sesudos comentaristas? Desde luego que sí, sólo que como la gran mayoría de ellos son ex futbolistas, y no periodistas, optan por vendernos ilusiones vanas en lugar de apelar a la racionalidad y al rigor. Y cuando se entiende eso, ya la actitud optimista no resulta tan enternecedora. Más bien suena a comentario comprometido con el negocio. Un negocio millonario que comprende contratos por derechos de transmisión y “sponsors” que tendrían que hacer la pérdida si el producto publicitado se les cae de manera anticipada.
A dos fechas del término de estas clasificatorias, no nos queda más alternativa que desempolvar nuestra vieja y noble calculadora. Esa que abandonamos en un cajón para Sudáfrica 2010, con Bielsa, y para Brasil 2014, con Sampaoli, pero a la cual tuvimos que echar mano nuevamente cuando, para Rusia 2018, la Roja defeccionó lamentablemente en la recta final, perdiendo frente a Paraguay y luego ante Bolivia, en La Paz.
En aquella oportunidad, a falta de los partidos frente a Ecuador y Brasil, los números no nos
cuadraban. Porque si bien era perfectamente posible que la Roja recobrara el aliento ganándole a Ecuador en Santiago, cosa que efectivamente se produjo, los resultados de los demás partidos nos prohibían perder frente a Brasil como visitante. Si los astros se alineaban a nuestro favor, una paridad podía ser salvadora. Si ganábamos, ni hablar, sólo que tal posibilidad, más allá del equipo que todavía teníamos, era francamente delirante.
Pasó lo que todos saben: después de un primer tiempo bien decentito, Brasil nos demolió y con un indiscutido 3-0 nos dejó fuera de un Mundial que, paradójicamente, siempre estuvo al alcance de la mano. ¿Alguien recuerda el inicio brillante que tuvo esa Roja? Debíamos partir ante el “scratch”, en Santiago, y luego viajar a Lima, para enfrentar a los peruanos. Y la verdad es que, en los cálculos previos, si en esa pasada cosechábamos dos puntos, nos dábamos por pagados. En otras palabras, si no perdíamos ante los pentacampeones, y los peruanos no podían ganarnos en su casa, el objetivo de sumar se habría más que cumplido.
¿Qué pasó? Que con nuestro flamante título de campeones sudamericanos 2015, los muchachos ratificaron que eran de verdad, venciendo 2-0 a Brasil en el Nacional y 4-3 a los peruanos, en Lima. Total, seis puntitos que nos venían de maravilla. Seis puntitos que terminaron haciéndose sal y agua luego que, tras la Copa de las Confederaciones, en que la Roja sólo perdió en la final frente a Alemania, producto de un grosero error de Marcelo Díaz en la salida, vino la relajación y la debacle ya relatada frente a paraguayos y bolivianos.
Hoy, estamos tan complicados como en esas clasificatorias rumbo a Rusia. Incluso más. Porque Brasil es una máquina aceitada que, al contrario de nosotros, cuenta con jugadores de sobra para ser el mejor de Sudamérica de forma inapelable. Tanto, que ni siquiera echa de menos a Neymar, el jugador distinto y excluyente de esa pléyade de astros.
No parece ni lógico ni razonable que en esa doble fecha, a jugarse en marzo, pensemos en
cosechar los seis puntos que aún restan por disputarse. Ubicándonos fríamente en lo que es
nuestra realidad, y siendo optimistas, a lo mucho podríamos sumar tres. Y apelo al optimismo porque Uruguay es de esos equipos siempre duros de vencer en cualquier cancha, y que echa mano a su indiscutible oficio y a su rica historia cuando se trata de alcanzar el objetivo que se han fijado.
Con mayor razón esta “celeste”, que después de estar en coma con el Maestro Tabárez en la banca, resucitó en el momento justo para meterse nuevamente en la pelea, venciendo primero a Paraguay en Asunción y luego a Venezuela en propio terreno. Pero supongamos además, para no parecer tan negativos, que se da la tónica de los últimos enfrentamientos y, efectivamente, volvemos a derrotar a los “charrúas” jugando en casa, ya sea que se trate del “Zorros del Desierto” de Calama o de San Carlos. Haríamos 22 puntos, es decir, sólo uno más de los que hasta el momento suma Perú. ¿Cuál es el problema? Que uruguayos y peruanos se enfrentan en Montevideo por la penúltima fecha, y si se trata de buscarle las cinco patas al gato, el único resultado que teóricamente nos convendría sería que ganaran los peruanos. Porque una paridad ya haría inalcanzable a Uruguay respecto de la Roja, y ni hablar si se quedan con los tres puntos.
¿Cuál es la diferencia? Que de vencer Uruguay, como es la lógica, haría 25 puntos, tres más de los que hipotéticamente podría completar Chile, aún derrotándolos en casa. De vencer Perú, en cambio, la “celeste” se quedaría con los 22 puntos que en este momento ostenta, y en ese caso podría ser alcanzado por la Roja en el encuentro por la última fecha. A igualdad de puntaje, la Roja tiene en este momento una leve diferencia de -1 en goles en contra, contra los -3 que tiene Uruguay.
Pero tal situación, levemente positiva, va a depender no sólo del marcador eventualmente
favorable a Perú en Montevideo, sino del marcador desfavorable que tendríamos en Brasil ante el “scratch”. En otras palabras, si nos llevamos una boleta parecida a la que cosechó Paraguay en Belo Horizonte, ni un colosal milagro nos salvaría.
¿Repechaje, entonces, para intentar ocupar el lugar que pondría en riesgo Perú? Eventualmente derrotado en Montevideo, como manda la lógica, a los peruanos todavía les quedaría una última carta: llegar a los 24 puntos venciendo en la última fecha a Paraguay, en Lima. Y tal resultado en ningún caso constituye una quimera, considerando lo pobre que es el seleccionado guaraní futbolísticamente hablando, al punto que para nada constituye una audacia señalar que este es el peor Paraguay de toda su historia. Los pocos jugadores de nivel que le quedan a Barros Schelotto, además, capaz que ni quieran venir, desde Europa u otras latitudes, a sostener partidos sólo por cumplir con el calendario.
¿Así de intrincado y sinuoso es el camino que nos resta? Así es nomás. Más allá de haberle ganado a Bolivia en La Paz seguimos en la cornisa, y con posibilidades mucho más ciertas de, finalmente, irnos de cabeza al suelo. La clasificación a Qatar, si se da la lógica, no la perdimos cayendo frente a Ecuador en San Carlos y ante Argentina en Calama. La hipotecamos mucho antes, cuando fuimos derrotados de visita frente a una Venezuela a la que teníamos de casera, y luego no pudimos derrotar en casa a Bolivia y a Colombia, que es siempre un rival directo.
Y a propósito de Colombia: que nadie lo de por muerto todavía. Es cierto que va por el tobogán, que no le hace un gol ni al arco iris. Sólo que cierra estas clasificatorias recibiendo a Bolivia en Barranquilla y finalmente frente a Venezuela, de visita. Dicho de otra forma, perfectamente podría sumar seis puntos y llegar a 23. Que a lo mejor no le van a alcanzar para meterse en la pelea, pero sí para superar a Chile. Un Chile que pasaría de la tenue ilusión de clasificar, a un sexto puesto que reflejaría fielmente la pobre clasificatoria que la Roja redondeó rumbo a Qatar.
Trabajando horas extras a la búsqueda de resultados, alternativas y posibilidades, mi vieja
calculadora no sólo llega a echar humo. En cualquier momento ese humo se vuelve negro y de uno de sus botones salta una banderita blanca. Para no amargarse y buscarle el lado bueno a este asunto (si es que lo tiene), mejor es parafrasear al recordado Julito Martínez, que frente a todo fracaso internacional decía: “Y ahora, a lo nuestro”. Eso “nuestro” comienza justamente este fin de semana.