Yo lo viví: era muy novato, pero escribí sobre el dramático título de Colo Colo ’70

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Por Julio Salviat
Actualizado el 28 de febrero de 2017 - 1:43 pm

En la quinta fecha , los dos equipos estaban igualados con diez puntos y mostrando campaña perfecta. Si los rojos encabezaban la tabla era por una leve diferencia de gol: 15-3, contra 17-7 de los albos. Faltando dos jornadas, ya se sabía que uno de ellos sería campeón: sus escoltas, las universidades, tenían cuatro puntos menos.

En la sexta les tocaba enfrentarse. Y Unión Española se quedó con la victoria con solitario gol del paraguayo Eladio Zárate, uno de los más notable romperredes que produjo el fútbol guaraní. 72,360 espectadores que pagaron entrada fueron testigos del silencio que se produjo en el Estadio Nacional cuando el árbitro Domingo Massaro hizo sonar el último pitazo. Unos poquitos hinchas hispanos celebraban jubilosos en medio de la multitud, y sin mucho ruido.

Racionalmente, no había mucho más que decir. Con esa victoria, Unión Española ratificaba los méritos expuestos en el Campeonato Metropolitano (22 puntos, contra 15 de los albos) y en la serie B del Torneo Nacional, donde la diferencia fue más amplia aún: 32 contra 23. Pero no siempre el fútbol es razonable: los de Santa Laura cayeron ante Everton, y en el partido de fondo Colo Colo se impuso sobre Green Cross. Y la Liguilla de ese singular campeonato de 1970 terminó igualada y exigiendo un partido definitorio.

A esa reunión doble asistió mucho menos público que en la jornada anterior (41.281) porque se suponía que los rojos darían la vuelta olímpica sin despeinarse.

El 27 de enero de 1971el coliseo de Ñuñoa estaba de nuevo hasta las banderas: 71.335 boletos vendidos. Para evitar suspicacias, un árbitro imparcial: el peruano Pedro Reyes, del que nunca más se supo. Aporte para el morbo: Leonel Sánchez, símbolo de la “U”, con la camiseta alba; y con la roja de la Unión, un símbolo colocolino, Francisco Valdés.

Para entonces, ya entraba gratis al estadio. Y no iba a disfrutar, sino a trabajar. Llevaba poco más de un mes en la revista Estadio y, obviamente, no me iban a encargar el comentario. Me tocó cubrir el camarín de Colo Colo.

Esa noche hablé por primera vez con Carlos Caszely. Andaba con bota de yeso y cojeaba. Era la gran ausencia alba, y él lo lamentaba más que nadie. “Por tonto me pasa”, me confesó: “me infiltraron y una lesión que era pequeña se transformó en grave. Te juro que nunca más me infiltro”.

No sé si lo habrá cumplido, pero me convertí en un buen confidente suyo: meses más tarde le hice su primera entrevista importante en un momento en que era muy criticado. Y después, transferido a España, siempre se dio tiempo para recibirme en su casa y contarme sus andanzas y sus hazañas.

Era pájaro extraño en ese camarín, porque regularmente iba a los entrenamientos de Unión Española, donde me acogieron con mucha simpatía. Su entrenador, Pedro Areso, un vasco que fue seleccionado español y que por la Guerra Civil tuvo que emigrar a América justo cuando había fichado por el Barcelona, se dio cuenta de que mi trajín periodístico-deportivo era escaso y gastaba horas hablándome de fútbol, de sistemas y de tácticas.

Esas caras de preocupación que vi en la previa del partido se habían transformado cuando terminó el encuentro. Ni ellos se la creían. Y lo único que querían era abrazar a Elson Beiruth, el héroe de la noche.

Ese título de Colo Colo, que le había sido esquivo en los seis campeonatos anteriores, no se explica sin el aporte del brasileño. La verdad es que los albos habían tenido un año irregular, con un comienzo muy flojo y con cierta recuperación cuando cambiaron los Hormazábal en la banca: Enrique (“Cuacuá”), campeón como jugador en 1963, le cedió el puesto a Francisco (“Pancho”), integrante del equipo invicto de 1941.

Si había que apostar esa noche, las ganancias con Unión Española parecían seguras. Pero Beiruth dijo otra cosa: abrió la cuenta a los 24 minutos de juego y se transformó en un ejemplo de esfuerzo y eficacia. Con sus compañeros replegados, casi sin compañía en el ataque, se las ingenió para complicar permanentemente a los defensores hispanos. Ni siquiera el zapatazo de Carlos Pacheco que significó la igualdad hizo mella en su espíritu.

Los 90 minutos se fueron volando. Y hubo prórroga. Faltaban 9’ para que se decretara otro partido de definición cuando Beiruth se lanzó contra el mundo rojo, sobrepasó la línea defensiva y batió al arquero Juan Olivares.

Partí a la redacción de la revista Estadio a escribir mis notas de camarín con un sentimiento atravesado. Había sido heroico el comportamiento colocolino ante un rival superior, pero había sido injusto que el mejor equipo del año se quedara sin corona.

Esa misma noche, el dueño de una imprenta nos preguntó si nos sentíamos capaces de hacer una revista especial con el título de Colo Colo. Nos miramos con Edgardo Marín, preguntamos cuánto pagaban y dijimos que sí. Seguimos trabajando toda la noche, entregamos el material al día siguiente, nos echamos los billetes al bolsillo y nunca más supimos de esa edición.

Sólo recuerdo el título de la nota principal, que era el comentario del partido final y que sirvió como llamado principal de la revista: “La Noche en que Todo Chile Durmió Feliz”. Lo reviso ahora, y pienso que pude poner otro: “La Noche en que el Destino Castigó a Unión Española”.