Columna de Claudio Palma: Entre la cabina y la muchachada albiceleste

El partido comienza y los hinchas de Manojitos se ven inquietos, me doy cuenta al ver el monitor que tengo a mi izquierda. Agarro el micrófono y relato el que posiblemente sea uno de los partidos más importantes de mi carrera.

Por CLAUDIO PALMA / Foto: PHOTOSPORT

Son las tres y media de la tarde y en el estadio Bicentenario de La Florida se comienza a vivir otra jornada del fútbol chileno. Sin embargo, este compromiso no es como cualquier otro. Hoy Magallanes tiene la posibilidad real de subir a primera división luego de 36 años, período en el que deambuló de comuna en comuna con la esperanza de llegar a la luz al final del túnel.

En esta ocasión, los carabeleros se enfrentarán a Deportes Recoleta, donde de empatar o vencer podrían levantar la copa y dar la majestuosa vuelta olímpica. El recinto carga de una atmósfera especial, una mística que hace recordar el fútbol de antaño. Familias magallánicas caminan rumbo a sus asientos a la espera de un suceso épico.

Los albicelestes no siempre se llamaron igual. En 1904, el conjunto carabelero recibía el nombre de Baquedano F.C. No fue hasta el 27 de octubre de aquel año, que en el contexto del aniversario del club se propuso bautizar al equipo como Magallanes Atlético. Con el tiempo se oficializó legalmente y debido al conflicto con Argentina, se nombró como Club Social y Deportivo Magallanes.

¡R con a, Ra! ¡R con e, Re! ¡Ra, ra, ra! ¡Re, re, re! ¡Magallanes Academia de Chile! Son los cánticos que se escuchan en la cancha. La legendaria bandita de Magallanes está ansiosa de tocar sus piezas frente a un impensado público con más de 6 mil de sus fanáticos. Es una oportunidad única, la Academia podrá reencontrarse con su hijo, de quien se distanció un 4 de abril de 1925. Aquel día, David Arellano, novel jugador, no estuvo de acuerdo con las políticas del club, abandonando Magallanes y posteriormente fundando Colo Colo.

El partido comienza y los hinchas de Manojitos se ven inquietos, me doy cuenta al ver el monitor que tengo a mi izquierda. Agarro el micrófono y relato el que posiblemente sea uno de los partidos más importantes de mi carrera. ¡Pip, pip! El primer tiempo termina y no hay goles. No obstante, había cierta tranquilidad al saber que Santiago Morning iba momentáneamente ganando a Cobreloa (equipo que también se está jugando el todo por el todo).

La segunda mitad parte y el cuerpo técnico de Manojitos sabía que debía ejercer presión a Recoleta. A los 51 minutos Felipe Flores cae en el área rival y el árbitro Piero Maza cobra penal. El capitán de Magallanes, César Cortés, es quien se encarga. Toma distancia, patea y convierte, desatando la alegría de los carabeleros. A los 65 minutos ya se empezaría a sentenciar el encuentro, ya que FF17 cae y el juez cobra el segundo penal. La responsabilidad nuevamente es de “Chester”, el mismo jugador, quien casualmente revivió al abuelo en el mismísimo día de los muertos.

En ese instante se me hizo imposible olvidar esas tardes en el Estadio Vulco de San Bernardo, en las que junto a mi abuelo Osvaldo veíamos jugar a “Los Comandos”. Hoy, el “Pupi” Vásquez, “Chester” Cortés, Felipe Flores, Yorman Zapata, entre otros, lograron encarnar esa legendaria generación de albicelestes, y no sólo por lo que obtuvieron hoy, sino también por lo que vendría después. Magallanes se coronó como el campeón de Copa Chile, volviendo a meterse después de décadas a Copa Libertadores.

Eugenio Jara y el “Mosco” Venegas, dos entrenadores con oficio que dirigieron a Magallanes y lo llevaron a Libertadores en los 80, viven hoy en la piel de un joven director técnico, Nicolás Núñez, quien logró lo impensado, poniendo a jugar a sus 11 discípulos con la misma intensidad y calidad que tenían el “Fino” Toro, el chico Jauregui, “Rápido” Rojas, Lucho Pérez, entre otros. Pasaron 36 años y el viejo y querido Magallanes, cuando muchos lo daban por muerto, está más vivo que nunca y tiene un sueño libertador de América.