Si vamos a cambiar la historia, sólo pedimos que sea para mejor
Mientras Audax Italiano, Sociedad Anónima en manos de inversores argentinos, se apronta para dejar en el baúl de los recuerdos la insignia que durante más de un siglo distinguió a la institución, el Club Social y Deportivo que representa al verdadero Colo Colo invertirá 350 millones de pesos en homenajear al mayor ídolo del club, a las chicas campeonas de la Copa Libertadores de 2012, y en revivir la fachada del mítico restaurante Quitapenas, donde comenzó a escribirse la rica historia del Cacique.
Por EDUARDO BRUNA / Foto: PHOTOSPORT
Ratificando su nulo respeto por la historia, Audax Italiano, que como toda Sociedad Anónima Deportiva que se precie puede cambiar de dueño y de rumbo según la oferta y la demanda, ha decidido reemplazar la insignia que distinguió al club durante 111 años. Y aunque en nuestro fútbol el hecho es para inédito, porque Unión La Calera ya había hecho lo mismo tiempo atrás, no deja de transformarse en una prueba más de que este corrupto y nefasto sistema impuesto para nuestro fútbol carece por completo de respeto hacia los símbolos y hacia los hinchas.
Por contraste, por estos mismos días, el Club Social y Deportivo Colo Colo, encabezado por Edmundo Valladares, ha dado a conocer que la institución alba señera y verdadera, es decir, aquella que poco y nada tiene que ver con los usurpadores de Blanco y Negro, invertirá aproximadamente 350 millones de pesos no sólo en arreglar accesos y reparar baños del Estadio Monumental, sino que, aparte de rendirle un merecido homenaje a las chicas campeonas de la Copa Libertadores, en 2012, reconstruirá en el recinto la fachada del histórico Quitapenas y erigirá una estatua en honor de Carlos Caszely, acaso el máximo ídolo popular de una institución pronta a cumplir su Centenario.
La diferencia, que no deja de ser notable, grafica palmariamente, además, en lo que han convertido nuestro fútbol esta tropa de aventureros tan adinerados como ignaros, que se dejaron caer sobre nuestras instituciones futbolísticas como langostas luego que la ley, N° 20.019, prácticamente les otorgara patente de corsos, porque durante más de tres lustros han hecho lo que han querido, sin que nuestras autoridades –deportivas y gubernamentales-, hayan tenido jamás la voluntad política para detener irregularidades y hasta delitos.
Algo que por cierto indigna y rebela, pero que es enteramente coherente con lo que ha sido nuestra sociedad post-democracia. Basta decir que la ley de Sociedades Anónimas Deportivas fue promulgada durante la presidencia de Ricardo Lagos, pero que uno de sus cerebros y redactores principales fue Sebastián Piñera Echeñique. ¿Habrá estado enterado de esto nuestro Nicanor Parra, cuando entre sus muchos “artefactos” pergeñó la irónica frase que dice que “la izquierda y la derecha unida, jamás serán vencidas?”.
El sistema de Corporaciones de Derecho Privado sin fines de lucro que tuvo nuestro fútbol desde su creación como actividad profesional, en 1933, no era, por cierto, un modelo ni un dechado de virtudes. Tenía sus falencias, siendo la más grave y notoria de ellas el que, frecuentemente, los clubes tenían agudos problemas para pagarles los sueldos a los jugadores. Y como una situación así era siempre motivo de primera página, con mayor razón si el problema lo afrontaba Colo Colo, de eso se agarraron los oportunistas y voraces de siempre para hacerse de quizás la única actividad de este país que, moviendo dinero, no había caído todavía en sus insaciables fauces.
Si ya se habían apropiado de la salud, de la educación, de la previsión y de un largo etcétera, ¿por qué el fútbol iba a estar ajeno a una realidad que poco a poco fue envileciendo el país? Pero, a estas alturas, el único argumento a favor que puede esgrimir está cáfila de sinvergüenzas para justificar la permanencia del sistema es esa: que los jugadores perciben puntualmente sus ingresos y les son ingresados oportunamente sus ahorros previsionales.
Faltaba más. Era que en ese plano también fueran unos ineptos, teniendo actualmente -y como no había antes-, ingresos fijos mensuales por la transmisión de los partidos a través de la televisión.
Adquirido Audax Italiano en febrero de este año por un argentino llamado Gonzalo Cilley, más un grupo de inversionistas, en 7 millones de dólares, una de las primeras medidas ha sido convocar a un concurso para el cambio de la insignia que distingue a la institución desde noviembre de 1910, fecha de su fundación. En otras palabras, se va a convocar a los cada vez más escasos seguidores itálicos a participar para cambiar el emblema. No para preguntarles cómo esperan ser tratados como hinchas, cuándo volverán a jugar en el Municipal de La Florida o, lo que es más importante, cuáles son los planes de los nuevos dueños del club para que el viejo “Audita” vuelva a ser el equipo competitivo y ganador que fue en la década de los 50 del siglo pasado.
¡Cómo se les ocurre esperar que estos nuevos propietarios, que además son extranjeros, se impregnen de la esencia de un club que recién empezaron a conocer luego de poner la plata sobre la mesa!
