La Roja Sub 20 va por su séptimo mundial
No es un equipo brillante, pero sí ordenado y de sangre fría. Con esas virtudes el equipo de Héctor Robles disputará de local el Sudamericano que da pasajes al Mundial de Polonia.
Jugar con dientes y muelas. No cabe otra receta para la Roja Sub 20 en el Sudamericano que disputará de local con el propósito de salir campeona o, al menos, ocupar uno de los cuatro primeros puestos para clasificar al Mundial de Polonia, a mitad de año.
Es que así lo ha hecho este equipo a lo largo de su preparación de casi dos años: orden táctico y nervios de acero para salir airoso con lo justo, pero dándose el lujo de ganar dos cuadrangulares internacionales en agosto de 2017 y marzo de 2018 y tres meses después, en junio, la medalla de oro en los últimos Juegos Odesur de Bolivia.
Entre el 17 de enero y el 10 de febrero la selección dirigida por segundo sudamericano consecutivo por Héctor Robles procurará ganarse el derecho a jugar por séptima vez el mundial de la categoría, donde logró un tercer puesto en Canadá 2007 y un cuarto lugar en Chile 1987.
No será fácil. Ni por la historia que dicta que Chile ha fracasado las dos veces que fue local -1964 y 1997- ni por el presente que sentencia una gran equiparidad continental en esta categoría.
Esto último lo refrenda la propia actual selección.
Pruebas al canto.
Por ejemplo, su gran logro, la medalla de oro en los Odesur (adonde no concurrió Brasil), fue posible gracias a una campaña de cuatro empates (Argentina, Bolivia, Colombia y Uruguay) y una victoria (Venezuela). ¿Cómo consiguió entonces el título? Venciendo en semifinales a los cafetaleros en definición a penales y luego anotando el 1 a 0 faltando dos minutos para el término de la prórroga en la final contra los charrúas.
Los otros palmares, las dos copas ganadas en cuadrangulares -SBS CUP en Japón y Sport for Tomorrow en Paraguay-, no fueron menos sufridos. Con dos estrechos triunfos y una igualdad en ambos casos, esta Roja Sub 20 ratificó que nada le sobra, pero que sabe pelear los partidos y poner lo necesario en los momentos decisivos.
Se trata de títulos, entonces, obtenidos por la capacidad de empinarse frente a sus rivales en instancias decisivas. Una prueba de solidez ratificada también en amistosos exigentes.
Es alentador, en ese contexto, el saldo de algunos duelos contra rivales como Uruguay. En este período la Roja Sub 20 jugó siete veces contra su ahora clásico rival, venciéndolo tres veces, igualando otras tantas y perdiendo un solo duelo.
Con Brasil tampoco le fue mal en los amistosos. Los dos duelos disputados en octubre en Rancagua y Santiago acabaron igualados 1-1 y 2-2. Nada de mal, considerando que el Scratch menor será rival de la Roja en la fase de grupos.
Pero un Sudamericano es distinto. Todos los equipos suben su nivel y ponen un plus a veces ausente en los amistosos que suele decidir a la hora de la verdad.
La propia historia de los 38 sudamericanos disputados hasta ahora lo comprueba. Con 182 puntos, Chile se sitúa apenas en el sexto lugar de la tabla histórica liderada por Brasil, con 388 puntos. Solo estamos arriba de Perú, Venezuela y Bolivia. No hemos ganado título alguno y únicamente exhibimos un segundo lugar en 1975 (con Óscar Wirth, Rubén Gómez, Juvenal Vargas y Gustavo Moscoso) y un tercero en 1995 (con Sebastián Rozental, Dante Poli, Héctor Tapia y Manuel Neira). Otras actuaciones meritorias han sido seis cuartos lugares, cuatro de ellos (2001, 2005, 2007 y 2013) que significaron la clasificación a mundiales.
Esta extrema igualdad actual –acrecentada con la ebullición de Venezuela y la recuperación del Perú- la tienen clara los jugadores y el propio entrenador, que tras el oro de los Odesur llamaron a tomar las cosas con calma.
Héctor Robles, especialmente, ya está curtido en estos avatares. Fracasó en el anterior Sudamericano (2017) cuando su selección, que había triunfado en el torneo español L’Alcudia 2015, se derrumbó en la cita continental pese a tener valores como Gonzalo Collao, Raimundo Rebolledo, Francisco Sierralta, Nicolás Ramírez, Gabriel Suazo, Cristián Gutiérrez, Jaime Carreño, Carlos Lobos, Ángelo Araos y Víctor Dávila. El equipo llegó algo confiado por el título hispano y otros buenos aprontes antes del torneo y a la hora de la verdad sucumbió táctica y espiritualmente igualando dos veces y perdiendo otras tantas.
La historia, en este aspecto al menos, fue aprendida. Robles ha repetido a su contingente la trascendencia de no «creerse el cuento» y jugar todos los partidos como si fuese una final mundial.
La Roja Sub 20 quedó en el grupo A junto a Brasil, Colombia, Venezuela y Bolivia. Dado que el equilibrio sudamericano dificulta actualmente armar grupos a la medida del local, al menos la Conmebol le favoreció en el calendario y el horario. Chile jugará siempre en el estadio El Teniente de Rancagua y de fondo, a las 19:30 horas, cuando el clásico calor veraniego que azota a la ciudad minera amaina un poco. Además, sus dos primeros partidos serán frente a los supuestamente rivales más abordables, Bolivia y Venezuela. Después de la fecha en que estará libre, enfrentará los retos mayores que suponen Brasil y Colombia.
EL PLANTEL
Robles, un tipo en extremo riguroso y amante de la disciplina y los procesos, ha privilegiado tres factores para construir su contingente de 23 jugadores.
El primero es el compromiso total de los elegidos con el desafío que se avecina. El segundo, consecuencia del anterior, es su participación constante durante todo el proceso preparatorio. Y el tercero es la experiencia en el fútbol profesional, no solo remitida a fugaces apariciones, sino que, en lo posible, a titularidades consolidadas.
Un cuarto factor que todo entrenador anhela -participación en el fútbol de primer nivel mundial- no es viable. Solo los volantes Marcelo Allende y Ariel Uribe están afuera, ambos en México. Y jugadores que han participado en algunos procesos anteriores, como el portero Giuliano Gatica (Suecia), el armador Giovanni de la Vega (Holanda) y el goleador Kenneth Hanner-López (Alemania) no han sido considerados.
Así y todo, el factor experiencia no es débil: salvo el tercer arquero Cristóbal Campos y el defensa central Lucas Alarcón (ambos de Universidad de Chile), los demás elegidos lucen apariciones en el profesionalismo.
Algunos derechamente agarraron camisetas de titulares, como Esteban Valencia (San Marcos de Arica), Tomás Alarcón (O’Higgins), Vicente Fernández (Unión La Calera), Álex Ibacache (Everton), Axl Ríos (Cobreloa) y Nicolás Guerra (Universidad de Chile).
Otros aparecieron con alguna frecuencia, como Kenneth Lara (San Luis), Nicolás Fernández (Audax Italiano), Nicolás Díaz (Palestino), Víctor Méndez (Unión Española), Matías Marín (Wanderers), Matías Sepúlveda (O’Higgins), Iván Morales (Colo Colo), Carlos Villanueva (Colo Colo), David Salazar (O’Higgins), Matías Meneses (O’Higgins) y Antonio Díaz (O´Higgins).
Todos ellos, además de los porteros Luis Ureta (O’Higgins) y Junior Bórquez (Iquique) forman un grupo que se conoce de memoria.
Aunque durante estos casi dos años de preparación Robles nominó a más de 80 jugadores, lo cierto es que paulatinamente ya a fines del 2017 comenzaron a repetirse los nombres hasta conformar una base de 30 de entre los cuales hizo el filtro final.
Lamentablemente, dos puntales del equipo quedaron fuera. El central Ignacio Tapia (Huachipato), castigado por doping, y el volante Ignacio Saavedra (Universidad Católica), lesionado en el partido en que su equipo se tituló campeón. Tampoco es poca cosa la ausencia del cubano César Munder, que lo tuvo todo para ser nominado, salvo la obtención a tiempo de la nacionalidad chilena, que debe salir en estos días. Otro cruzado que lució al comienzo, pero que después desapareció de las convocatorias (a tono con su declinación en la UC), fue David Henríquez.
Por sobre cualquier individualidad, la fuerza del equipo reside en su acoplamiento colectivo. El 4-3-3 es su armado preferido, con centrales seguros y laterales agresivos. Al medio, dos de los volantes tienen cualidades creativas y adelante sobran los atacantes contundentes, como Morales, Guerra, Salazar y Meneses.
¿Qué falta?
Tal vez, individualidades descollantes. Sobran los buenos jugadores y escasean los talentosos de verdad. Una prueba de ello son los delanteros. Ninguno, a priori, luce en el desequilibrio individual, pese a que sí demuestran velocidad, movilidad y poder de finiquito.
Lo más parecido a la pulcritud técnica se aloja en la zona ofensiva del mediocampo. Allende y Villanueva desequilibran en el mano a mano, en tanto que Uribe y Sepúlveda aportan conducción.
Hacia atrás, una incógnita es cuánto pesará la ausencia de Saavedra, que ordenaba el andamiaje defensivo, era la primera salida y lucía la madurez que fue logrando en la UC. La otra duda es si la zaga responderá tal como lo hacía cuando la comandaba el acerero Tapia, un tipo de envergadura física, fuerte por arriba y con la serenidad que le daba su permanente titularidad en Huachipato.
Las cartas están echadas. A la natural expectación y esperanza por una buena actuación habrá que espolvorearle algo de prudencia. Ojalá con el correr del torneo este equipo vaya abriendo paso a la exultación.