Mirko, el de los rombos

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Por Sergio Gilbert
Actualizado el 9 de abril de 2020 - 2:40 pm

En una ciudad costera cerca de Zagreb, Mirko Jozic celebró el miércoles 8 de abril su cumpleaños. Cumplió 80. Y la festividad fue íntima no solo por obra y gracia de la cuarentena que obliga el coronavirus. Es que a Jozic no le gustan las grandes fiestas. Prefiere la soledad, el contacto solo con sus afectos más cercanos. Es un señor que huye del aspaviento y rechaza el palmoteo infinito. Tranquilo, quieto, quitado de bulla. Tanto que, desde hace algunos años, ni siquiera da entrevistas. Ni de fútbol, ni de su vida ni de los galardones que ganó en su carrera como DT. Simplemente prefiere usar  ese tiempo viendo fútbol, jugando con sus nietos, charlando con sus amigos de generación y leyendo cientos de papeles acumulados que están amarillos pero que Mirko atesora como si fueran su más preciada colección. Así es el presente del viejo croata.

Quizás por eso es que Jozic no ha venido a Chile a reclamar lo que es suyo: la gloria y el reconocimiento unánime de los colocolinos y el respeto sin límites de todos los futboleros, más allá de los colores de cada uno.

Y debería.

Porque Mirko es un personaje esencial del mundo futbolístico chileno. A la altura de Riera, de Álamos, de Bielsa, de Pellegrini y de Sampaoli, porque supo romper la inercia fatídica que se había acumulado por años por estos lados, y entregar las armas para obtener un triunfo resonante, emotivo, convocante aquella noche inolvidable del 5 de junio de 1991 con su Colo Colo campeón de la Copa Libertadores.

Pero reducir la importancia de Jozic a la consecución de ese logro es, claramente, una aberración intelectual. Mirko dio mucho más que una Copa en su estadía en Chile. Dio conceptos, ideas, principios que lograron construir caminos.

Vamos viendo.

Mirko, desde su llegada a Chile, dio a entender que las jerarquías deben respetarse. Por eso es que a pesar de que llegó a construir lazos emocionales con sus jugadores, siempre dejó en claro que, a la hora de trabajar, él era el jefe y los jugadores, los que obedecían. Mire que extraño…

En lo conceptual, Jozic apostó siempre a la ofensividad. Por eso se enojaba cuando alguno de sus jugadores, por hacer una de más, un lujito, perdía un gol. “Hay que asegurar porque en el fútbol, siempre las oportunidades son pocas”, decía.

Pero Mirko no comía vidrio y sabía que el rancho también requería asegurarse. Y trajo la marcación personal como arma. “Eso es antifútbol”, dijo un DT al perder contra el equipo de Jozic. “Es un fútbol anticuado que no se juega en Europa hace 20 años”, dijo otro con ínfulas intelectuales. 

Las pinzas. Ese antifútbol arcaico le dio a su equipo el equilibrio justo para ser un participante habitual, digno y respetado en la arena internacional. Tremenda lección. Mirko dibujaba su equipo como un conjunto de rombos que uno veía clarito desde afuera, pero que tenía la capacidad de sorprender igual a los rivales. Háganse esa.. 

Por eso es que Mirko dejó su estampa. Si fuéramos justos, el método Jozic debería estar en medio de la discusión técnica nacional y salir al baile al momento en que se habla de modas, tendencias y sistemas. En medio de rieristas y bielsistas, hay espacio lógico para los jozicistas. También, si fuéramos agradecidos, algún estadio o cancha debería llevar su nombre. Y, por cierto, en el Monumental, debería haber un monumento con su frase predilecta cuando entrenaba en ese estadio: “Buscar la victoria, hasta la morir”.

Tremenda arenga.