Ellos, es decir, Cilley y sus amigos inversionistas, al respecto aseguran que esto de la insignia no es ningún cambio, que es sólo un “aggiornamiento”. Que muchos clubes italianos han modificado en el tiempo sus emblemas y que, por lo demás, se quiere conservar los elementos que existen en la insignia actual, es decir, la rueda de bicicleta (Audax Italiano partió como un club de ciclismo), el águila y los colores de la bandera italiana. Sólo que –dicen- bajo un diseño distinto. Y entonces se entiende menos toda esta campaña mediática. Porque lo más probable es que, de tanta idea y diseño geniales, resulte un infumable mamarracho.
Lo otro es que, como la mayoría de los concursos variopintos que se hacen en Chile, empezando por esa truchería para adjudicar cargos en la administración pública, el asunto esté cocinado desde hace rato. Que Cilley y sus platudos amigos inversionistas le hayan encargado hace tiempo la nueva insignia a un diseñador italiano de prestigio, para darse el gustito. Total, el club es de ellos.
No va a faltar quien les encuentre razón a esta camada de dueños importados que hoy manejan Audax Italiano. Que, considerando que se trate de un club de fútbol, se pregunte qué diablos hace en la insignia, a estas alturas, una rueda de bicicleta. O la misma águila. Frente a eso, sólo se puede decir que son elementos que forman parte de la historia. Una historia que, en cuanto sea posible, hay que respetar, excepto que se haga un cambio tan radical y cualitativo que la justifique y sea validado por la mayoría.
Nuestro actual escudo, nuestra actual bandera, no son por cierto los emblemas originales que tuvo Chile. Para cambiarlos se necesitaron años y, como siempre ocurre, la polémica no estuvo ausente. Pero, finalmente, se impuso una mayoría que estimó que, los cambios propuestos, nos interpretaban mejor como nación, en diseño, colorido e imaginería popular. Eso, más allá de que, en lo personal, el lema del escudo no me interprete del todo. Ese “Por la razón o la fuerza” me suena tan excesivamente dictatorial que preferiría aquel de “Por la fuerza de la razón”.
Pero es cuestión de gustos, y todos los palos al respecto por cierto no serán bienvenidos, pero sí absorbidos.
No faltará, por último, aquel que enrostre el que, la actual insignia de Colo Colo, el club más popular de Chile, tampoco es la original. Y tendrá toda la razón del mundo, porque el Cacique Colo Colo sólo hizo su aparición en el emblema albo en 1950, o un poco más tarde que eso. Pero nadie podrá discutir, sin embargo, que el cambio fue todo un acierto. No sólo porque se visibilizaba a un jefe o toqui araucano notable, que le daba nombre al club, sino porque el diseño llama tanto la atención que el emblema albo no sólo está considerado entre las insignias más bellas y originales del mundo, sino que hasta un club serbio plagió la figura del cacique para sólo ubicar el nombre de este club balcánico.
El cambio de la insignia alba, por lo demás, no fue producto de una decisión cupular, impuesta desde arriba por unos pocos iluminados. Fue producto de la asamblea popular de socios, que decidieron el cambio por aclamación.
Por eso mismo, porque el Club Social y Deportivo Colo Colo es mucho, pero mucho más, que esta concesionaria denominada Blanco y Negro, es que no podemos dejar de aplaudir el proyecto dado a conocer por Valladares y su directorio. Y es que, aparte de marcar diferencias con la concesionaria, le dice en su cara que el club y el estadio son de los socios y sus hinchas, y que ellos sólo son unos advenedizos, usurpadores fruto de una quiebra fraudulenta y de una ley pergeñada por los acomodados del Congreso.
De más se merecen las chicas campeonas de la Copa Libertadores femenina de 2012 un reconocimiento. Después de todo, sólo Colo Colo y el Santos brasileño han obtenido tal trofeo en las dos versiones. Por supuesto que los socios e hinchas albos, del presente y los del futuro, deben conocer la fachada de ese restaurante tan humilde como popular donde comenzó a gestarse el club más transversal de Chile. Sobre todo ahora, que las inmobiliarias echan abajo barrios enteros para erigir torres de departamentos que, muchas veces, son sólo “guettos verticales”, haciendo que las familiares y acogedoras casas de antaño sean vistas incluso como fotos en tonos sepia.
Y, por supuesto, que nadie podrá estar en desacuerdo, además, con que Carlos Caszely tenga su estatua a la entrada del recinto, para el recuerdo eterno de las actuales y las nuevas generaciones. Un jugador de tal calidad, que dio tantas alegrías, que mantiene hasta hoy el record absoluto de goles con la camiseta alba (208), y que a nivel local sólo defendió la enseña del Cacique, merece de sobra tamaño reconocimiento.
Desde ese punto de vista, Edmundo Valladares y su mesa han cumplido a cabalidad su papel a la cabeza del verdadero Colo Colo. Primero “Chamaco”, y ahora el “Chino”, ambos transformados en estatuas, son la mejor prueba de aquello.