Mi último partido
Desde las ardorosas pichangas en las calles inclinadas de los cerros de Valparaíso hasta mi adiós a las canchas de fútbol una fría noche de agosto de 1981 y con un inolvidable empate contra Brasil cuando aún llovía plomo confundiendo sombras con personas de carne y hueso en el lugar equivocado.
Por LEONARDO VÉLIZ
El sueño de todo niño cuya compañera es una pelota en el patio de su casa es jugar fútbol y vestir la camiseta de su país.
Mi casa carecía de patio. El espacio lo proporcionaba la calle de cemento con subidas y bajadas propias de los cerros porteños. Había que ser preciso con la pelota para no lanzarla cerro abajo; eso era patrimonio de los insensibles del empeine. Y para no lastimarte las piernas y caer al duro concreto, apelabas al equilibrio y a tus habilidades de sostenerte verticalmente con brazos abiertos y flexibilidad en la cintura.
Fui seleccionado de la Asociación Barón clasificando a un Campeonato Nacional de ANFA en Arica, en la que eliminamos a la Asociación Valparaíso con un defensa espigado en sus filas, Elías Figueroa. Eran 16 años imberbes y muchos sueños como motor para elevarte a alturas mayores, donde jamás sentí el hambre en la boca.
Jugar en pasto era mi sueño y fue el principal motivo para no fichar por Santiago Wanderers, que quiso contratarme para entrenar en una filial del Cerro O’Higgins que era… cancha de tierra.
Los oro y cielo supieron de mi negativa, y al día siguiente era parte de su plantel profesional con apenas 17 años entrenando en el pasto de Sausalito. Todo fue vertiginoso y apoteósico.
Recuerdo que una mañana, un taxi se estaciona fuera de mi casa y recibo la gran noticia: debía viajar al balneario La Herradura, en Coquimbo, a una pretemporada de la selección de Chile preparatoria al Mundial de Inglaterra. Mi primera emoción, encontrarme con mi ídolo Leonel Sánchez. Y otra vez, encontrarme con Elías, ambos con 19 años, pero como compañero de ruta.
Santiago me recibe para vestir la roja de Unión Española; pronto, el paso decisivo a Colo Colo y sobre todo vestir La Roja de todos.
Transcurrieron 15 años desde esa primera vez, con muchas eliminatorias de por medio, copas América y culminación en el Mundial de Alemania 74.
Las clasificatorias a España 1982 fueron perfectas y encendimos la pasión en la fanaticada chilena. Nos preparamos bien: muchos partidos amistosos nacionales e internacionales y prolongadas concentraciones en Juan Pinto Durán.
Las historias en esas concentraciones extensas, fueron sabrosísimas, con jugadores de gran calidad técnica y humana. Es cierto, se formaron grupos y uno de ellos era de peso pesado con Caszely, Osbén, Bonvallet, Bigorra y yo. Y como sucede en todos los equipos, grupos virtuosos y no viciosos, cada uno con sus intereses y temas de conversación.
En plena dictadura, las diferencias políticas no fueron motivo de quebrantamientos en la armonía del plantel. Hubo un irrestricto respeto por las posiciones ideológicas que, al fin de cuentas, no se manifestaron como para poner en jaque la coherencia grupal.
Luis Santibáñez era un entrenador empático con el equipo. Su gran sentido ecuménico le permitió conducir con personalidad los cruentos tiempos políticos de la época y supo aplicar el credo, “ni muy adentro que te quemes ni muy afuera que te hieles”.
En una ocasión, estuvo en aprietos cuando tuvimos que ir a despedirnos del Gobierno Militar; él necesitaba un interlocutor válido, un jugador para dirigirse frente a Pinochet.
Eligió a Caszely y este se negó, traté de convencerlo con que hasta el Cardenal Silva Henríquez le puso una hostia en la boca a Pinochet en el Tedeum del 18 de septiembre de 1973 en la Catedral de Santiago. No hubo caso. Me ofreció “el privilegio” y recibió otra respuesta negativa. A todo esto, el bus se dirigía raudo al Palacio de La Moneda por la avenida Macul, Don Lucho miró hacia el fondo del bus y observó a Oscar Wirth; el ademán de mover la cabeza de izquierda a derecha del arquero lo dijo todo. Recurrió a Mario Soto y este aceptó recibiendo un papel con escuetas palabras. De esa manera, pudo salir del conflicto protocolar.
Los resultados de ese equipo eran la columna para soportar esas largas concentraciones y enfrentamientos ásperos del DT con la prensa.
Mi último partido fue el miércoles 26 de agosto de 1981.
Enfrentamos a Brasil en un partido amistoso, más de 30.000 espectadores presenciaron ese empate a cero en el Estadio Nacional. Recuerdo el esquema ofensivo: 4-3-3.
Entramos con Mario Osbén al arco; defensa con Garrido, Gatica, Soto y Bigorra; mediocampo con Dubó, Manuel Rojas y Neira; y ataque con Jurel Herrera, Caszely y Véliz. No olvido esa camiseta con el N°21 en mi dorsal. Director técnico: Óscar Luis Santibáñez Díaz.
Fui reemplazado en el 2° tiempo, y Herrera en el entretiempo.
Esta es la breve estadística de mi último partido vistiendo los colores patrios. No me fui derrotado contra el monstruo Brasil, con un meritorio empate abandoné para siempre La Roja de todos.
Mientras se reducía el tiempo para entregar la nómina definitiva para ir a España, Luis Santibáñez en el Estadio Nacional, específicamente en el block J, y codo a codo viendo un match preliminar, me dice: Pollo, no estás nominado en el plantel para el mundial España 1982”.
Lo miro y le respondo: “No se preocupe, Don Lucho, ya me percataba de que sería suplido por Gustavo Moscoso, que viene pisando fuerte”. Esa sería mi última conversación entre técnico y jugador.
Acepté sin drama la exclusión con 37 años y la tranquilidad del raciocinio y el intelecto, acepté que nada es eterno.
Días después, cavilando, pensé que esas infaustas noticias la recibieron muchos compatriotas prisioneros en ese mismo estadio. Quizás no fue en el block J, pudo ser en la galería o bajo nuestros pies; los camarines, quizás para lograr la libertad o sentenciados para un viaje al más allá.
15 años de cantar nuestro himno, y mirar de reojo el escudo nacional casi adosado el corazón, no tiene parangón.
Ese 26 de agosto de 1981, bajo un invierno gélido, aún llovía plomo confundiendo sombras con personas de carne y hueso en el lugar equivocado. El calendario se prolongó ocho años más. En 1990, retornaron las otras tres estaciones en su justa dimensión natural, y se recuperó la democracia. Imperfecta, pero democracia.
Revisa el compacto del último partido de Leonardo Véliz por La Roja: